A las 9 de la mañana del jueves, e invitados por el embajador del Ecuador el Londres, una veintena de policías penetraron a la embajada para sacar al periodista Julian Assange, fundador del sitio WikiLeaks.
Demacrado y encanecido, cuando entre 8 policías lo metían a un furgón, todavía se le escuchó gritar: “¡Resistan ingleses! ¡Resiste, Inglaterra!”
Cuando la televisión transmitió la escena, la Primera Ministra Theresa May estalló en gritos de entusiasmo. “¡Escuchen, escuchen! ¡Ya lo tenemos!”
Y al otro lado del Atlántico, otro parlamentario, un senador demócrata, también estalló en aleluyas, diciendo: “¡Ya lo tenemos, es nuestro!”
¿A qué se debería tanta alegría bipartidista?
Esto que estamos viendo con la prisión de Julián Assange y casi seguramente su próxima extradición a Estados Unidos, es el más flagrante caso de derrumbe moral de una nación, como Estados Unidos, que se intoxicó o se envenenó con su propio poderío.
La humillación del Periodismo, que parece haber aceptado su condición de lacayo de las grandes empresas que son dueñas o controlan los grandes medios de prensa.
Y el triste destino de Ecuador que, una vez más parece haber caído en manos de minusválidos morales.
Escucha aquí la columna completa