En una vasta clase media, en todas las naciones, predomina una sensación de injusticia.

Texto de Rafael Guiloff

Pankaj Mishra, crítico hindú, ha publicado muy recientemente este libro, que se ha convertido en uno de los libros más leídos en los EEUU, el cual ya se puede obtener en idioma español.

La tesis central de “La edad de la ira” es que, actualmente, se estarían corroborando las más sombrías visiones de los críticos sociales del siglo XIX, que condenaron el capitalismo moderno como una cruel maquinaria para el crecimiento económico y el enriquecimiento de pocos, oponiéndose a aspiraciones humanas fundamentales como la estabilidad, la comunidad y un mejor futuro. Esto ha dado lugar a fenómenos que aparentan ser dispersos pero que se explicarían por la animosidad y el odio que, de maneras a veces violentas, a veces latente, han traído a ISIS, a los francotiradores en universidades y colegios de los EEUU, a los atentados en Europa y el Oriente Medio y a la elección de Donald Trump.

La guerra civil global que estamos viviendo según “La edad de la ira”, es ubicua, endémica e incontrolable, sin campos de batalla ni frentes fijos. Ocurre cuando, por primera vez en la historia, casi todas las personas del planeta tienen un presente común y hay una sensación que todo está fuera de control, que elites arrogantes y fraudulentas humillan a la gente, sensación que traspasa las líneas de las nacionalidades, las religiones y las razas.

Surge, entonces, un mesianismo revolucionario impulsado por el deseo de lograr una solución inmediata y definitiva, el cual denuncia la distribución muy desigual de los beneficios económicos que genera el capitalismo.Se afirma también que hay una percepción de competencia total, cada vez más acelerada, sobre terrenos desiguales, una guerra de todos contra todos, lo cual produce un tremendo incremento en odio mutuo y una irritabilidad universal.

Frente a esta decepcionante realidad, se opta por seguir a líderes carismáticos y populistas que explotan el resentimiento, creciente en la mayoría de las sociedades.

Miramos perplejos y nos preguntamos: ¿Cómo es posible que haya gente opuesta a la modernidad y a los muchos bienes que tiene para ofrecer a todos, por todas partes? ¿Cómo es posible que haya gente que no aprecie la igualdad, la libertad, la prosperidad, la tolerancia, el pluralismo y el gobierno representativo que la modernidad nos ofrece y, en cambio, ataque virulentamente el sistema que nos brinda todos los bienes mencionados?

Pareciera, dice el autor siguiendo a Rousseau y su crítica en el siglo XVIII, que la dignidad perdida y el deseo por la gloria y el reconocimiento, motiva a los humanos más que lo económico. La ciencia, la tecnología y la división del trabajo han generado una sociedad de individuos ricos pero espiritualmente pobres, reduciéndolos a meros fragmentos, marcados por los trabajos que desempeñan o por su conocimiento especializado.

En teoría, las personas han sido liberadas de las ataduras tradicionales, pudiendo desplegar sus capacidades, moverse libremente, elegir su ocupación y comprar y vender. En la práctica, la mayoría encuentra que las nociones de individualismo y movilidad social son irrealizables, sintiéndose parte de un “precariado”, ante la presencia de masivas disparidades en el poder, la educación, el status y la riqueza.

Galaxia Gutemberg (c)

Dice también Mishra que las circunstancias descritas son cada vez más explosivas. Las desigualdades crecen y no se ve un remedio político para ello, lo cual da lugar a un resentimiento manifiesto en las sociedades. Las elites, supuestamente cosmopolitas y desenraizadas, se convierten en un objeto de odio, funcional a las necesidades de una época de crisis.

Las ideologías del socialismo, la democracia liberal y la construcción nacional pierden su coherencia y atractivo, dejando el espacio para que se presenten actores políticos móviles y dispersos, que crean violentos espectáculos en el escenario mundial.

Es el anarquismo de los desheredados y de los que se sienten superfluos, el nihilismo del lobo solitario. Emergen individuos desafectados, globalmente, que realizan actos de extrema violencia contra sus supuestos enemigos. Para ellos la violencia lo es todo pues carecen de una visión de una realidad política alternativa. Hay quienes caracterizan estas expresiones como una guerra civil global o como una jihad global, donde las organizaciones extremistas encuentran sus reclutas entre los jóvenes desempleados e inempleables, fácilmente y en todas partes.

Podemos disentir de lo planteado en “La edad de la ira” viendo que, a pesar de las desigualdades, el número de pobres en el mundo es cada vez menor, por lo que no deberíamos ser pesimistas en ese aspecto. Sin embargo, atisbamos como cierto que, no necesariamente entre los más pobres sino en una vasta clase media, en todas las naciones, predomina una sensación de injusticia. Sabemos que la injusticia es la emoción que provoca la ira.

Gente educada siente que el sistema imperante la ha traicionado y que cada vez las tareas de la existencia le exigen más, son más aceleradas, más inciertas y le obligan a competir de manera total, sin consideración por los demás. Puede ser que estos hechos no sean tan críticos como postula el libro y que no sean los factores determinantes en la violencia que se multiplica por el mundo. No obstante, lo expuesto en “La edad de la ira” nos llama a la atención sobre estas peligrosas tendencias universales.