Pone la pelota bajo su suela, levanta la cabeza y la echa a rodar. Driblea por recónditos espacios rodeados de rivales que no pueden frenarle. Los vuelve locos. Amaga a salir por un lado y se va por el otro, va a rematar, pero termina enganchando para hacer pasar de largo a su custodio. Anota los goles que quiere. Es un niño prodigio.

Su nombre es Rashed Al Hajjawi, es palestino y acaba de ser fichado por la poderosa Juventus de Italia con solo diez años. Los videos que su familia colgó en Youtube llamaron la atención del conjunto turinés, que rápidamente movió sus fichas para firmar al crack del futuro.

Hace rato ya que los clubes más poderosos del mundo han esparcido sus tentáculos por todo el mundo, buscando a la nueva joya de la corona. Sus ojeadores se esparcen preferentemente por América Latina, Asia y África. La idea es ‘capturar’ a los futbolistas lo más pequeños posibles para evitar una negociación con otro club. Hay que ‘marcar el ganado’.

Mientras les palmotean la espalda y les revuelven el cabello, les firman un contrato. El club se compromete a pagar los estudios de los chicos, les dan casa y comida, más una gratificación mensual que varía de club a club y jugador a jugador. Los sueños de niñez, forjados en eternas horas junto a la pelota, en apariencia, comienzan a cristalizarse.

Representantes de poca monta, en tanto, esperan a la vuelta de la esquina para ofrecer sus servicios. Encandilan a los niños con dinero, una Playstation, un computador o un par de zapatos. “A los 12 años ya son unos egoístas sin el menor sentido de compañerismo“, decía un dirigente español hace unos años, lamentándose de su propia cosecha.

El año pasado en Valdebebas, el campo de entrenamiento del Real Madrid, quedaron pasmados. Según consigna el diario El País, un chico llamado P., con una habilidad surreal para sus 12 años, le aseguró a sus compañeros “tener el futuro resuelto” y “de que solo hacer así (un chasquido de dedos) caerán los billetes“.

Su meta, como la de tantos, es llegar al primer equipo. Consagrarse. Tristemente, esos casos no son la regla, más bien la excepción. En el libro “Niños futbolistas”, del periodista chileno Juan Pablo Meneses, se señala que menos del 1% llega a triunfar en la elite.

“No solo les mima el club, también los periodistas cuando hablan de perlas, de estrellas, del nuevo Messi. Se van generando expectativas que no son reales. Y la mayoría no llegan. No sucede de repente, empiezan las cesiones a otros clubes, los descartes…”, cuenta Ginés Carvajal, representante que ha tenido en su cartera, entre otros, a Íker Casillas, Raúl y Víctor Valdés.

“A los once años uno no puede saber si un niño va a ser futbolista. Puede hacer cosas diferentes con el balón, pero nada más. El problema es que cada vez hay que acudir a jugadores más jóvenes para encontrar a uno sin agente. Para mí sería muchísimo mejor esperar a que cumplan 18, acertaríamos mucho más. Pero el sistema está así montado”, agrega Carvajal.

Es ahí donde el apoyo de los padres asoma como fundamental. No es tarea sencilla tampoco, muchos de ellos depositan la esperanza en sus hijos, que con 11 o 12 años, ya hacen más dinero que ellos.

“Recorrí América Latina buscando comprar un jugador infantil muy barato para venderlo muy caro a Europa, idealmente a España. Mi mayor temor, al comienzo, fue la reacción que tendrían los padres cuando preguntara: ¿Por cuánto me vendes a tu hijo? Quizás me insultaban, o me golpeaban, o me denunciaban. Pero nada de eso pasó. Por el contrario, por poco recibía un abrazo. A los padres les brillaban los ojos”, relata Meneses en su libro.

Si bien la FIFA prohíbe hacer contratos mayores a tres años a un menor de edad, en la práctica se han dado casos vínculos que se alargan por diez años, estableciendo cuantiosas multas en caso de dejar el fútbol o irse a otro club. Hay que proteger la mercancía a toda costa, aunque sean niños.

El Barcelona, el Real Madrid y el Atlético de Madrid ya han sido castigados por sus oscuros negocios con futbolistas en ciernes. Mientras, cientos de niños en todo el mundo, sueñan con ponerse una de esas camisetas algún día.