Ojalá se incorpore el estilo uno a uno con los profesores en vez de las reuniones generales con temas que bien podrían mandarlos por escrito.

Con el fin de los primeros meses del año escolar, se acaba en mi muro el desfile de fotos del “primer día de clases” de los hijos de mis amigos. Aunque debo reconocer que disfruté cada una de las fotos y sonrisas de los niños esperanzados con el año escolar que comienza (probablemente porque sea una nerd y no haya nada que me guste más que un cuaderno nuevo); debo reconocer también que experimenté el tremendo placer de saber que nunca más voy a tener que ir a una reunión de apoderados.

Es un sentimiento contradictorio: así como me parece maravilloso tener hijos pequeños que están en casa y no dejan nido vacío, tengo al mismo tiempo un alivio profundo de no tener que sentarme en una sala a escuchar a apoderados desatinados discutiendo pelotudeces (sin descartar claro, que alguien pueda opinar lo mismo de mí).

Es que no sé en los colegios de ustedes, pero por los dos que pasó mi hija (uno particular subvencionado y otro liceo municipalizado), había que ir una vez al mes a esas reuniones eternas. Monólogos interminables a los que llevaba el tejido para dejarlo cada cierto rato y anotar dos palabras. Entonces, pasaba dos horas tejiendo preguntándome “¿por qué no me mandaron esto por escrito?”, un correo electrónico más que sea si no quieren gastar papel.

Sólo al terminar todo una podía acercarse a el/la profesor/a jefe para hablar lo verdaderamente importante: la cría de una. Pero había que hacerle guardia otros 15-20 minutos para poder tener unos escasos 5 minutos de información valiosa: “¿cómo le va a mi hija y si hay algo en que deba poner atención o reforzar?”. Eso cuando el tema era general o de la materia de ese profesor, porque sino había que solicitar una reunión en la semana en horario de oficina con el profesor pertinente. Entonces, el/la profesor/a jefe abrumado de tanta cosa y justificadamente agotado pasadas las 9pm, con suerte podía emitir algunas oraciones lógicas y una se iba con la sensación de haber perdido el tiempo.

Pero cuando llegamos a Inglaterra en el 2012, todo fue distinto: no existen las reuniones de apoderados por curso donde una persona habla a todos de temas generales. Eso lo mandaban por escrito con la pertinente colilla para que uno confirmara que lo había leído y/o enviara una respuesta pertinente (así se aseguraban que nadie podía decir que “no le avisaron”).

Lo que había sólo dos veces al año, era una tarde donde masivamente asistían apoderados CON los estudiantes a hablar con los profesores, inspectores y director del colegio de acuerdo a lo que el/la apoderado/a consideraba pertinente. ¿Podría no haber ido? Claro. Como también pude anotarme con TODOS, porque obviamente yo soy de las que quiere saber todo (pero eso seguro ya lo habían notado).

Junto con la comunicación de que tal día se iba a realizar esta sesión, venía una hoja con bloques de 15 minutos disponibles entre las 15 y las 20 horas. Si una quería hablar con el profesor de Matemáticas y de Ciencias, se anotaba con uno a las 16:15 horas y con el otro a las 16:30 horas, por ejemplo. Luego, los alumnos iban a pedirle la cita al profesor quien lo anotaba en ese bloque o en el más cercano que tuviera disponible. Por lo tanto, una sabía que si hacía las citas, podría entrar y salir en una hora determinada, conocida y previamente acordada.

El día en cuestión, llegabas al colegio, firmabas una hoja de asistencia y te dirigías siempre con tu hija/o a la mesa de los profesores que tenías reservados. Te sentabas con ellos y durante 10 minutos ellos te hablaban exclusivamente del desempeño de TU hija/o, de cómo podría mejorar con sugerencias concretas: X material de estudios o Y clase extra que se da en Z día y hora.

Daban información que tenían preparada porque sabían que vendrías, donde la estudiante estaba involucrada totalmente en los progresos de su propia educación y donde podía ver a profesores y padres/apoderados involucrados en darle todo el apoyo y reconocimiento necesario. Podía también explicar o resolver conflictos y elegir la solución que más le acomodara a todos.

Este sistema se extiende a todos los niveles, incluso los más pequeños. Sólo que en vez de hablar con varios profesores, mientras más pequeños menos profesores con los que tienen materias. Lo que hace que tanto padres, apoderados, alumnos y profesores optimicen el tiempo de todos desde muy temprana edad escolar.

Tengo entendido que algunos colegios particulares usan este mismo sistema, pero me atrevería a decir que los liceos municipales aún no lo incorporan y siguen con estas reuniones mensuales eternas donde cada día asisten menos apoderados, los niños son dejados de lado y tienen poca efectividad. Creo que vale la pena considerar nuevos mecanismos, ¿no?

Claudia Farah S.
Periodista, escritora amateur, madre polisilábica de una adolescente, crítica de realidades y creyente fanática de que se puede cambiar el mundo. Viví en Inglaterra después de hacer el Magister en Filosofía, Política y Economía en la Universidad de York. Actualmente, me encuentro en Chile.