Luciendo un elegante traje de gala, con su típico peinado abundante en gel, gafas onderas y reloj reluciente en su muñeca, apareció Cristiano Ronaldo para firmar la renovación de su contrato con el Real Madrid, club del que ya es una leyenda viviente. CR7 seguirá siendo merengue hasta 2021 a cambio de 25 millones de euros por temporada. Su ya voluminosa cuenta bancaria seguirá creciendo hasta la estratosfera, acumulando billete tras billete, aquellos que cuando era un niño le hicieron mucha falta.

Cristiano es el menor de cuatro hermanos. Creció en las calles de Quinta do Falcao, uno de los barrios más pobres de Funcha, en la Isla de Madeira. Su padre, José Diniz Aveiro, se gastaba buena parte de su modesto sueldo como jardinero en alcohol, mientras su madre, Dolores de Santo, hacía malabares para atender la casa y cumplir con su trabajo como cocinera en un restaurante. Eran tan pobres que la mujer años después confesó: “Quise abortar a Ronaldo, pero el médico no me dejó”.

Para hacerse un dinero extra, José trabajaba limpiando baños en el Andorinha, el club de la ciudad en el que Ronaldo hizo sus primeras armas. El niño tuvo que soportar las burlas de sus compañeros por las labores encomendadas a su padre y por sus rabietas cuando no le pasaban la pelota o no podía convertir. Esa ambición sería la que lo llevaría a la cima años después.

Aunque apenas tenían para subsistir, la señora Dolores asegura que su retoño era feliz. ¿Por qué? “Porque nunca se separaba de la pelota, dormía con ella”, cuenta la mujer que tuvo en vilo a su familia por un cáncer de mama.

Cristiano quería surgir, sacar de la miseria a los suyos. Sabía que no se podía quedar en Funcha, ahí sus gambetas no valdrían nada. Para cumplir sus sueños tenía que ir a las grandes ciudades. Así, con 14 años, se fue a Lisboa para hacer una prueba en el Sporting. No falló.

Archivo | Agence France-Presse
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En la capital portuguesa Cristiano se entrenó hasta el límite. Sus ratos libres no eran para descansar. Se iba al gimnasio a transformar su delgadísimo cuerpo en una máquina de músculos de acero o aparecía en una cancha solitaria para practicar tiros libros, regates o cabezazos. Los fines de semana las hacía de pasapelotas por cinco euros que mandaba a su familia en Madeira.

Lo quería todo, creía fervientemente que podía ser el número uno, pero que para eso no le quedaba otra agachar la cabeza y trabajar como un animal. Sufrir en cada entrenamiento para después vivir como un campeón, diría Muhammad Ali. Ni siquiera una afección cardíaca que lo mandó al quirófano mermó su vigoroso afán de gloria.

Llegaron los llamados al primer equipo, los primeros goles, los primeros títulos. Su nombre se paseaba por las oficinas de los clubes más poderosos de Europa. El Liverpool y la Juventus mostraban interés en un mocoso que aún no cumplía la mayoría de edad.

Asustado porque el crack se dejara llevar por el fulgor de su temprano éxito, el exseleccionado chileno Leonardo Véliz, que por entonces trabajaba en las inferiores del club portugués, lo llamó a su oficina. El “Pollo” cuenta que sacó una pelota y le preguntó al joven que tenía adentro. “Pues aire”, contestó Cristiano. “Lo que tiene dentro son millones de dólares. Tú no sabes lo que podrías ganar y lograr en tu vida a través del fútbol, que es lo que persiguen todos los futbolistas” le dijo. El joven acusó recibo del mensaje.

Al poco tiempo, fue transferido al Manchester United. Pasó de ganar 1.500 euros a 150.000. En el cuadro inglés, a punto de goles, consiguió todos los títulos posibles a nivel colectivo e individual, incluido el primero de sus tres balones de oro. Se ganó el derecho a que lo llamasen el mejor del mundo. Fue transferido por una cifra estratosférica al Real Madrid donde, a pesar de chocar con Lionel Messi, ha conquistado todo.

Archivo | Agence France-Presse
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A su oneroso contrato con el club de la capital española se suman multimillonarios contratos con Nike, Emporio Armani, Konami, Castrol, Herbalife. Tiene su propia línea de moda y este año inauguró una cadena de hoteles de lujo. Su patrimonio se estima en unos 210 millones de euros, mayor al de cualquier futbolista.

Cristiano nunca se ha olvidado de los suyos, especialmente de doña Dolores, el pilar más importante de su vida. Ha agasajado a su madre por todas las pellejerías que tuvo que pasar para sacarlo adelante a él y a toda la familia. Pagó mucho dinero para que su hermano Hugo superara una adicción a las drogas, puso una tienda de moda para su hermana mayor, Elma, y financió la carrera musical de Catia, quien se hace llamar “Ronalda”. Al que no pudo ayudar fue a su padre, muerto a causa del alcoholismo en 2005.

La actitud altanera del artillero y sus declaraciones poco humildes molestan a varios. Dicen que su gusto por el lujo demuestra su total falta de humildad. Sin embargo, sus compañeros aseguran que en los entrenamientos deja la altanería a un lado. “Ese es su secreto, hoy sigue trabajando igual”, dice su amigo y compañero Fabio Coentrao. Ronaldo trabaja como si aún fuera ese niño pobre en Madeira, que no tenía más que una pelota de fútbol.