Genio. Déspota. Loco. Estos son los adjetivos que con más frecuencia se utilizan al hablar de Steve Jobs – y no necesariamente en ese orden. Creador de un imperio que actualmente se cotiza en 945.000 millones de dólares, Apple llegó a convertirse en la empresa más valorada del mundo gracias a su visión, alternada con frecuentes arranques de ira.

Historias que grafican esto existen muchas, pero probablemente pocas tan absurdas como la de Hidetoshi Kamoto, un joven ingeniero japonés que fue parte del equipo a cargo de crear el legendario computador Macintosh… pero de una forma tan clandestina que debía correr a ocultarse cada vez que el líder de Apple hacía su aparición.

Pongamos la situación en perspectiva.

En enero de 1983, un Steve Jobs de apenas 28 años entraba en la recta final del desarrollo del Macintosh cuando surgió un grave problema. El nuevo modelo de unidades de disco que iba a tener la máquina se estaba fabricando con una tasa inaceptable de errores: ni siquiera la mitad de ellas pasaba el control de calidad.

“Jobs montó en cólera. Con el rostro enrojecido, comenzó a gritar y a amenazar con despedir a todos los que allí trabajaban. Bob Belleville, el jefe del equipo de ingenieros del Mac, lo condujo suavemente hasta el estacionamiento para poder dar un paseo y hablar de las alternativas”, cuenta el periodista Walter Isaacson en la biografía del cofundador de Apple.

Luego de evitar que Steve Jobs demoliera el lugar con su furia, Belleville comenzó a pensar en una forma de sortear el escollo. La mejor opción parecían ser los -por entonces- flamantes disquetes de 3.5 pulgadas que Sony estaba introduciendo al mercado.

Disquetes de 3,5 pulgadas | Russell Illig
Disquetes de 3,5 pulgadas | Russell Illig

Estos pequeños cuadritos plásticos, pese a ser de un tamaño que les permitía guardarse en el bolsillo de una camisa, ofrecían mayor capacidad de almacenamiento que sus voluminosos antecesores de 5.25 pulgadas.

Pero la decisión no era trivial. Si decantaban por Sony, sus unidades elevarían el precio final de la computadora. Por otro lado un fabricante también japonés pero de menor tamaño, Alps Electric, estaba trabajando en una unidad compatible que resultaría mucho más barata… eso, si lograban terminarla a tiempo.

Jobs, Belleville y el ingeniero Rod Holt decidieron volar hasta Japón para revisar los detalles. Allí sostuvieron una ronda de reuniones donde Jobs horrorizó -o en algunos casos divirtió- a sus anfitriones con su ya entonces famoso mal comportamiento.

“Cuando le hacían entrega formal de pequeños regalos, como era la costumbre, a menudo los dejaba allí y nunca respondía con obsequios propios. Adoptaba un aire despectivo ante los ingenieros que, colocados en fila para saludarlo, se inclinaban y le mostraban educadamente sus productos para que los inspeccionara. Jobs detestaba aquellos aparatos y aquel servilismo. ‘¿Para qué me estás mostrando eso? -soltó en una de sus escalas- ¡Esto es una basura! Cualquiera puede construir un disco mejor que este"”, describe Isaacson.

Parte del equipo del Macintosh junto a Steve Jobs | Apple
Parte del equipo del Macintosh junto a Steve Jobs | Apple

Pese a que Sony tenía los discos listos para su uso, Jobs quedó irritado por la forma de producción manual de la empresa y decidió que apostarían por los discos de Alps. Aunque Belleville hizo todos los esfuerzos por hacerlo cambiar de opinión, el testarudo joven le ordenó terminar toda negociación con Sony.

El jefe de ingenieros sin embargo no se rindió. Tras una reunión con Mike Markkula, miembro del consejo que gozaba de gran influencia en la empresa, decidió ignorar a Jobs y pedir de todas formas a Sony que adaptara sus discos para funcionar con el Macintosh. Belleville estaba seguro que Alps no podría cumplir la meta y para entonces, aquella sería la única alternativa viable.

Para esto, Sony envió a la sede de Cupertino a Hidetoshi Kamoto*, un ingeniero graduado de la Universidad de Purdue, en Indiana, quien había diseñado los discos de 3.5″. Pero dado que el japonés tenía asignada una labor que Jobs no sólo desconocía sino que había prohibido, debía ocultarse cada vez que el cofundador de Apple se aparecía por el lugar.

(*En el libro se lo apellida incorrectamente Komoto).

