Caminaba por la calle cuando, de improviso, se generó una gran conmoción. Un “quiosquero” veía el partido de fútbol entre Argentina y Nigeria (los pongo en orden alfabético). Habían cobrado penal a favor de los africanos lo que despertó gran expectativa entre vendedores ambulantes y transeúntes que se agolparon frente al televisor (para incomodidad de su dueño).

Es difícil dscribir lo que expresaban -o lo que yo percibí- esas 12 o 15 personas que mostraban unas ansias y una… ¿alegría? que daba la impresión que favorecía directamente a Chile, a nosotros.

Nunca había visto a tantos compatriotas “hinchando” a favor de un equipo de jugadores de color. Dudo que un porcentaje significativo conociera siquiera un solo jugador nigeriano antes del inicio del mundial, pero ahí estaban alentándolos. Desde fuera, ayer se hubiera creído que Chile no es un país racista (A contrapelo de lo que muchas personas de color, los peruanos, bolivianos, haitianos, venezolanos y muchos orientales han vivido en estas tierras).

Las razones para que tantos compatriotas quisieran y gritaran para que Argentina perdiera pueden ser muchas (espero que no sea el que gracias al trasandino José de San Martín y muchos argentinos logramos la Independencia hace 200 años).

Algunos esgrimen que los argentinos se han burlado de la selección chilena cuando quedó eliminada (olvidando lo que pasó las dos veces que Chile ganó la Copa Sudamericana, la arrogancia de algunos de nuestros jugadores como de muchos hinchas, y algunos gritos verdaderamente vergonzosos). Parte de la madurez es darse cuenta de los efectos que tienen nuestros actos (cosa que también podríamos decir de otras hinchadas) en los demás. También es parte de la madurez saber ponderar y discriminar sobre la importancia de los hechos (y sí, puede ser que esto sea irrelevante, pero va en escalada).

También podríamos pensar que el “sistema” nos lleva a una sociedad extremadamente individualista y competitiva. Entonces, si no logras que te vaya bien a ti, si no puedes ganarle al vecino, lo menos que puedes desear y esperar es que le vaya mal. Que le gane otro que vive en un barrio lejano.

Lo vivido ayer, en distintos grados, se ha repetido con Perú, Colombia y Uruguay. Es posible que se haya salvado Brasil (está lejos, no hablan castellano y son demasiado grandes y buenos para el fútbol como para desearles mal) o México.

En síntesis, nos comportamos como isla y como malos vecinos. Vecinos envidiosos que, frente a nuestras propias incapacidades, les deseamos mal a nuestros vecinos (sudamericanos), sin entender que a Chile no le puede ir bien si al “barrio” le va mal.

Una imágen (para los individualistas y capitalistas): una muy buena casa en un mal barrio valdrá mucho menos que en un buen barrio. Además, se vivirá mejor en esa misma casa si está en un buen barrio. Y entiendo por un buen barrio uno donde las relaciones son amables, donde los vecinos de ayudan y colaboran cuando alguien tiene problemas, preocupados de la seguridad colectiva, etc.

El espíritu insular de Chile, introspectivo y callado, este sentimiento de inferioridad, la envidia, sumado a un individualismo extremo, se constituyen en barreras casi insalvables para transitar a convertirnos en un país desarrollado y, en especial, en una sociedad feliz. Donde la felicidad sea profunda y no hecha de mezquindades.

El partido de Argentina con Nigeria evidenció un aspecto cultural chileno que es un grave problema para la integración latinoamericana y para lograr ser un país feliz (y desarrollado).

Lo anterior requiere de políticas y acciones concretas para cambiar nuestro espíritu, nuestra cultura, y la forma de relacionarnos, por nuestros vecinos pero en especial por nosotros mismos.