Por Martín González Bravo

La primera vez que viajé a Chiloé decidí buscar por mí mismo algunos lugares especiales. Hace unos días había ido a una pequeña oficina municipal en Castro a informarme de aquellos destinos turísticos (destinos que más adelante ocuparía de referencia), a los cuales podría acceder sin recurrir a un tour propiamente tal, y pese a que por ese entonces era mi primer mochileo, estuve los primeros días en un hostal para poder planificar una ruta segura y no morir en el intento.

Antes de partir desde Valparaíso a Puerto Montt para cruzar a Chiloé, había visto imágenes de localidades de Castro que me evocaban un sentir especial; ví prístinos prados, animales y gente de campo en sus terrenos. Esa era la idea de mi “Chiloé fotográfico”, un Chiloé natural, recorrido a pata, descubierta, solitaria y campestre. Es ahí cuando decido ya estando en Castro dejar los destinos más populares para el final y anotar en mi croquera nombres de localidades “campestres” de la ciudad, preguntando en la plaza municipal del centro a los transeúntes.

En el terminal decidí tomar cualquier microbús que pasara por algunas partes que tenía anotadas en papel. Sin destino fijo dentro de Castro, y sin ánimos de quedarme mucho tiempo en un solo lugar, para así poder alcanzar a tomar un microbús de vuelta o hacer dedo a una hora prudente. Es así como al ver por la ventana que iban apareciendo hermosos prados en la ruta, decidí bajarme en medio de la carretera para fotografiar lo que veía; ya habría tiempo para empezar a hacer dedo y seguir la aventura por pequeñas localidades.

Fue así como llegué a Puacura, donde pedí permiso a una familia para fotografiar sus tierras (Claudia, Martín y sus hijos se convertirían en mochileos siguientes, en una familia muy querida hasta el día de hoy). Ellos me indicaron algunas rutas y emprendí hacia la península de Rilán, donde visité su iglesia recién restaurada, parte de sus costas y embarcaciones.

Cuando la tarde caía, amablemente pude obtener transporte por Huenuco en dirección a Castro, y entre senderos naturales, me topé con maravillosos cielos que se debatían entre los últimos rayos de sol y una llovizna ligera. Un tractor tirando de una casa en el camino sin asfaltar, ovejas y algunos pobladores construyendo una vivienda a la orilla del camino, eran parte del paisaje final que fue captado antes de que cayera la noche. Ese término de jornada fue uno de los más significativos, donde sin planificación alguna, accedí a aquello que para mí era la esencia inicial de todos los viajes que vendrían posteriormente, por la Isla Grande de Chiloé.

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