Se ha convertido en una frase frecuente, en boca de ciudadanos y humoristas, decir que nos engañaron, que “la alegría nunca llegó“, sobre la campaña que hace 30 años nos devolvió la Democracia.

No lo creo así.

Si tu definición de “alegría” es la que tenía Pinochet (todos los chilenos tendremos casa propia, auto y TV a color), probablemente no haya llegado. Es más, quizá nunca llegue. En gran parte, las posesiones que tengas dependerán de tus decisiones y el esfuerzo que pongas en la vida. Sí, siempre hay factores externos, desde gente insidiosa hasta políticos corruptos, y es nuestro deber como ciudadanos actuar para cambiarlo con acciones tan simples como votar informada y responsablemente.

La “alegría” nunca se trató de darnos las cosas en bandeja. Ni siquiera de franquearnos las dificultades futuras. Se trató de darnos las condiciones para resolverlas.

Porque la verdadera alegría, es poder expresarnos libremente. Criticar al gobierno (y tener una oposición a la cual criticar también). Tener a alcance las riendas sobre las situaciones que nos afectan. Poder marchar, con razón o sin ella. Tener en nuestras manos las decisiones que afectarán a nuestros hijos, y no vernos obligados a dejarlas a cargo de un grupo de iluminados que creen saber mejor que nosotros lo que nos conviene.

Y sobre todo, la alegría de poder hacer todo esto, sin el temor de que una noche llegue a tu casa una camioneta con soldados que despierten al vecindario, para llevarte a punta de fusiles entre los gritos de tu familia a un destino desconocido, del que quizá nunca regreses.

Si no fue alegría lo que llegó un 5 de octubre de 1988, entonces no sé cómo describirla.

Christian F. Leal Reyes
Periodista