Thomas, el padre de Wayne Rooney, le inculcó dos cosas desde chico. Practicar el boxeo, el deporte que le dio de comer por mucho tiempo, y amar al Everton, el equipo azul de Liverpool.

El niño se empapó de los sentimientos que le transmitía el papá. Cuando aún no llegaba al metro de estatura escribió en el marco de su ventana de madera: “W.Rooney, Everton Football Club”. Mientras pateaba la pelota contra los muros del callejón que estaba frente a su casa o contra la portería que fabricó en el jardín de su abuela Patrice, imaginaba que estaba en Goodison Park y que la grada se venía abajo con sus goles. Cuando no estaba jugando, lo encontraban en el gimnasio del tío Ritchie con los guantes puestos e imitando los movimientos que hacía su padre.

Rooney empezó jugando en la liga colegial. Con nueve años hacía y deshacía. Gambeteaba como si estuviese jugando con muñecos de plástico y anotaba a destajo. Podía rematar desde 20 metros o llegar hasta la línea de gol luego de desparramar a medio equipo para definir con la arrogancia del que se sabe bueno. Todos los ojeadores que recorrían la docena de campos en los que se jugaba el campeonato tenían anotado el nombre de ese niño tímido y con sonrisa de diablo. Su talento era fuera de lo común. Uno de ellos era Bob Pendleton, un scout que trabajó por 35 años para el Everton.

“Podías ver la satisfacción que le producía ver el balón sacudir la red, lo que hacía una y otra vez”, afirma el hombre.

Pero Pendleton se demoró en mover ficha. Los agentes del Liverpool fueron más rápidos y le presentaron una oferta al muchacho. Wayne estaba en un dilema crucial para cualquier amante de la pelota: ser fiel a los colores que amaba o tomar una oportunidad que para muchos no es más que un sueño. Respetar el legado familiar o echar raíces en un equipo legendario. El azul o el rojo.

El niño halló la fórmula para salir del entuerto. Se presentó en la ciudad deportiva de Melwood con la camiseta de los ‘Toffees’. Puro desparpajo, pura socarronería, puro barrio, pero también puro amor.

Más allá de la insolencia, el chico gustó y el Liverpool lo quería. Le dieron una semana para que se lo pensara. El Everton seguía sin hacer nada por incorporarlo.

“Wayne ya había entrenado con el Liverpool. De todas maneras ya el rumor se había propagado y yo tenía entendido que ellos iban a tratar de hablar con él un martes, dos días antes de su visita a Everton”, comenta Pendleton.

Había que moverse rápido. Adelantaron en 48 horas el viaje a Bellefield, lugar de entrenamiento del Everton. Wayne hizo pesar sus quilates y se quedó. Por fin estaba donde quería estar. La gente del Liverpool, en tanto, se preguntaba dónde se había metido. Ya sabrían de él.

Archivo | Agence France-Presse
Archivo | Agence France-Presse

Siguió viendo a Pendleton. Su descubridor lo invitaba a Goodison Park para que viese jugar a los profesionales. El delantero casi siempre llegaba tarde porque venía de jugar y le hacía perder los primeros diez minutos de partido a su descubridor.

-¿Anotaste?, le preguntaba el entrenador
-Sí
-¿Cuántos?
-Seis

Su progresión ocurrió a velocidad centelleante. El 2002 debutó con los grandes. Tenía 16 años. Su primer gol no tardó en llegar y pareció sacado de un guion cinematográfico. Enfrente estaba el Arsenal de Thierry Henry, que acarreaba un récord de 30 partidos sin perder. Se jugaban los estertores del segundo tiempo y el marcador estaba uno a uno. Rooney bajó con su botín derecho una pelota bombeada. Sol Campbell lo marcaba a distancia, con la mirada. El mocoso estaba a 30 metros de la portería, no pasaba por su cabeza que osara pegarle desde ahí. No tiene idea de quién era. El delantero desenfundó un derechazo curvo que batió a David Seaman. Con 16 años y 10 meses se transformaba en el jugador más joven en anotar por la Premier League.

Ese día toda Inglaterra supo quién era Wayne Rooney. Siguió jugando y deleitando. El Everton tenía todo listo para sellar un contrato por tres años que le subiría el sueldo de 137 euros semanales a 15 mil 600. Pero el adolescente cambió de agentes y se dejó seducir por los cantos de sirena de Sir Alex Ferguson. No era solo dinero. En el Manchester United podría aspirar a títulos que con Everton nunca ganaría.

Y así fue. Se convirtió en ídolo de los ‘Red Devils’. Ganó todo lo que jugó y se erigió como el más grande goleador en la historia del club, con 253 tantos. Daba la impresión que era un futbolista sacado de las entrañas del United, un jugador a la medida de Old Trafford, pero él tenía claro dónde pertenecía. Por estos días confesó que todas las noches se iba a acostar con un pijama del Everton.

El arribo de José Mourinho, a inicios de la temporada pasada, lo relegó al banquillo. El portugués, muy respetuoso de Rooney e incómodo por tenerlo en el banquillo, le sugirió que aceptara los millones del fútbol chino el último enero.

Archivo | Agence France-Presse
Archivo | Agence France-Presse

Pudo haber optado por un retiro tranquilo en una liga en la que le iban a celebrar todos los chiches. Como a Thierry Henry en los Estados Unidos, como a Fabio Cannavaro en los Emitaros Árabes, como a Alessandro Del Piero en Australia. Pero escogió al Everton, su Everton, por dos temporadas.

“Dije hace un tiempo que el único club de la Premier League en el que podría jugar aparte del Manchester United era el Everton, por lo que estoy encantado de que el fichaje se haya concretado y vuelvo a mi casa”, explica Rooney.

Los ‘Toffees’ se han gastado 100 millones de euros en fichajes para pelear palo a palo con los grandes. La exigencia será al máximo. Su regreso es por amor, aunque también un acto de valentía que encubre un riesgo. Las imágenes idílicas del pasado pueden ser rasgadas por el ritmo depredador del presente. Las segundas partes no siempre han sido buenas, ejemplos sobran, y si Rooney no cumple, todos los cañones le apuntarán en su rol de referente. En el deporte no hay crédito. Él, a sus 31 años, lo tiene más claro que nadie.

“No vengo a una residencia de ancianos. Vengo a jugar, ganar y tener éxito”, expresa el seleccionado inglés.

Trece años han pasado desde que dejó Liverpool. Han pasado muchos goles, muchos títulos, varios mundiales y varias Eurocopas. También muchos millones de libras esterlinas, prostitutas y apuestas a lo grande en juegos de azar. Ya no llegará al campo de entrenamiento en bicicleta ni junto a sus hermanos Graham (hoy jugador amateur) y John (se desempeña en la quinta división del fútbol inglés). La adultez ha esculpido su cara de adolescente mal humorado y solo un trasplante de cabello le puso freno a su temprana calvicie. El tiempo puede cambiar mucho, sin embargo, los colores se mantienen intactos. ‘Nací azul’, escribe su biografía, y ahora espera acabar de azul.