Se habla de “crisis sanitaria”, y es verdad. O más bien, no es mentira. Pero sabemos que detrás de “esa” verdad, hay muchas otras que, los grandes poderes y el espíritu gregario –borrego-, prefieren no ver. Al menos en forma pública.

Ética

Más del origen real del virus, y de la hipótesis (con muchos cuestionamientos) de que éste habría salido accidentalmente de un laboratorio donde habría sido creado, no se cuestiona el que se puedan hacer estas manipulaciones ni se discute sobre los límites éticos que debieran tener las acciones humanas respecto a la ciencia. ¿Se puede hacer lo que se quiera? ¿El mercado regula lo que se hace y lo que no se hace? Es decir, ¿“todo vale” si es rentable o se alguien está dispuesto a financiarlo?

Incluso si se llegara al consenso de que el mercado regulara lo que se hace y lo que no, ¿qué reglas hay para establecer responsabilidades sobre los peligros que estas acciones conllevan, las formas de reparación o compensación frente a daños que pueden provocar accidentes o errores?

La “ética” del mercado pareciera ser la de “cada cual se salva como puede” o “la ley del más fuerte”. En este caso, las grandes potencias o bloques, las grandes empresas y trasnacionales – los mayores beneficiados del Mercado- se salvan, el resto paga los costos más altos o muere en el intento.

Democracia

Después del surgimiento del Covid-19, suponemos que en China manipularon la información (y sancionaron a las personas que osaron advertir en forma pública del peligro) y manejaron la situación mostrando sin pudor cómo controlan la vida de los individuos. Resulta que “ahora” se hace evidente que China es una dictadura –capitalista, de la época comunista queda su carácter de dictadura y el partido único-, pero, claro, como es fundamental para el “Mercado” internacional y las grandes empresas, es un detalle poco relevante.

Después de la Segunda Guerra Mundial, la humanidad dio importantes pasos al defender la Democracia y proclamar los Derechos Humanos (dos aspectos indisolubles). Hoy el Mercado se ha transformado en un serio peligro tanto para la Democracia como para los Derechos Humanos, al imponer un darwinismo brutal.

Y quiero ser claro en mi postura. No es el Mercado en sí el que atenta contra la Democracia y los DDHH, sino la particular evolución que ha tenido éste, sin ninguna limite a la concentración de poder. Un poder que está incluso sobre las grandes empresas y transnacionales. Es el poder del Sistema Financiero, que no ve producción, ni productores, ni servicios, sino sólo números, los números del dinero y el poder.

Hoy como nunca, un grupo reducido de la población tiene tanto poder. Y la democracia tiene puntales centrales en la distribución de poder y en la valoración del individuo como ser único. Es decir, este tipo de mercado es incompatible con la Democracia y los DDHH.

Un aspecto fundamental, para el funcionamiento de este modelo de Mercado, es exacerbar el individualismo y la fragmentación social, porque en la medida que se rompe el tejido social (Chile es un ejemplo de ello) los grandes poderes tienen menos contrapeso.

Esta fragmentación anula una parte central del ser humano: su aspecto social, colectivo, la pertenencia a un grupo, a una cultura, a determinadas identidades.

La fragmentación social es un proceso que viene hace mucho tiempo, y en él han influido muchos factores. El teléfono, por ejemplo, hizo que la gente ya no “necesitara” reunirse tanto cara a cara (“Las dos Luisas”), o el “personal stéreo”, que ensimismó a sus usuarios. Y así, podemos tener una larga lista que ha llevado que cada cual haga tenga sus equipos, sus cosas, etc., para ser “autónomo”, “autosuficiente”. O más bien, tener esa sensación, gracias al mercado, de “libertad” para elegir.

Individualismo uniformado

El Mercado ha creado un sistema donde creemos tener grandes libertades para elegir… pero es la libertad que ha definido un gran supermercado, una gran multitienda. Es la “libertad” que cabe en ellas, la libertad definida por las grandes empresas, transnacionales, la tarjeta Visa u otra similar. Pero lo que no cabe en ellas, lo que no se puede pagar con dinero virtual, languidece y está condenada a sobrevivir a duras penas o desaparecer (y si crece, a ser comprado por un grande).

Es tan fuerte este modelo de Mercado, que la gran parte de los ricos compran las mismas cosas: las mismas marcas de auto, de ropa, etc. A pesar de tener los recursos para acceder a lo que de verdad les gusta, “eligen” lo que el mercado les “ofrece” para el segmento al que pertenecen (léase, para el poder adquisitivo que poseen).

