En “La divina comedia” de Dante, la primera grada del purgatorio está vinculada a la soberbia, donde los seres humanos deberán reflexionar para expiar las culpas engendradas por aquel vicio considerado el más alto, pues en su vida antepusieron el amor propio por sobre el del bien colectivo o bien común.

Por Pablo Andrade Blanco

Antropólogo, Doctor en Arquitectura y Patrimonio Cultural Ambiental

Cada día que me conecto para actualizar la información sobre el estado del país o, sencillamente, ver qué sucede más allá de mi encierro, no cesan de desfilar figuras públicas desde ministros a subsecretarios articulando una performance de la soberbia, de tecnicismos engañosos o “truchos”, propios de una meritocracia inventada, de un esfuerzo sostenido en una tradición familiar, en una herencia, y en una serie de sucesos que, de meritorio, tienen poco.

Esta pasarela de egos y comunicados de nuestras autoridades, no hace más que acentuar la percepción que tenemos muchos de nosotros, acerca de quienes nos gobiernan. La lista es bastante larga y probablemente el gabinete completo, sería presa de nuestros hartazgo y hastío.

Los ministros, subsecretarios y varios honorables, ocupan la vieja técnica de los espejos o cuentas de vidrio para hacernos creer que son joyas, para deslumbrarnos con la luminosidad que emanan sus trabajos e ideas, las que, por cierto, más allá de demostrarnos tozudez en defender lo indefendible, nos habla por sobre todo de la precariedad de argumentos técnicos y de sentido de realidad de muchos personeros de la clase dirigente.

Para ver un solo caso, podemos citar a la actual ministra de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, quien en una carta al director del Mercurio el 03 de abril del 2021, nos habla de la relevancia impostergable de actualizar nuestra legislación en materia de Patrimonio Cultural. Esta urgencia, sin embargo, no es observable en la gestión para tratar los problemas de la actual crisis sanitaria, económica y política, donde las artes y la cultura han sufrido un impacto negativo que también debería ser “impostergable” pues, por ejemplo, a abril del 2020, el gremio de los músicos había bajado en un 60% sus ingresos, mientras que un 84% de los artistas visuales habían perdido su trabajo.

Su carta a este diario, es la contestación a la misiva que, el 30 de marzo del 2021, redactaran diversas organizaciones y personas vinculadas al patrimonio cultural -la que incluye a todas las organizaciones gremiales del propio ministerio-, quienes hacen un llamado a retirar la suma urgencia del proyecto por tratarse de un proceso deslegitimado por una amplia parte de la ciudadanía y las organizaciones civiles y, por supuesto, por los organismos de Pueblos Originarios donde no se realizó la consulta indígena vinculada al convenio 169. A esta se suma la carta emitida el 12 de abril 2021 de la Agrupación de Universidades Regionales de Chile, en la que se señala la visión centralista de las indicaciones sustitutivas ingresadas en marzo pasado a la Cámara de Diputados.

El llamado por parte de la sociedad civil dentro de otras cosas menciona que este proyecto de ley junto a otras “urgencias” del ejecutivo (por ej. TPP-11), no solo no es participativo, sino que, además, ilegítimo, debido a que no es otra cosa que un paquete de amarre a las acciones neoliberalistas que dirige el oficialismo en el ocaso del período presidencial; ocaso que debemos agregar comenzó en octubre del 2019.

Entonces la entrada al purgatorio en materia de cultura está dada por el continuo ejercicio de mirarse el ombligo y, peor aún, encontrárselo bonito. De no comprender los escenarios políticos y sociales que generaron la revuelta en octubre del 2019, mientras permanezcan silentes y escondidos expresándose a través de la delicada técnica de conservación de brocha gorda, pintando y repintando fachadas y monumentos para crear una imagen monolítica, esclerótica y estática de la ciudad como queriendo convencernos que “aquí no ha pasado nada”, mientras la triste realidad en términos de gestión de las autoridades del patrimonio será recordada por el levantamiento perimetral de un muro defensivo en Plaza de la Dignidad para proteger el plinto y memorial al soldado desconocido, y rodeándolo con apoyo de la Intendencia, de de carros blindados, lanza agua, lanza gases e infantería de carabineros, el paisaje de nuestro purgatorio se seguirá constituyendo de porfía, de mutismo, de la consolidación de un Estado que no admite disputas ni revisiones en sus mandatos.

Así, se va dibujando una imagen país que se sintetiza en esta obra, obra con un carácter bastante monumental por la materialidad utilizada y que por cierto ha costado la módica suma de $42 millones. En esta caja hermética de metal que nos hace pensar en un bunker, en el ocultamiento y en la sordera, y que nos retrotrae a la memoria construcciones tales como el Muro de Berlín o El muro de la vergüenza en Lima, no está permitido leer señales de la diversidad de sujetos y colectivos que componen Chile y que se manifestaron masivamente durante el 2019 para desembocar en el actual proceso constituyente.

En este estado de las cosas, pensamos cómo habría resultado el emblemático y a estas alturas fantasmagórico proyecto del Museo de la Democracia. Imagino entonces, el pabellón Piñera más protegido que la Plaza Dignidad y de la Ciudadanía juntos, una especie de gabinete de curiosidades de las autorreferencias con la soberbia característica del purgatorio.