Dicen que las leyes cuando son de veras buenas son fáciles de obedecer. Cada sociedad, a lo largo de la historia, ha creado las propias. Sin embargo, es evidente que las leyes vigentes o son muy defectuosas o simplemente están hechas para que las violen y no les hagan caso.

En Brasil, el circo judicial politiquero contra el expresidente Luiz Inácio “Lula” da Silva ha puesto al país en una crisis en la que la democracia tiene muy pocas posibilidades.

Lula, según las encuestas, es lejos el candidato presidencial ganador para las próximas elecciones, ya que más que duplica los potenciales votos de quien va segundo.

La Justicia condenó a Lula a 12 años y medio de presidio en una sesión en la que los tres jueces llegaron a un juicio en que llevaban los escritos de antemano con sus votos de sentencia y en el que a la defensa no le dieron más de 15 minutos para exponer sus argumentos.

Lo más asombroso es que la sentencia condenatoria, sin pruebas de culpabilidad, se basa según los jueces en que Lula habría tenido intenciones de cometer delito.

O sea, lo están condenando porque “les tinca” que va a cometer un delito en el futuro.

Incluso para la Deutsche Welle, la democracia brasileña está secuestrada por un Congreso que apunta al beneficio personal de sus parlamentarios.

Así, leyes, instituciones y líderes mundiales parecen cada vez menos próximo a lo que la gente necesita y anhela.

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