En el reino de las sagas, no hay Navidad sin libros bajo el árbol: desde la posguerra, Islandia, uno de los mercados más pequeños de la edición, celebra cada año antes de las fiestas: el Jolabokaflod.

Literalmente “río de libros de Navidad” en islandés, esta tradición recuerda el “Superjueves” que tiene lugar en Reino Unido cada primer jueves de octubre, pero de una magnitud incomparable: las dos terceras partes de los ejemplares se publican en noviembre y diciembre.

En las librerías o en los supermercados, cientos de nuevas publicaciones se encuentran rebajadas, una tradición vital para la industria editorial en un país de 360.000 habitantes donde se paga 50 euros por una novela (55 dólares).

Después de la cena familiar del 24 de diciembre, es el momento de la lectura junto a la chimenea con, muy a menudo, la última novela policíaca de Arnaldur Indridason, un éxito de ventas en su país natal casi continuamente desde 2000.

“La literatura es muy importante en Islandia y es, creo, la forma de arte con la que todo el mundo se identifica”, explica Sigrún Hrólfsdóttir, artista y madre de familia.

Su hija y su hijo, Dúna y Gudmundur, ya eligieron sus libros sobre el “Bokatídindi”. Distribuido en todos los buzones del país, este catálogo de 80 páginas propone novelas, poemas, y libros juveniles, entre otros.

Cerca de siete de cada 10 islandeses compran un libro o más como regalo de Navidad, según un estudio de la asociación de editores islandeses.

En su edición de 2019, el catálogo propone 842 nuevas publicaciones.

‘Ser islandés es leer’

La tradición del Jolabokaflod tiene su origen al final de la Segunda Guerra Mundial. Islandia, entonces pobre, limitó las importaciones para evitar la deuda de los hogares en 1945. Pero el papel, por su parte, siguió siendo barato y los libros remplazaron a las muñecas y trenes eléctricos bajo el árbol navideño.

Islandia acababa de emanciparse de casi siete siglos de dominación noruega y después danesa.

“Existe una relación entre los debates sobre la importancia de la literatura durante la lucha por la independencia y la búsqueda de identidad islandesa: para ser islandés, había que leer libros“, cuenta Halldór Gudmundsson, escritor y expresidente de Forlagid, la mayor editorial de Islandia.

Si bien los libros se publican más regularmente durante el año, el Jolabokaflod es un periodo crucial: en 2018 supuso casi el 40% del volumen de negocio de los editores islandeses, según el instituto islandés de estadística.

Como comparación, las ventas de Navidad representan una tercera parte del volumen anual en Reino unido y una cuarta parte en Alemania, los dos mayores mercados de Europa.

“Si esta tradición muere, el sector islandés de la edición muere”, reconoce Páll Valsson, director de publicación en Bajartur, segunda editorial del país, para la que el Jolabokaflod representa el 70% de sus ingresos anuales.

La escritura en la sangre

Ante tal abundancia, es difícil hacerse un hueco.

“Hay muchos buenos libros perdidos entre la masa”, reconoce Lilja Sigurdardottir, autora de thrillers, traducida principalmente al inglés y al francés.

Islandia, el país menos poblado de Europa, es en cambio el que publica más nuevos libros per cápita en el mundo, por detrás de Reino Unido, según la asociación internacional de editores.

Uno de cada 10 islandeses publica un libro a lo largo de su vida.

Y los islandeses son por naturaleza grandes lectores. La isla cuenta con 83 bibliotecas y desde 2011 se les dedica un día nacional cada año a principios de septiembre.

Un mercado del libro en dificultad

La increíble marea de libros del Jolabokaflod -una mayoría de ellos novelas- se comparte durante unos dos meses en los supermercados del país: en medio del pasillo de galletas o de congelados sobresale un puesto de cientos de libros normalmente inexistente.

Un reparto que hace más asequibles bienes relativamente caros el resto del año. Para comprar un libro se necesitan 6.990 coronas (52 euros, 55 dólares), más del dobles del precio en Francia o Reino Unido.

“Es más difícil comprar tantos libros por lo general, la gente se arruinaría”, explica Brynjólfur Thorsteinsson, de 28 años, vendedor en la librería Mál og menning en Reikiavik, una de las más antiguas de Islandia.

A esto se añadió el alza del IVA del 7 al 11% en 2015 y los costes de impresión y de importación. Como en Islandia prácticamente no hay bosques, los libros deben fabricarse en el extranjero.

Y al igual que en otros lugares, los editores y libreros atraviesan dificultades, con las ventas de libros reducidas casi a la mitad desde 2010.

Para apoyar al sector, el gobierno decidió este año rembolsar el 25% de los costes de producción de los libros publicados en islandés.