La palabra democracia se ha vuelto muy sospechosa. Día a día, año tras año, las noticias nos hablan de matanzas, abusos, represión y bellaquerías que casi siempre afectan a la gente común, a la que no le preguntan nada. Y esas maldades se hacen en nombre de la democracia.

Durante la Segunda Guerra Mundial, la palabreja “Democracia” la usaron por igual Hitler y Roosevelt, Mussolini y Churchill, De Gaulle y Stalin, Mao Zedong y Chiang Kaishek. O sea, Democracia servía para decir una cosa y también para decir lo contrario. Servía para decir blanco y servía para decir negro. Era una palabra vaga, una palabra cómoda, una palabra comodín.

Y sin embargo, la democracia es un concepto real y concreto, que, desde que los griegos la definieron, ha sido un poderoso motor que movió a la historia de la humanidad.