Con el debido respeto por las teologías y sus teólogos, tenemos que respetar también al poeta y filósofo griego Jenófanes que vivió casi seiscientos años antes de Cristo. Eso, porque él señaló que las gentes de Tracia, que eran rubios, pintaban a sus dioses también rubios, mientras que los egipcios los pintaban morenos.

Jenófanes no pretendía discutir sobre quién tenía razón. Según él, los humanos siempre tratamos de darle a nuestras divinidades un aspecto y un carácter similar al nuestro.

Y entonces él comentó: “Si los caballos tuvieran dioses y pudieran representarlos, sus dioses tendrían cabeza de caballo”.

Al menos en las religiones derivadas de la Biblia, le atribuyeron a Dios una personalidad y un carácter que parecen calcados de un jefazo semita, violento, vengativo y bastante vanidoso, como eran los de aquellos siglos pretéritos.

Y ahora, en estos días angustiosos del coronavirus, el derrumbe económico y la incertidumbre, muchísimos son los creyentes de las principales religiones bíblicas, judíos, cristianos y musulmanes, que creen que la pandemia no es un asunto médico, sino teológico.