“Cada vez que Jobs llegaba desde su oficina para visitar a los ingenieros del equipo del Mac -cosa que ocurría casi todas las tardes- estos se apresuraban a encontrar algún lugar para que Kamoto pudiera esconderse. En una ocasión, Jobs se encontró con él en un quiosco de Cupertino y lo reconoció de cuando se habían conocido en Japón, pero no sospechó nada. Y casi lo descubre cuando llegó un día sin avisar, mientras Kamoto se encontraba en uno de los cubículos. Un ingeniero lo agarró y le señaló un armario para guardar escobas. ‘¡Rápido! ¡Escóndente en el armario! ¡Por favor! ¡Vamos’. Kamoto se mostró confundido pero se metió dentro e hizo lo que le ordenaron. Tuvo que quedarse allí 5 minutos hasta que Jobs se marchó. Los ingenieros del equipo del Mac le pidieron disculpas. ‘No hay problema -contestó él- pero las prácticas empresariales americanas son muy extrañas, muy extrañas”.

Por lo menos, Kamoto se lo tomaba con humor.

En mayo de 1983, Alps reconoció que no tendría lista la unidad de disco y que necesitaba al menos otros 18 meses para finalizarla. Belleville había tenido razón.

Bob Belleville y Steve Jobs
Bob Belleville y Steve Jobs

Con teatralidad, Markkula le preguntó a Jobs qué pensaba hacer ahora, cuando el jefe de ingenieros los interrumpió para contarles que podía tener pronto una alternativa de la mano de Sony.

Al principio, Jobs pareció desconcertado, pero rápidamente ató cabos y entendió por qué se había encontrado aquel día con el empleado de Sony. “¡Qué hijos de perra!”, exclamó.

Sin embargo no estaba molesto. Por el contrario, en su rostro se dibujó una amplia sonrisa al descubrir que los otros ingenieros habían tomado la decisión correcta y con eso salvado el lanzamiento del Mac.

“Steve se tragó su orgullo y les dio las gracias por desobedecerlo y haber hecho lo correcto. Después de todo, es lo mismo que él habría hecho en su situación”, sentencia Isaason citando a sus compañeros.

El campo de distorsión de la realidad de Steve Jobs

Incidentes como este y el hecho de que Jobs no fuera programador o técnico en sí, proyectan la imagen de que el director de Apple sólo se aprovechaba de las creaciones de los demás, sin embargo su inspiración fue vital en el éxito de la compañía.

De hecho, fue Jobs quien forjó el concepto del sistema operativo basado en un escritorio y ventanas que utilizamos hasta hoy, perfeccionando la rudimentaria creación del centro de investigación PARC de Xerox, asi como masificando el uso del ratón como puntero.

Obstinado hasta el hartazgo, fue su obsesión por los detalles la que dio forma a muchos de los elementos que hoy damos por sentado en cualquier computadora. Sin ir más lejos, fue su insistencia en ofrecer diferentes tipos de letra a los usuarios la que logró el vínculo entre Apple y el mundo del diseño, cuando todos pensaban que aquella funcionalidad sería sólo un gasto de tiempo y recursos.

Pero quizá su mayor aporte era lo que sus colaboradores denominaban su “campo de distorsión de la realidad”, bajo la cual Jobs -cual hipnotizador- lograba que la gente a su alrededor hiciera cosas que ni ellos mismos creían posibles.

El mejor ejemplo de ello es la conversación que tuvo con el ingeniero a cargo del sistema operativo del Macintosh, Larry Kenyon, debido a la lentitud del equipo para encender.

Norman Seef
Norman Seef

Cuando Kenyon comenzó a explicarle las razones por las que no podía apresurarse más, Jobs lo interrumpió. “Si con ello pudieras salvarle la vida a una persona, ¿encontrarías la forma de acortar en 10 segundos el tiempo de inicio?”. Tras su respuesta afirmativa, Jobs fue a una pizarra y le mostró que si 5 millones de personas usaban el Mac y tardaban 10 segundos más en arrancar cada día, eso sumaba 300 millones de horas anuales que la gente podía ahorrarse, lo que equivalía a salvar 100 vidas al año.

“Larry quedó impresionado, como era de esperar, y unas semanas más tarde se presentó con un sistema operativo que iniciaba 28 segundos más rápido. Steve tenía una forma de motivar a la gente haciéndoles ver una perspectiva más amplia”, confesó su viejo colaborador, Bill Atkinson.