La medición del tiempo fue una preocupación constante desde los albores de la humanidad, pero el “Año Nuevo” no siempre se celebró en la fecha en que actualmente lo hacemos.

En una etapa muy temprana, los calendarios y fechas significativas estuvieron basados en los ciclos de reproducción de los animales y de maduración y cosecha de las plantas, quedando plasmados en las cuatro grandes celebraciones celtas tradicionales.

El 2 de Febrero, “Imbolc” (Fiesta de la Candelaria); 1° de Mayo, “Beltane” (Coronamiento de Mayo); 1° de Agosto, “Lugnasad” (Fiesta de las Primicias), y 31° de Octubre/1° de Noviembre, “Samhaim”, el fin del Verano (la vigilia de “Todos los Santos”, “All Hallow’s Eve“, “Halloween”), que era la fecha del “Año Nuevo Celta”.

Calendario Celta
Calendario Celta

“Esta ancestral división del tiempo no tiene ninguna conexión con la siembra o la cosecha, ni con los solsticios y equinoccios, pero en cambio señala el comienzo de las dos estaciones de apareamiento de los animales, tanto salvajes como domésticos. Por tanto, corresponde a los períodos de caza y pastoral, y es en sí misma, indicación del extremo primitivismo del culto, revelando lo antiguo de su origen, que posiblemente se remonte a la época paleolítica” (M. Murray: 1931).

Cormac, arzobispo de Cashel en Irlanda, en el Siglo X, señaló que “en su tiempo, se encendían cuatro grandes fuegos en los cuatro festivales de los Driudas, es decir, en febrero, mayo, agosto y noviembre”.

Así, ese antiguo “Año Nuevo” se celebraba a la mitad del tiempo entre el Equinoccio de Otoño (“Mabon”) y el Solsticio de Inverno (“Yule”) en el hemisferio norte, dando cuenta del fin de la vida del verano y el comienzo de la “muerte invernal”.

Su importancia simbólica permanece –subyacente y muy deformada– en el actual “Halloween”.

Según testimonio de Guillermo de Auvernia, en el Siglo XIII, era fecha de la “procesión de los guerreros muertos”: “vulgari gallicano Hellequin et vulgari hispanico exercitus antiquus”(en galicano “Hellequini” (Halloween) y en hispánico, ejército antiguo).

Los antiguos celtas creían que la línea que une a este mundo con el “otro mundo”, se estrechaba con la llegada de “Samhain”, permitiendo a los espíritus (tanto benévolos como malévolos) pasar entre ambos. Los ancestros familiares eran invitados y homenajeados, mientras que los espíritus dañinos eran alejados.

Con la ocupación romana de los territorios celtas, la festividad fue incorporada al panteón imperial como la “Fiesta de la Cosecha”; en honor a la Diosa Pomona, la regente de los árboles frutales, los jardines y las huertas, cuyo símbolo era la hoz o cuchillo de podar. Su nombre deriva del latín “pomum”, fruta, de donde viene el nombre de la manzana en catalán, “poma”.

Más tarde, los papas Gregorio III (731-741) y Gregorio IV (827-844), trasladaron el antiguo “Día de Todos los Santos” cristiano, del 13 de mayo, al actual 1° de noviembre, para aprovechar y suplantar el significado simbólico de la fiesta de Año Nuevo pagana –que se continuaba celebrando–, la que así perdió su sentido original de cambio de período, manteniendo no obstante, su fundamental significado simbólico.

En esa noche los espíritus visitaban las casas de sus familiares, y para que los espíritus no les perturbasen los aldeanos debían poner una vela en la ventana de su casa por cada difunto que hubiese en la familia. Si había una vela en recuerdo de cada difunto los espíritus no molestaban a sus familiares, si no era así los espíritus les perturbaban por la noche y les hacían caer entre terribles pesadillas.

