El pasado lunes 15, a las 6:20 de la tarde, los trabajadores al interior de la Catedral de Notre Dame, de París, dieron la primera alarma de incendio, al parecer por un cortocircuito, y 23 minutos más tarde ya las llamas estaban trepando hasta los centenarios troncos de roble tallados que hacían el envigado del enorme techo de la catedral.

La destrucción fue calamitosa. En realidad, lo que asombra es que se hayan salvado tantos objetos valiosísimos. De partida, los enormes rosetones formados con vidrios de colores que datan del siglo XIII, y el también enorme órgano central, con 8 mil tubos de sonido y 3 teclados. Los otros 2 órganos quedaron totalmente destruidos.

Y del llamado “Tesoro” de Notre Dame se salvó nada menos que lo que, según se afirma, es la auténtica Corona de Espinas que Jesús habría llevado en su marcha al calvario. Y, también, lo que se asegura es uno de los clavos y un fragmento del madero de la cruz.

Para millones de personas de todo el mundo, ese incendio tenía una carga muchísimo más profunda que la de cualquiera otra catástrofe. Era el comienzo de la Semana Santa de los católicos. ¿Acaso eso era un augurio, quizás bueno o quizás malo?.