El trabajo de Andrés Labarca, como director e intérprete, sintetiza de gran manera una propuesta en la que reina la lógica del absurdo.

Su capacidad corporal y expresiva logra el milagro de dar a entender un relato complejo y sin texto, que convierte episodios de la vida cotidiana en una trampa sin derecho a escape.

Porque todos los objetos que se utilizan en la obra y los hechos que ocurren en el escenario son absolutamente conocidos: escala, radio, cajas, un velador, cajones, otros muebles…

Pero como son instalados y usados de una manera muy poco habitual, incluso, extravagante, estimulan una doble o triple interpretación de la realidad o mirar el universo desde varios puntos de vista.

Las escenas se crean en la línea de ese humor que saca sonrisas y, eventualmente, risas y carcajadas, donde lo absurdo ocupa un espacio sencillo y precario que también requiere ser desentrañado de una manera inteligente.

Todo muy en consonancia con una propuesta de circo contemporáneo, muy teatral en su construcción, donde el trabajo de interpretación resulta especialmente vital para traspasar una historia sin pronunciar una sola palabra.

GAM
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Simetrías asimétricas

El universo sonoro de Lola Lacanal, la música de Jean Paul Mengin y la iluminación cotidiana de Yuri Canales son recursos técnico-artísticos complementarios y fundamentales para una obra que se inicia armando un espacio hogareño desde la nada y lo informe.

En el centro del escenario, cubiertos por una tela, se amontonan los más diversos objetos que Mengin, también actor, va descubriendo, uno a uno.

A continuación, todo se vuelve extraño y crispado, en cierta medida, ya que las funcionalidades se desordenan, además de transformar el sentido habitual de las cosas en una suerte de ridícula convención.

Especialmente, cuando Andrés Labarca desarrolla su trabajo actoral: desmadeja su cuerpo, lucha con la fuerza de gravedad, acepta ser convertido en soporte de objetos y ser manipulado por el personaje de Mengin y su afán obsesivo de restablecer cierta normalidad.

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Desaparece la simetría y la tranquilidad hogareña, todo adquiere un tono y sentido distinto, como si la pregunta fuera ¿por qué no pueden ser las cosas de esta otra manera?

Hay ironía y sentido del ridículo, una percepción que el espectador podrá tener al margen de conocer o no a Marcel Duchamp, el artista francés cuya pintura “Desnudo bajando la escalera” es la referencia conceptual de Andrés Labarca para este montaje.

Una propuesta novedosa y entretenida en una cartelera escasa en sorpresas bien logradas; un trabajo escénico preciso en una matriz donde el ordenado desorden se emparenta con el absurdo.

Y un actor -Andrés Labarca- que logra que una historia que se narra desde la inteligencia pase de verdad a través de su cuerpo, entendido como instrumento interpretativo, algo que tampoco es muy habitual.
 

Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM). Alameda 227.
Jueves a domingo, 20.00 horas.
Entrada general $ 5.000
Estudiantes y tercera edad $ 3.000.
Hasta el 1 de Octubre