Anoche, junto a mi señora, vimos (o soportamos) un buen rato la rutina de Chiqui Aguayo antes de apagar la tele e irnos a dormir.

No sé si “ordinaria” es la palabra que mejor describe su actuación. Si uno ha visto a humoristas de alto calibre como Pipo Arancibia o Daniel Vilches, sabe a lo que va y se ríe de eso.

Aunque en dos momentos, con suerte, nos arrancó sólo un leve atisbo de sonrisa (y no exagero), que la rutina haya sido “fome” tampoco sería lo más relevante del asunto.

Para mí, su presentación fue vergonzosa. Mientras sus relatos de sexo o carretes bajaban cada vez más de nivel -y sin gracia, que es el punto- sentía vergüenza ajena de que el festival estuviera siendo transmitido a toda Latinoamérica (luego me comentaron que, por fortuna, en ese lapso la señal internacional prefirió retransmitir a Los Auténticos Decadentes).

Mi señora y yo comentábamos sobre la diferencia que pudo hacer el que Chiqui Aguayo fuera mujer. ¿De haber sido hombre le habrían criticado igual su rutina? Porque claro, con Jorge Alís nos reímos de cada vulgaridad que dice.

Pero Alís no se basa en la grosería: la usa como vehículo para sus historias (aunque creo que en sus últimas actuaciones ya se le está pasando la mano). Por el contrario, para Chiqui Aguayo la vulgaridad ES su rutina y, en mi opinión, aprovecha ser mujer para escudarse de las críticas porque, ¿acaso una mujer no puede decir las mismas cosas que un hombre?

En efecto, una mujer puede decir las mismas pelotudeces que un hombre. Tener la misma falta de tino y, en este caso, la misma falta de talento para hacer reír sin recurrir a lo soez como salvavidas.

Christian F. Leal Reyes
Periodista
Director de BioBioChile