A menudo, los artistas de la calle deben buscar un espacio para cantar y pelear no solo por las preferencias de un distraído público.

Sin embargo, la historia que comparte el medio argentino Clarín, va más allá. Recupera el interés hacia el que es considerado, por lo general, un artista ignorado.

El caso de Ismael Ortiz fue descubierto en medio de la lucha por cantar y sobrevivir. El escenario (improvisado) era la línea D del “subte” argentino en Buenos Aires, tal como lo conocen los vecinos.

Ortíz fue visto por un periodista del medio local, teniendo un desacuerdo con un viejecito que también entraba a la gresca para cantar sus tangos en el mismo pasillo del metro.

Ganó por votación y presión social. El anciano llega todos los días y el “hombre araña, llegó el medio día de hoy”, sentenció uno de los árbitros transeúntes. Ni sus versiones de The Doors, ejecutadas con gran tino, le ayudaron.

Su guitarra y su disfraz se vieron desplazadas y partía con una “bronca”, como la que suelen describir en los momentos de mayor tensión a los argentinos, famosos por darlas a conocer sin guardarse nada.

“Salí de acá”, le dice a su interesado entrevistador, pero luego viene un cruce de palabras y un ofrecimiento: “Te invito una muzzarella”.

Lo que sigue es una distensión social, que da paso a una conversación cada vez más franca.

“Disculpá, tuve un día de mierda”. Me quedé en la calle, tuve que dejar hace unos días el departamento prestado donde vivía en La Plata”.

Clarín / Argentina
Clarín / Argentina

La entrevista fue un tanto reveladora. A medida se lee la historia, no puede evitarse hacer un paralelo con una crisis, que aunque económica, tiene al argentino promedio en situación difícil.

Los motivos de este hombre araña, tienen un componente de malas decisiones que él mismo asume, pero que se encarecen con la situación socioeconómica de su país.

“Tengo 37 años, vengo de una familia acomodada, pero yo me dejé estar, caída en el faso, en la merca” (droga).

Dentro de ese núcleo que menciona, se encuentran dos personajes conocidos en el espectro argentino. Al menos el futbolístico y el político.

Ortiz es hijo de Carlos Enrique Ortiz, campeón con Boca en la Libertadores de 1977.

“Jugó un año, hizo varios goles y lo compró Estudiantes de La Plata, donde conoció a mi vieja, Diana Patricia Carvalho, que era modelo. Eran el hambre y las ganas de comer. El negro villero, ella cheta divina”, dice el sujeto, descubriendo una gloria que no le pertenece.

Diario UNO
Diario UNO

Sus padres no quieren verlo, según cuenta con resignación. Dice que su padre y madre tienen los medios para ayudarlo pero que “se borraron” y ahora lo ignoran completamente.

“Mi vieja es una pobre mina, que tampoco veo, que vive de la pensión de su viejo, que era ministro de Frondizi, con un hermano mío, junto a su esposa, que fue mi ex novia”.

De su abuelo habla también como un sujeto que estuvo en la palestra social. “Googlealo”, pide, para comprobar que se trata de “César Román Carvalho, y era ministro de Obras Públicas. Un capo el viejo y mi abuela también, fue la única que me ayudó”, dice, mientras se alimenta porque no sabe si en algunas horas lo podrá hacer.

“Yo no soy un vagabundo, estoy caído del sistema”, argumenta mientras mastica, sabiendo que si tiene un padre exfutbolista, que entregó gloria a los hinchas del Boca Juniors, debería seguir un camino similar en lo que él quisiera. Lejos de la droga y las calles.

Su hermano murió en un incidente lamentable. Estaba metido en el mundo de la prostitución y lo mató la mafia de Marbella, según sus palabras, argumentando que eso lo hundió más en la droga hace 7 años.

Clarín / Argentina
Clarín / Argentina

Lo marcó, pero se muestra aliviado al considerar que no tener hijos es una ventaja para él.

“Gracias a Dios. ¿Cómo haría para darles de morfar(comer)? Tendría que salir a chorear (robar)”

Durante la conversación, pregunta si puede pedirse una “fugazzeta, porque llena más”.

Total, debe volver para hacer por lo menos 1.000 pesos argentinos (12 mil 668 pesos chilenos). “Debo andar en los 300 mangos (pesos)”. Mira su modesto estuche y parte a la línea H del metro. Al pasillo, porque dice que no le gusta molestar a la gente en los vagones.

¿De por qué el traje de hombre araña? Parece que internamente le recuerda los super poderes que le trajo años atrás, cuando salió de la droga y vendía instantáneas.

“En verano, en Necochea, se llena de gente, y los pibes se querían sacar fotos conmigo, bah, con El Hombre Araña. No lo podía creer, me sentía un héroe y me pagaban por posar con los pibes. Qué bueno que es sentirse bien, alguien normal, que vivía de día, veía la luz del sol”.

Se aburrió, reconoce. Cantar las canciones de The Doors es lo suyo, pero le trae menos reconocimiento y fuerza en la telaraña social, debilitada por sus malas decisiones y una crisis que se conjuga en la ciudad de la furia del otrora super héroe, Cerati.

Clarín / Argentina
Clarín / Argentina