Luego de siete años de ausencia, la partitura de Giuseppe Verdi, una de las obras más queridas y populares del repertorio lírico, está de vuelta en el Municipal de Santiago con dos talentosos elencos, la dirección musical del maestro chileno Maximiano Valdés y una propuesta escénica a cargo del británico Walter Sutcliffe que ha generado diversas reacciones. Las funciones continúan hasta el sábado 22.
Por Joel Poblete
Adorada por el público, “Rigoletto” no sólo es una de las óperas más magistrales compuestas por el italiano Giuseppe Verdi, sino además uno de los títulos más populares del repertorio universal. Basada en la obra teatral “El rey se divierte”, de Victor Hugo, desde su estreno en 1851 este drama ha conmovido a audiencias de las más diversas latitudes, porque la historia del bufón de la corte del Duque de Mantua, acostumbrado a burlarse de todo el mundo pero quien a la vez vive una tragedia personal cuando su hija es seducida por el libertino noble, no deja de emocionar hasta al más indiferente. Y si además de las vicisitudes de la trama se cuenta con una de las partituras verdianas más gloriosas -incluyendo algunos de sus “hits” más conocidos universalmente, como el aria del tenor “La donna è mobile”-, es imposible resistirse, lo que explica que por ejemplo en el Teatro Municipal de Santiago esta obra haya regresado en más de 70 oportunidades desde el debut en 1857, en la temporada inaugural de ese escenario.
Y ahora, tras siete años de ausencia, “Rigoletto” está de vuelta en el Municipal, con dos repartos que debutaron en días consecutivos: el elenco internacional, el viernes 14, y el estelar, el sábado 15. En lo musical, en ambos hay evidentes logros dignos de destacar y se cuenta con dos equipos de artistas muy competentes, mientras lo escénico ha generado notorias divisiones. Algo que incluso se podía suponer o adivinar cuando el año pasado el teatro anunció su temporada, y el director general del Municipal, el francés Frédéric Chambert, dio a entender que el concepto planteado por el director teatral británico Walter Sutcliffe sería una propuesta más contemporánea de lo habitual.
Ya a estas alturas, en las últimas décadas el tema de las puestas en escena que cambian de época y lugar las historias originales de las óperas es habitual e ineludible en casi todo el mundo, y si bien en algunos casos hay montajes fallidos o que dan vergüenza ajena, en muchos otros hay aciertos, en particular cuando a pesar de las modificaciones, se conserva la esencia y espíritu de la obra. Por lo mismo, es recomendable no desdeñar de buenas a primeras cualquier innovación de este tipo, y siempre es mejor tratar de superar los prejuicios y juzgar una vez que el espectáculo se haya estrenado. Sin ir más lejos, si bien en las temporadas del Municipal no todos estos intentos han funcionado -por ejemplo, en 2010 con el estreno en Chile de la “Alcina” de Handel a cargo del argentino Marcelo Lombardero, o el “Macbeth” de Verdi que planteó su compatriota Hugo de Ana-, hay varios casos en que los resultados han sido muy valiosos, como ha ocurrido con la versión del propio Lombardero para “Ariadna en Naxos” de Strauss en 2011, o las hermosas propuestas del español Emilio Sagi para dos obras de Rossini como “El turco en Italia” y “Tancredi”, en 2015 y 2016, respectivamente.
Pero el público del Municipal no siempre es totalmente receptivo con estas ideas, y cuando algo no le ha gustado lo ha manifestado notoriamente, en especial cuando la obra abordada es un clásico indiscutible, como ocurrió con el recordado y sonoro abucheo en la inauguración de la temporada 2009 con otra inmortal y querida obra de Verdi, “La traviata”. La última vez que se representó en ese escenario “Rigoletto”, en 2010, la propuesta del francés Jean-Louis Pichon había trasladado la acción desde el siglo XVI a la época en que fue estrenada la obra, mediados del siglo XIX, culminando en un final de tintes revolucionarios que no convenció. Considerando esto, quizás muchos esperaban que en esta ocasión este clásico volviera en su versión más “tradicional”.
Sin embargo, en su debut en Chile, Walter Sutcliffe -con buena experiencia en escenarios como la Opera de Frankfurt, el Teatro Regio de Turín y el Capitole de Toulouse y además actual director artístico de la Northern Ireland Opera- optó por una vía distinta. Una visión más contemporánea, de marcados acentos psicológicos, como explica él mismo en la entrevista que incluye el programa de sala de estas funciones. Ambientada en una época que por su look da la impresión de ser actual, tiene momentos buenos, como el segundo acto, de lograda teatralidad, mientras otros no funcionan tan bien, como la primera escena que es algo confusa y desangelada, o el último acto donde no termina de cuajar la idea de que Rigoletto y Gilda, que se supone están escondidos, están al mismo nivel escénico que los otros personajes, o que el intercambio seductor entre el Duque y Magdalena durante el célebre cuarteto “Bella figlia dell’amore” sea a la distancia, o que la furiosa tormenta aparezca apenas sugerida. También aparecen muy difusas las diferencias de clase y las barreras entre el séquito del Duque y el protagonista, y no pareció muy acertada la forma en que se perfilan algunos personajes, en especial el enfoque tan infantil para Gilda.
