Igual que en la danza contemporánea, la magia del teatro asoma como elemento consustancial en el baile flamenco, y lo demuestra esta producción de la malagüeña Rocío Molina (“Almario”, “Oro viejo”).

Se advierte desde el ingreso a la sala: de espalda al público, la bailaora sostiene una copa de vino en una mano con gesto cuidado y elegante; la otra tiene asida una cuerda atada a una botella que descansa en el piso.

Una escultura humana solemne, vestida con traje negro ceñido, hermosa y desafiante, que no está completamente quieta, cuyos leves movimientos anuncian el ritual que se avecina.

A partir de allí, Rocío Molina (33 años) exhibirá en el escenario un virtuosismo técnico que revela una formación académica de primer nivel y sin fronteras formales, además de un manejo del cuerpo consciente y espectacular.

Al mismo tiempo, sin abandonar la solemnidad, también ocupará su lugar la vertiente más instintiva del flamenco, esa que asegura que el arraigo indispensable viene del origen, de la tierra.

En esta confrontación se juega la vida “Danzaora y Vinática”, con una artista que rinde tributo al jugo de la uva y a todos sus efectos en la vida –por eso su viaje personal en escena incluye nacimiento, infancia, excesos, desequilibrios y madurez- y a su proceso como artista que se alimenta en diversas fuentes técnicas.

Tradición y contemporaneidad

Lo poético solemne recorre esta producción, además de un virtuosismo sin exageraciones comerciales, única manera de no distorsionar la entrega.

La habilidad de la artista tiene un momento especial cuando, recogiéndose un poco el vestido, juega alrededor de una copa que está en el piso con un taconeo amenazante y a gran velocidad.

Durante la metamorfosis que experimenta la bailaora en escena aparece en toda su dimensión lo teatral de la danza flamenca, un proceso que tiene el apoyo de tres o cuatro cambios de vestuario, la asesoría dramatúrgica de Roberto Fratini, la iluminación de Rubén Camacho, la guitarra experta de Eduardo Trassierra (también compositor de la música), el cante de José Angel “Carmona” y las palmas de José Manuel Ramos “Oruco”.

Pero es a través del gesto múltiple y en evolución del cuerpo como surgen los diversos “personajes” de su vida, interpretados por la bailaora-danzaora, y de los efectos del vino.

Una “borrachera” que la lleva por incertidumbres existenciales, cumbres sensuales, experimentaciones en la danza y en lo cotidiano. Todo muy humano… al parecer, condición insoslayable para la creatividad.

De este modo, la obra acoge la tradición flamenca –aunque los ortodoxos la rechacen- y, al mismo tiempo, expone la vigencia de esta danza milenaria, a través de una mirada contemporánea.

Delirio y realidad, sueños, ensoñaciones, poesía, materialidad y virtuosismo trae esta obra al interior de un formato refinado, riguroso y solemne que incluye la estremecedora plasticidad hipnótica del movimiento de brazos y manos de Rocío Molina.

Podrás disfrutar de esta obra perteneciente a Santiago a Mil 2017 en Teatro Oriente (Pedro de Valdivia 99.) 4, 5, 6 y 7 de enero, 21.00 horas. Entrada desde $ 10.000 a $ 35.000.