Violeta Parra: Poesía que me has de vivir… Violeta es generosa, lo sabemos.

Por Marcel Socías Montofré

Y es Parra, lo disfrutamos. Porque la creatividad le viene por genes en tierra fértil. Cruza de sur a norte y de hermano en hermano hasta llegar a la última hoja. Se hace familia y crece al amparo de un talento innato, de una voz que tiene alas y desgarro, que le sale por sonido y por sentido.

Por eso se agradece la oportunidad, se aplaude y se baila con mirada atenta la recopilación de su obra poética, feliz iniciativa de Paula Miranda –en la Editorial de la Universidad de Valparaíso- de rescatar su extraordinaria capacidad de jugar con las palabras como quien siembra en una jardinera para darle gracias a la vida.

En palabras de su autora, “este libro también invita a abandonar la idea de considerar sus textos simplemente como letras tributarias de la música, y apreciarlas como poemas propiamente tales”.

“Poesía erguida”, como la llamó Octavio Paz. O en palabras de Raúl Zurita: “como en lo mejor de Neruda, pero solo en lo mejor de él, en Violeta Parra, la más humana de nuestras poetas, hay algo inhumano, es como si su poesía la dictaran otras cosas; la primavera, el invierno, el viento. Si los demás nos llamamos poetas, ella sobrepasa esa palabra y habría que ponerle otra… y si a ella la llamamos poeta los demás tenemos que cambiarnos nombre, ella es de otro linaje, de otra estatura”.

Y así se van sumando los homenajes y palabras pobladas de ese país intenso y extenso que fue en sí misma Violeta Parra, el poema-canción de sus más de treinta y cinco discos, sus Décimas. Autobiografía en versos chilenos, la espectacular recopilación de su Poésie populaire des Andes, sus Cantos folklóricos chilenos y Las últimas composiciones.

Pero Violeta es infinita, pulso vital y pasión de temple creativo. Tal como ella misma lo expresa en entrevista a la Radio de la Universidad de Concepción, “amo y venero el canto a lo humano y a lo divino desde el punto de vista del texto literario y desde el punto de vista musical”.

Por eso también el libro es pródigo en versos sonoros, exquisita mezcla de la letra impresa con el movimiento de los ritmos nortinos, la sirilla chilota, las polkas y habaneras, toda aquella cosecha que logró después de recorrer toda la “comarca -como escribiera su hermano Nicanor-, desenterrando cántaros de greda y liberando pájaros cautivos entre las ramas”.

Así también se suma la voz de Pablo De Rokha para homenajear “su folklore, su snob, donde se entronca en la Picaresca española, construida con la entraña popular, interfiriéndolo; un catolicismo más pagano que cristiano, llora, sonríe, brama en el subsuelo; aquel humor feliz de sentirse desventurado de coraje dramatiza la guitarra y de tan ingenuo es macabro, como la gárgola de la Catedral Gótica, como Rabelais o como el Aduanero Henri Julien Rosseau, o Bosch, el fraile terrible”.

Es Violeta, mucho más que la canción. Es palabra y construcción del texto, movimiento de amor y desgarro que se esparce por las hojas de un libro único y tentación, un libro para sumergirse y sentir el aroma de la lluvia sur, del desierto norte, los amores del angelito, la cueca larga, el jilguerillo, las epístolas en verso para Nicanor, el sacristán, el jardín de la Totito, la primera versión de Gracias a la vida y ese Chile que ella ama tan profundamente como desprecia la injusticia a contrapunto.

Es Violeta, la que “nació mito –en palabras de Gonzalo Rojas-… Carácter es destino, esa fue Violeta Parra desde su mocedad. Altivez y modestia, me cautivó ese tono suyo. Tradición invención: ese fue el pacto que la hizo única”.

Es Violeta, es su poesía… palabra que siempre no has de vivir.