Las puestas en escena “modernas” de “Rigoletto” son una “tendencia” que ya se remonta a mucho tiempo atrás. Algunos han acertado en buena medida, como el también británico Jonathan Miller a principios de los años 80 en su recordada versión para la English National Opera, ambientada en el entorno de la mafia neoyorquina y donde Rigoletto atendía un bar; mientras otros han dejado mucho que desear, como hace cuatro años el publicitado enfoque de Michael Mayer en el Metropolitan Opera House de Nueva York, que transcurría en Las Vegas en los años 60 del siglo pasado.
En ese contexto, la dirección teatral de Sutcliffe en este “Rigoletto” del Municipal dista de ser completamente fallida; quizás su pretendida profundidad psicológica no va demasiado lejos y todo se queda en la superficie, pero igual no traiciona por completo las ideas de la obra ni reduce del todo sus alcances emotivos (nunca hay que olvidar que por más que la partitura esté llena de inolvidables melodías, la música verdiana está magistralmente compenetrada con lo teatral y no es sólo un desfile de “hits”). Por lo mismo, no me parece que se mereciera de manera tan manifiesta el notorio abucheo de buena parte del público al final del estreno del elenco internacional el viernes; en especial porque no sólo fue pifiado Sutcliffe, sino además dos talentosos colaboradores en su puesta en escena que sí estuvieron muy bien: el diseñador de origen suizo Kaspar Glarner, que quizás propuso un vestuario vistoso pero que puede ser bastante discutible, pero al mismo tiempo con elementos sencillos pero muy efectivos diseñó una de las mejores propuestas de escenografía del Municipal en los últimos años, que ayudó enormemente a la fluidez y dinamismo de la acción teatral, muy bien acentuada por la excelente iluminación del chileno Ricardo Castro, sugerente y atmosférica en lo dramático.
En lo personal, reconozco que a diferencia de otras puestas en escena más “innovadoras” del Municipal esta propuesta más contemporánea no me entusiasmó, pero tampoco me pareció un fiasco ni que fuera digna de ser abucheada (de hecho, el sábado en el debut del segundo elenco, la reacción de los espectadores fue mucho más positiva). Tal vez se pueda entender considerando que un amplio sector del público ya está algo agotado de que este tipo de ideas sea cada vez más frecuente en las temporadas líricas (aunque es claramente una tendencia mundial y se supone que permite llegar a otras audiencias y públicos de nuevas generaciones), o en particular porque se trata de una obra tan conocida y querida, y que en la versión del 2010 también tuvo cambios muy notorios. Tal vez en ese sentido, cuando se trata de clásicos como “Rigoletto”, una posible solución sería alternar versiones “renovadas” con otras que respeten el lugar y época originales, pero ese es un tema que seguro dará para nuevas polémicas y diferencias de opinión a futuro…
Al menos mucho más efectivo y menos divisivo es el aspecto musical, partiendo por la dirección orquestal, que en ambos elencos está a cargo del maestro chileno Maximiano Valdés, guiando a la Filarmónica de Santiago en una lectura de ajustado acento dramático, que tanto el viernes como el sábado quizás sonó un poco curiosa y no del todo definida en la mezcla de ritmos y situaciones de la escena inicial, pero luego se mantuvo muy firme y atenta al equilibrio entre la orquesta y los cantantes. Y como es habitual, el coro del teatro, dirigido por Jorge Klastornik, se plegó tan bien a lo musical como a los requerimientos actorales.
Por el despliegue vocal que exige y la profundidad dramática que alcanza, el rol titular de esta ópera es uno de los más emblemáticos e importantes del repertorio para barítono, y en esta ocasión cuenta con intérpretes muy distintos en los dos repartos. En el elenco internacional, tras protagonizar en 2015 “Los dos Foscari” regresó al Municipal el rumano Sebastian Catana, quien tiene una probada trayectoria como intérprete verdiano, pero en esa ocasión ofreció un regular desempeño, aparentemente aquejado por problemas de salud, y de hecho aún recordamos cómo en el estreno tosió indisimuladamente durante buena parte de la función. Aunque resulte curioso, parece que algo le pasa siempre al artista cuando canta en este escenario, pero en el estreno del viernes al inicio del espectáculo se anunció que estaba enfermo y cantaría por respeto al público; lo bueno es que pese a este pronóstico, Catana nuevamente ofreció buen volumen y sólo se oyeron ocasionales y muy puntuales problemas vocales, y si bien el canto es adecuado a Verdi y en lo actoral es imponente por su altura, a su encarnación le faltó dramatismo y emoción. Y precisamente en eso acertó en el elenco estelar el argentino Fabián Veloz, quien tras sus dos anteriores visitas a Chile -en 2014 para “Otello” y en 2015 en el programa doble “Cavalleria rusticana” y “Pagliacci”- ya dejó una excelente impresión en lo musical y escénico; actor comprometido y efectivo, su Rigoletto fue una figura sufrida e intensa, casi como un animal acorralado, pero denotando un fuerte lazo con su hija, lo que hizo todavía más dolorosa y conmovedora la tragedia. En lo vocal, salvo un par de ocasionales detalles en el estreno, se muestra tan contundente y sólido como en sus anteriores visitas al Municipal.