Consumidor borrego

El sistema nos ha llevado a consumir sin pensar, sin sentir lo que realmente necesitamos o queremos (tenemos que comprar antes que se termine la “oferta”, o hacernos parte del “tú quieres, tú puedes”).

¿Por qué hay colas para comer en el McDonald si se sabe que no son productos de calidad? He visto en la fila autos caros, carísimos, esperando para pagar. Entonces no es un tema de precio…

En definitiva, es el mercado el que está definiendo nuestros gustos y nuestras identidades al definir cada vez más nuestros “universos”. Y en la medida que se restringen las libertades –por ejemplo a través de una saturación de estímulos, fomentando las adicciones o dificultando el acceso a otras realidades- de distinto tipo, menos posibilidades tendremos de escapar a un mercado que invade, copa, trasgrede la privacidad.

Covid-19

La cuarentena, el aislamiento, pueden ser grandes potenciadores del actual sistema. Por un lado, llevarán a la quiebra a miles de pequeños y medianos negocios y empresas, lo que permitirá a los grandes crecer aún más, llenando esos espacios.

Por otro lado, puede acentuar el individualismo y el “consumo” desde casa (delibery), incluida la cultura: museos, conciertos, teatro… todo sin moverse de la casa (algunos recordarán la publicidad “y ni me moví del escritorio”). De esta forma, los grandes museos, compañías de teatro, etc., podrían tener grandes audiencias virtuales, y dejar lo presencial cada vez más restringido a élites privilegiadas.

Porque para que el modelo sea sostenible, se requieren grandes volúmenes, y lo presencial ya no es suficiente. Algo que sólo lo pueden garantizar unos pocos, a escala de país, de continente o mundial.

Esto lleva, a un perfeccionamiento en la “producción masiva”. Hoy, por ejemplo, un gol del Barcelona o el Real Madrid, que cuesta cientos de millones de pesos, no sólo lo ve el estadio lleno de espectadores que han pagado entradas carísimas, sino millones de personas en todo el mundo lo ven a través de televisión pagada. Y también ven la publicidad de las camisetas y la del estadio, además de la que pasan por el canal de televisión.

De la misma forma, pasa con el cine y con diversas expresiones culturales: sólo tendrán verdadero sentido si llegan al televisor, a la pantalla del computador, de manera de multiplicar espectadores.

Encerrados, sólo podemos acceder a lo que está en internet, en forma individual (dejando rastro de todo lo que vemos, “consumimos”, compramos). Las redes, los vínculos, se hacen más débiles. Porque todas estas experiencias son cada vez más individuales, se es cada vez más espectador pasivo.

La Cultura de hacerse los lesos

La cultura, como cualquier actividad, requiere recursos. Y en un sistema de Mercado, tiene que integrarse a éste, sea mediante donaciones (fondos estatales o mecenas) o a través de ventas. Lo que supone, entre otras cosas, no criticar el sistema, o hacerlo de manera inofensiva. Como un simple gesto que, en rigor, tiene el mismo efecto que dar limosna a la salida de la iglesia.

El mercado –no los individuos, sino las empresas- está “seleccionando” qué es bueno, a qué se puede acceder y lo que queda fuera. El mercado está definiendo la cultura, y nos estamos haciendo los lesos. Y con el Covid-19 esto, lo más probable, es que se vaya a acentuar.

¿La esperanza es el aburrimiento?

Hay esperanzas. Veo esperanzas en el aburrimiento, en que, al atenuarse los altos niveles de estímulos a los que nos vemos normalmente expuestos, tengamos espacio para pensar y sentir de otras formas. Que podamos escucharnos –a otros y a nosotros mismos- en nuestras verdaderas motivaciones, intereses profundos. Que definamos cuáles son nuestras verdaderas necesidades.

Claro, este aburrimiento que permite hacerse esas preguntas y ser creativos es un “aburrimiento burgués”, porque necesita no tener factores de estrés como es estar confinados y con problemas económicos, por ejemplo. Requiere tranquilidad, no tener presiones económicas y un espacio –físico- personal, tranquilo, que permita hacerse esas preguntas y tener tiempo y condiciones para responderlas.

El aburrimiento tiene riesgos –la depresión, entre otras-, en especial para los vulnerables, los de siempre.