Opiniones divididas causa el regreso cinematográfico de Daniel Day-Lewis, uno de los actores principales del reparto de ‘Anemone’, filme que se estrenó en el Festival de Cine de Nueva York el fin de semana recién pasado.
En la historia, el otrora protagonista de ‘Petróleo Salvaje’ se deja dirigir por su hijo Ronan Day-Lewis, en un título que en pantalla lidera el intérprete Sean Bean (‘El Señor de los Anillos’).
Para efectos de la historia, Bean encarna a un hombre que viaja a los bosques del norte de Inglaterra para reencontrarse con su hermano (Day-Lewis), quien vive como ermitaño.
Con esto, ‘Anemone’ marca el retorno de Day-Lewis a la pantalla grande tras protagonizar “El Hilo Fantasma” (2017) de Paul Thomas Anderson, con sentidos y globales lamentos tras el anuncio de su retiro del cine. Ocho años después, sin embargo, el regreso no ha complacido a todos los especialistas.
Para el matutino The Guardian, que calificó la película con dos de cinco estrellas, el filme es “un fracaso sombrío y dolorosamente serio. Es sólo un cielo gris durante las dos horas de duración”.
Owen Gleiberman, crítico de la revista Variety, por su parte, se centró en la actuación del intérprete. “Me conmueve que Daniel Day-Lewis haya salido del retiro para impulsar la carrera cinematográfica de su hijo. ¡Eso es un padre! Y no me molesta que sea un nepo-baby. Pero Anemone sigue siendo un fiasco: árida, pretenciosa y estática, con demasiada fotografía artística pretenciosa, rock indie sombrío y poco drama”, escribió.
Desde el diario inglés The Telegraph, en cambio, relevaron las dos actuaciones principales, las que a su juicio “se complementan a la perfección”. “Bean es sutil, reactivo, intuitivo y divertido, mientras que Day-Lewis es, en cada detalle, la maravilla que recuerdas: cada gesto, cada mirada, cada destello, está cargado de una intención tensa”.
Mick LaSalle, reseñista del matutino estadounidense San Francisco Chronicle, en cambio, fue severo. “Es una película que desafía al público a darse cuenta lo horrible que es, disfrazando su ineptitud y trivialidad prístinas tras una fachada de seriedad de cine de autor. El objetivo, al parecer, era hacer creer al público que no hay nada malo en la película, pero que sí hay algo malo en ellos”.
La sentencia de LaSalle no da espacio a dudas: “La peor película que Daniel Day-Lewis ha hecho jamás y la peor que hará, a menos que él y su hijo estén planeando una secuela”.