Mucho se conoce sobre Michael Jordan, el mejor jugador de básquet de todos los tiempos. La leyenda de los Chicago Bulls que marcó un antes y un después en el deporte es el principal protagonista del documental de Netflix, “The Last Dance”. En esta imperdible serie se cuentan varias historias mínimas que permiten conocer en detalle al seis veces campeón de la NBA.

Jordan se crió junto a sus cuatro hermanos en la ciudad de Wilmington, Carolina del Norte, y sus padres le inculcaron desde pequeño la cultura del trabajo y a ser competitivo en la vida. “No esperes que nadie te regale nada”, fue la frase de su madre, Deloris. Ese carácter de afrontar el mundo en modo ganador hizo que MJ comenzara a competir con su hermano mayor, Larry, quien era claramente mejor como jugador de básquet.

Los duelos se daban tanto en el jardín de la casa con partidos 1 vs. 1 como en el taller de su padre, quien los hacía trabajar con herramientas. “Competíamos por la atención de mi padre y era traumático”, reconoce Michael.

El ex Bulls admitió que de no ser por la rivalidad que tenía con su hermano, no hubiese alcanzado la motivación para triunfar en el básquetbol. “Si terminas a los golpes con alguien al que amas, eso despierta todas tus pasiones”, dijo Jordan.

Lo cierto es que Larry, el Jordan menos conocido, tenía mejores condiciones, pero un defecto: sus escasos 1.72 metros de altura le impidieron dar el salto a las grandes ligas. Tenía talento, gran capacidad atlética, pero la altura fue una barrera. De todas maneras, llegó a jugar profesionalmente en los Chicago Express (1988) un equipo de una liga de desarrollo.

Otro de los datos reveladores que prueban la admiración de Michael hacia su hermano tiene que ver con el número de camiseta que lo marcó durante toda su carrera en la NBA. Larry llevaba el dorsal 23 en Laney High School y MJ el 45. Ya en los Bulls, Su Majestad se apoderó del 23 que lo acompañaría en su gloriosa carrera. La historia posterior, ya la conocemos.