La novela de Matías Correa pareciera que divaga, que se pierde (como si llenara páginas sin sentido aparente), que sigue un hilo que se enreda, que se corta, para luego seguir. Todo ello sin perder interés, sin dejar de atraer, de hacernos buscar el hilo y el sentido.

Muy bien escrito, Alma trata de una familia disfuncional afectada por el Mal de Searle, una especie de Alzhéirmer que afecta a personas jóvenes.

La enfermedad, que afecta originalmente al padre, hace que cambien los roles (la madre tiene que hacer de proveedora y de padre y, aparentemente, poco de madre), y que surja la necesidad de contener y mantener de alguna forma esa identidad patriarcal que se diluye, que se escapa (Él es pintor, creador; ella monta una empresa dedicada a rescatar memorias, las historias de personas fallecidas o próximas a fallecer).

Junto con ello, los temas de relaciones y afectivos- provocados por un padre que está pero no está, una madre que tiene que ser proveedora e hijos que tratan de sobrevivir cada uno a su modo y en su mundo- están siempre latentes y van conformando una atmósfera donde la distancia (la desafección), y ese ser sin memoria (y por lo tanto afectivamente dañado), impregna casi todo.

Una novela escrita como la memoria, divagando, saltando de temas, introduciendo hechos aparentemente irrelevantes, y reflejando de manera cruda los efectos emocionales de la enfermedad, del desapego.

Alma logra en forma sutil adentrase, a través de la familia Lorca Weltt y de la enfermedad de Mal de Searle, en los efectos prácticos y afectivos de una “pérdida” en la que no puede haber duelo, de una situación que no se puede cerrar o superar. Un símil a lo que pasó con los detenidos desaparecidos.

Alma

Matías Correa
Literatura Random House
Santiago de Chile, octubre de 2016