No hubo rastros de “banderas colorás” en el homenaje a Violeta Parra de la obertura de Viña 2017, pero sí luces de Isabel y Tita Parra vestidas de rojo en escena, al final del tributo, cantando “El día de tu cumpleaños” y entonando, con ímpetu envasado y en playback, la última línea de una de las canciones más bellas de la autora: “Que viva tu nacimiento / bello botón de rosal / Por la voluntad del cielo / ¡que vivas cien años más!“.

De inmediato un aplauso fuerte y gélido en la Quinta Vergara. Y luego, un alevoso mantra de los animadores a nombre de Violeta y su descendencia, y de Consuelo Schuster, Claudia Acuña, Camila Gallardo y Paz Binimellis, las otras artistas que agitaron dentro de sus posibilidades un homenaje cómodo, alejado en esencia de su inspiradora.

¿Por qué se ven simplistas (no sólo en Viña, en todas las grandes instancias) los homenajes a nuestros grandes próceres culturales? El hedor del tributo a los poetas estaba fresco en la Quinta Vergara antes de la irrupción de las bailarinas y sus telas (pieza angular en este tipo de saludos a la bandera), en un show más cercano a “Rojo Fama Contra Fama” que a la mística centenaria de la voz de El Gavilán.

Con un juego de luces irrelevante y un medley que recogió las postales sonoras conocidas de la artista, con cero alusión a su trabajo plástico y menos a su rol fundacional como recopiladora y divulgadora, Violeta posó inerte en imágenes que se proyectaron en las grandilocuentes pantallas LED, pero sin un solo mensaje, ni explícito ni implícito. Surge una pregunta incómoda: ¿debemos prepararnos para este tipo de tributos en el año de su centenario? La duda cabe: fue la propia familia la que aprobó el acto, la misma que encabeza las celebraciones más importantes.

El evento completo se redujo a las miles de veces que la palabra playback fue repetida en redes sociales durante una instancia que pudo ser única en términos de divulgación: en el escenario más importante de Chile, otra vez no fuimos capaces de mostrarle al mundo una noción coherente y empática de la obra de Violeta Parra, legado cultural invaluable del que todavía se erigen aristas desconocidas, como su conexión con el mundo Mapuche.

¿Una propuesta? Recoger las enseñanzas aprendidas de los hermanos Ibarra en materia de montajes colectivos y coros ciudadanos, como Numancia, o acudir directamente a ellos para presentar, en “el escenario más grande de América”, un adelanto del montaje que preparan junto a Ángel Parra y el Museo Violeta Parra sobre su obra. Algo saben del tema, aunque al parecer el problema no va por ahí. Quizás, Violeta simplemente es incómoda para el establishment y su engranaje. Quizás, es más fácil que el centenario pase rápido y que los 100 años se celebren en el GAM con zancos y conciertos gratuitos, con discursos y actos oficiales mientras las canciones y arpilleras se vuelven cada vez más inaccesibles en plataformas digitales y viejos museos. Que pase pronto el siguiente ídolo, y que reciba gustoso su veneración áspera. Violeta Parra, esto es indiscutible, 100 años después sigue hablando de nosotros mismos.