Así actualmente, la ancestral celebración del “Año Nuevo” Celta –la vigilia y el día de “Todos los Santos”–, se sigue celebrando con la visita masiva a los cementerios para acompañar y recordar a los deudos, y con la moderna y comercial fiesta de “Halloween”, que como vimos, en el Hemisferio Norte corresponden al final de la temporada de la cosecha, y el inicio de “la época oscura”.

El “Año Nuevo” solar

Los primeros calendarios lunares y solares complejos, aparecieron en el período Paleolítico, hace más de 30.000 años.

Dos ejemplos notables de esa lejana época, son el calendario lunar de L’Abri de Blanchard, y el calendario lunisolar de L’Abri Lartet, ambos datados en 33.000 a.C. durante el período Auriñaciense, encontrados en cuevas o “abrigos” de Dordoña, en Francia.

Calendario de L
Calendario de L’Abri de Blanchard, período Auriñaciense, 33.000 a.C.,
Comparación con una notación actual.
Comparación con una notación actual.
Verso del Calendario lunisolar de L’Abri Lartet, período Auriñaciense, 33.000 a.C., Dordoña. Francia.
Verso del Calendario lunisolar de L’Abri Lartet, período Auriñaciense, 33.000 a.C., Dordoña. Francia.
Anverso del Calendario lunisolar de L’Abri Lartet, período Auriñaciense, 33.000 a.C., Dordoña. Francia.
Anverso del Calendario lunisolar de L’Abri Lartet, período Auriñaciense, 33.000 a.C., Dordoña. Francia.

Estos ejemplos prueban el ancestral conocimiento de los ciclos astronómicos de la Luna y el Sol, que no sólo fueron comprendidos, sino que se representaron de manera casi idéntica, al menos en el caso de la Luna, a los calendarios modernos.

De hecho, la gran mayoría de las civilizaciones desde el Neolítico, adoptaron el calendario Lunar, ya que se trata de un ciclo mucho más fácil de seguir que el del Sol.

Así, en Roma se utilizaban diferentes calendarios lunares, y el primitivo “Año Nuevo” se celebraba con la llegada del mes inaugural de la primavera en el hemisferio norte: Marzo, el mes dedicado al Dios de la Guerra, Marte –el Ares griego–, porque era el mes en que se decidían las campañas militares que se iban a emprender en ese nuevo período.

Ese antiguo calendario tenía 10 meses y, según Plutarco, fue el rey Numa –el sucesor del mítico fundador de Roma, Rómulo– quien cambió el calendario de 10 a 12 meses.

El “idus de Marte” –el día de buenos augurios del Dios de la Guerra-, era el 15 de Marzo, así que el año romano estaba compuesto por los siguientes meses en este orden:

1.– Martius (Mes del Dios de la Guerra), 2.- Aprilis (mes de las flores); 3.- Maius (mes de la Diosa Maia –Maya en Grecia–, la mayor de las Pléyades, y regente de la Primavera); 4.- Junius (mes de la Diosa Juno –Hera en Grecia–, madre de los dioses y patrona de los matrimonios); 5.- Quintilis (quinto mes); 6.- Sestiles (sexto mes); 7.- September (séptimo mes); 8.- October (octavo mes); 9.- November (noveno mes); 10.- December (décimo mes); 11.- Ianuarius / Januarius (mes del Dios Jano, sobre el cual volveremos) y 12.- Februarius (llamado así en honor a las fiestas “februa”, una especie de correa, en el festival de las Lupercales, el mes de las hogueras purificadoras considerado de mal agüero. Este mes estaba bajo la protección de Neptuno –Poseidón en Grecia–. Lo representaban bajo la imagen de una mujer vestida de azul, con la túnica levantada y sujetada con un cinturón, indicando que era el mes de las lluvias).

El año 153 a. C. se tomó por primera vez como inicio del año, el 1° de Enero, en lugar del tradicional 1° de marzo, para poder planear las campañas del año con tiempo debido a las Guerras Celtibéricas que se estaban desarrollando en la Península Ibérica, y los problemas que estaba causando la conquista y el asedio de Numancia. Pese a ello, el antiguo calendario seguía acumulando retrasos, y cien años más tarde, el invierno era fechado en el otoño astronómico.