Como ya ha pasado en sus dos previas actuaciones en Chile -en 2012 en “Lucrezia Borgia” y el año pasado con su espectacular interpretación de Argirio en “Tancredi”-, el espléndido tenor chino Yijie Shi vuelve a ofrecer el canto más memorable de estas funciones: ya hemos podido apreciar su talento en el repertorio belcantista, y tomando en cuenta que no todos los tenores especializados en Rossini que han abordado el rol del Duque de Mantua (Juan Diego Flórez, por ejemplo) han conseguido cumplir por completo con las demandas musicales del personaje, que exige mayor peso y un estilo diferente, el artista asiático adapta muy bien su hermosa voz a la entrega, brillando especialmente en las muy seguras notas agudas. Si sólo se pudiera hacer un reparo en su desempeño, podría ser que en lo escénico su personaje parece más amable e incluso ingenuo y “buena persona” de lo habitual, mientras en el elenco estelar el tenor chileno Juan Pablo Dupré sí acertó en hacerlo más cínico y aprovechador; tras sus inicios como barítono en diversos roles en el Municipal, el artista nacional, actualmente radicado en Italia, ha estado desarrollando una ascendente carrera como tenor, y este Duque fue su primer gran personaje solista en ese escenario. Aún debe trabajar más la zona alta de su voz y hay otros detalles que puede seguir perfeccionando, pero se lo ve desenvuelto en lo teatral y tiene su mejor momento en la escena que se inicia con el recitativo “Ella mi fu rapita” y desemboca en el aria “Parmi veder le lagrime”.
Gilda es un rol mucho más exigente y complicado de lo que a menudo parece, y considerando las no menores demandas vocales, estuvo muy adecuadamente abordado en ambos repartos, por la soprano española Sabina Puértolas en el elenco internacional y la argentina Jaquelina Livieri en el estelar. La primera supo brillar con una hermosa entrega de su aria “Caro nome”, destacando en su fluidez y flexibilidad sonora y en la emisión y seguridad de las notas agudas; la segunda, quien debutara el año pasado en el Municipal protagonizando “La traviata”, nuevamente ofreció una expresiva entrega actoral que convence y emociona, mientras en lo vocal aunque las notas más altas no parecen ser su fuerte, sabe manejar y adecuar sensiblemente su material al personaje de manera atractiva, además de complementarse muy bien con su padre en escena, lo que hizo aún más conmovedora su interpretación.
El bajo ruso Alexey Tikhomirov ya es bastante conocido en el Municipal: desde su revelador debut en 2011 en el elenco estelar de “Boris Godunov”, ha regresado en distintas obras -en 2012 para “Don Giovanni”, en 2014 para “Otello” y “Turandot” y el año pasado en la temporada de conciertos en el “Réquiem” de Verdi; en el elenco internacional de este “Rigoletto”, encarnando al oportunista y en buena medida siniestro Sparafucile, su voz rotunda y segura, de buenas notas graves, fue nuevamente muy adecuada. En el elenco estelar regresó el bajo uruguayo Marcelo Otegui, quien ya lo interpretara en ese escenario en la versión de 2010, y nuevamente lució un material sonoro, de generoso volumen y bien proyectado.
Aunque aparece sólo en la última escena de la ópera, el personaje de Magdalena es muy importante, y estuvo bien representado en esta versión, que en lo escénico resaltó de manera muy obvia pero efectiva el erotismo femenino, en particular en la sensualidad de la contralto chilena Francisca Muñoz en el elenco estelar, quien la cantó con seguridad y desplante, mientras en el elenco internacional sorprendió gratamente la contundente y voluminosa voz de la mezzosoprano rumana Judit Kutasi, de atractivo y cálido timbre, muy adecuada a los grandes personajes que Verdi escribió para su cuerda.
Los roles secundarios de ambos repartos están muy bien cubiertos por intérpretes chilenos, destacando especialmente el excelente y vigoroso Monterone del bajo barítono chileno Ricardo Seguel en el elenco internacional, papel que este artista ya cantara en el Municipal en el “Rigoletto” de 2010, y que en el otro reparto desempeña muy bien el barítono Cristián Lorca. En otros personajes, muy acertados están los barítonos Javier Weibel y Cristián Moya como Marullo, mientras como Borsa se alternan los tenores Claudio Cerda y Rony Ancavil, y Rodrigo Navarrete y Augusto de la Maza en el rol del conde de Ceprano, estando otros roles a cargo de un mismo cantante para los dos repartos: Claudia Lepe como Giovanna, Pamela Flores como la condesa de Ceprano, Carolina Grammelstorff como el paje (que en esta versión es algo así como una secretaria o asistente del Duque) y el bajo barítono Francisco Salgado como el ujier.
Las próximas funciones del elenco internacional serán este miércoles 19 y sábado 22, mientras el elenco estelar volverá a presentarse el martes 18 y jueves 20.