Luego del rabioso show de Courtney Barnett, que sólo junto a dos músicos en escena conquistó el Espacio Centenario, vino el turno de The Brian Jonestown Massacre, la multitudinaria banda de San Francisco que trajo relajo, rock y distensión cuando el reloj marcaba las 17:45 horas.

Amparados en una mezcla de neopsicodelia, folk y rock clásico, el grupo aportó con la cuota rockera necesaria para la tarde sabatina. Llegaban como uno de los “platos fuertes ” de la jornada y desde el comienzo cumplieron la expectativa, aunque a su modo.

Lo de TBJM fue un show de rock, pero también un lapsus de relajo. Desde el comienzo el grupo coqueteó con el público. Cuando un error técnico impidió el arranque de una canción, su vocalista, Anton Newcombe, les dijo que aquello ocurría porque “nunca ensayamos“, y luego fue el percusionista Joel Gion quien tomó la posta.

Gion, vestido de riguroso negro, armado de un pandero gigante, se mostró la mayor parte del tiempo marcando el pulso de la banda, y totalmente serio. Tanto así, que incluso motivó las risas de los presentes cuando las cámaras le enfocaban la cara. Él, ensimismado, se dedicó a interactuar a su modo, haciendo muecas que, proyectadas en la pantalla gigante, tenían efecto directo.

El hombre del pandero casi no emitió palabras, sólo sonidos y muecas y caras frías para cuando algo no salía como estaba planificado. ¿La respuesta de los asistentes?: sólo risas.

El concierto de TBJM finalizó entre aplausos. Fue uno para agitar la cabeza pero también para jugar y disfrutar de cosas simples. Como ver a un hombre hacer caras serias frente a una multitud fiestera.

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