Fue sólo con el regreso de Julio César desde Egipto, cuando se modificó el antiguo y variable calendario del Imperio.

El césar había quedado admirado por la precisión del calendario solar de los faraones, así que decidió establecer ese sistema en Roma, ayudado por el matemático griego Sosígenes.

Así, el año 46 antes de Cristo, se realizó la reforma del calendario llamado “Juliano” en honor al césar, considerando un año de 365 días, con meses de 30 y 31 días, descontando dos días al funesto mes de Febrero. De este modo, la reforma logró hacer coincidir las celebraciones litúrgicas y civiles romanas con el momento astronómico correspondiente en que sucedían. Dos años más tarde, se estableció que todos los años tendrían 365 días, y que cada 4 contabilizaran 366, añadiendo un día más a Febrero, los llamados “años bisiestos”.

Julio César mantuvo el inicio del año el 1° de Enero, y además, por iniciativa de Marco Antonio, se renombró el quinto mes Quintilis, como Julius (julio) en honor al César, que había nacido el día 13 (fasto) de ese mes.

Así, el orden de los meses quedó establecido tal como lo conocemos hoy, y Enero pasó a ser el primer mes del año.

Santiago y Enero

Como vimos, Ianuarius / Januarius era el mes dedicado al Dios Jano: era el dios de las puertas, de los comienzos y los finales, y se le representaba con dos caras, una vieja que mira al pasado, y otra joven que mira al futuro. Se le atribuía la invención del dinero, la navegación y la agricultura. Ovidio señaló que era “aquél que él sólo custodia el Universo”, ya que al mirar a Oriente y a Occidente equilibra el Cosmos y además, controla el giro del planeta sobre sí mismo.

Otra de las facultades atribuidas a este dios era que con una cara miraba al Solsticio de Verano, que era la puerta de entrada de las almas que llegarían a la tierra gracias a los nacimientos, y al Solsticio de Inverno con la otra, donde las almas abandonaban sus cuerpos físicos para dirigirse al Elíseo.

Así el nombre del primer mes derivó del latín Ianuarius / Januarius a “Janeiro”, “Janero” y de ahí a “Enero”.

Estatua del Dios Jano Bifronte (de dos caras)
Estatua del Dios Jano Bifronte (de dos caras)

Un antiguo mito señalaba que, cuando los sabinos intentaron tomar la colina del Capitolio romano, el Dios Jano hizo brotar aguas hirvientes sobre los enemigos, repeliéndolos. Por ello se le invocaba al comenzar una guerra, y mientras ésta durara, las puertas de su templo permanecían siempre abiertas, con el fin de que acudiera en ayuda de la ciudad; cuando Roma estaba en paz, las puertas se cerraban.

Jano era hijo de Apolo y la princesa Creusa, hija de Erecteo, rey de Atenas, y creció en secreto en el santuario de Delfos. Al crecer, marchó a la conquista de Italia, donde fundó su ciudad en una de las Colinas de Roma, precisamente la Colina Janícula, donde más tarde se levantaron los muros de Roma.

Cuando el Dios Saturno (Cronos en Grecia, el tiempo), fue destronado por su hijo Júpiter (Zeus “Pater” en Grecia), se refugió en el reino de Jano, y en agradecimiento lo dotó con el poder de ver el pasado y el futuro al mismo tiempo, para así poder tomar decisiones sabias y justas. Desde entonces se le comenzó a representar con dos caras.

Desde que Numa Pompilio instauró el culto a Jano, el rey en persona le ofrecía los sacrificios prescritos. Más tarde los ofrecía el Rex Santorum, que por ese hecho era el más alto de los sacerdotes romanos. En todos los sacrificios, en todas las oraciones, en todos los actos públicos, Jano era el primer invocado, como dios del principio y origen de todas las cosas.

¿Por qué era tan importante este dios? ¿Qué simbolizaba realmente?

Ianus, Jano o Diano es el masculino de Iana, Jana o Diana, la Luna, y su nombre habría derivado de Dius y Dium, en el sentido de sereno y puro. Es entonces, el propio Sol y la luz de este astro. Por eso era llamado “Divom Deus” “el dios de los dioses”.

Así, Jano es “el portero del cielo y la luz celeste”, cuyas puertas abre por la mañana y cierra por las tardes. Así, poseía todas las llaves, tanto del Cielo como de la Tierra.

“El dios poseía tres nombre, uno de carácter sacerdotal: Ianus (Jano); un nombre público o profano: Quirinus (Quirino) y un tercero, secreto y de carácter iniciático, que nunca se divulgó de manera explícita: Arkhó – Arjó – Arco -Arcus – Arcanus (el Oculto), de la misma raíz griega arkhé – arjé, Principio.

Los Pontífices elegían entre ellos al “Pontifex Maximus”. Era un cargo vitalicio y estaba considerado como el auténtico jefe de la religión en Roma: controlaba todos los demás colegios sacerdotales. El Pontífice Máximo celebraba el “agonium” del 9 de enero, la fiesta propia del dios Jano: “Janus Agonali luce piandus erit”. En tal período el rex sacrorum sacrificaba un carnero negro, en la Regia, el edifico del Foro. Los romanos regalaban al dios pasteles en forma de rueda, el clásico roscón como anillo del tiempo, como deseo de un buen ciclo anual”. (Sánchez-Montaña: 2002).

Así se revela la relación entre el Dios Jano y el “Año”, en latín “Annus”, anillo, la duración de un giro completo de la Tierra en torno al Sol.

Cuando el Imperio Romano adoptó el Cristianismo como religión oficial, este importante Dios se cristianizó en la figura de uno de los Apóstoles más importantes de la Biblia, Iacobus, San Jacobo: Santiago.

“Sant Yago deriva del latín Sanctus Iacobus o Iagus: de donde también deriva Jacobo, Diego, Jaime, Xaime, Jaume, Iago, Jacques, Jacqueline, James, Giacomo…..

Tanto Yago como Juan tienen relación directa con la palabra latina Ianua: puerta, camino, y de allí con Ianus, Jano, dueño y señor de las puertas.

No es casualidad entonces, que Juan se dirija según la tradición a Efeso, la puerta (ianua) de oriente, y Iago a Lucus Augusti (Compostela) la puerta (ianua) de occidente. Son los hijos del trueno los que se dirigen a ocupar las dos puertas de la cosmogonía de Jano.

Son los dos “Ianues”, los hijos del trueno, (hijos gemelos de Júpiter Dianus (Jano), el dios del cielo), los que ocupan el lugar equidistante y equivalente de las dos puertas de iniciación. La puerta de la Luna y la del Sol. Su nombre determina su posición geográfica, su hermandad es su equilibrio. Y entre ellos y como príncipe de la iglesia: Pedro.

Pedro viene de Petreus, piedra. No es casual que él se dirija a ocupar la ciudad donde existe el centro: Roma. La piedra dorada. El miliarium aureum, el centro de la cosmogonía y del imperio. Y que sea Pedro, el príncipe, quién se apodere del símbolo de las dos llaves de Jano. Una en oro y otra en plata, como las llaves de las puertas a los misterios y que custodian los hermanos Ianues, los hijos del trueno” (Sánchez-Montaña: 2002).

Así, las llaves de este viejo “dios de las puertas”, siguen presentes en el cristianismo, como símbolos del propio escudo del Vaticano. Y por eso celebramos el “Año Nuevo”, el primer día de Enero, el mes del Dios Jano, cuando la Tierra comienza nuevamente a recorrer un Año, un nuevo “anillo” en torno al Sol.

¡Feliz Año Nuevo!

Llaves de Oriente (Éfeso) y Occidente (Lucus Agusti / Compostela) en el Escudo del Vaticano.
Llaves de Oriente (Éfeso) y Occidente (Lucus Agusti / Compostela) en el Escudo del Vaticano.