Este fin de semana, TVN exhibe la última parte de “MierdaMierda, la función debe continuar”. Daniel Uribe, su director, repasa cómo se gestó el audiovisual sobre el teatro chileno, sin soslayar las críticas al tercer capítulo -sobre la década 80-, por incluir sólo a un par de teatristas y omitir el abundante teatro popular que hubo en ese período.

Por Leopoldo Pulgar Ibarra

Desde su niñez que el realizador ha tenido vínculos con el arte escénico y fue en la sala Diego Rivera de Puerto Montt cuando en “mi memoria quedó instalada esa experiencia colectiva, de alegría y expectación, la oscuridad de la sala y largos aplausos”, recuerda Daniel Uribe (47 años), cineasta formado en la Universidad de Sao Paulo.

Daniel Uribe,Inteligencia Colectiva (c)
Daniel Uribe,Inteligencia Colectiva (c)

En esa distante época disfrutó de obras como “La Princesa Panchita” (Jaime Silva), “La Remolienda” (Alejandro Sieveking) y las presentaciones del Teatro Itinerante.

“La sala estaba llena y la gente hacía largas filas para entrar. Esa relación de afecto y admiración se mantiene hasta hoy”, reitera Daniel Uribe, socio de InteligenciaColectiva, productora responsable de “MierdaMierda, la función debe continuar”.

Teatro y cine

¿Cómo ha sido tu percepción del teatro siendo espectador y artista?

“Mi relación con el teatro es de larga data. El cine, mi profesión, está íntimamente emparentado con el teatro. Siempre admiré la calidad de actores y actrices de nuestra escena y siempre me interesó el proceso creativo de la construcción de personajes y la dirección de actores. Todo muy cercano al cine.

“Por otra parte, siempre entendí que el sólo hecho de asistir a una obra de teatro en los 80 significaba un acto contra la dictadura y una posibilidad de encuentro entre gente que compartía esa misma posición”.

¿Cuál es el teatro que te gusta ver?

“Entiendo la actividad teatral como un arte en constante búsqueda de nuevos lenguajes e interesante la posibilidad de remontar a los clásicos con distintas perspectivas. Sin embargo, pongo muy en relieve que la representación teatral tenga un compromiso popular, que convoque y movilice masas”.

MierdaMierda, Inteligencia Colectiva (c)
MierdaMierda, Inteligencia Colectiva (c)

¿Obras chilenas y extranjeras que admiras?

“Son muchas, pero recuerdo con nostalgia ´Ardiente paciencia´, ´El paseo de Buster Keaton´, dirigida por Aldo Parodi, y ´Lo que está en el aire´, del Ictus. Marcaron mi adolescencia. ´La negra Ester´ me sigue inspirando y conmoviendo. Del teatro más actual, `Neva´ está entre mis favoritas.

“A nivel internacional siempre he admirado a John Cassavettes, David Mamet y a directores y actores de EE.UU., de los 70. Llegué a Stalisnavsky, a través de Lee Strasberg, gente de cine proveniente del teatro. Los más grandes escritores son dramaturgos: Shakespeare, Moliere, Arthur Miller”.

Oleadas de memoria

¿De dónde partió el interés por hacer una serie sobre un género poco comercial?

“MierdaMierda” partió del interés y necesidad de escarbar en nuestra memoria, para entender cómo la actividad cultural le hizo frente a la dictadura y cómo fue evolucionando -o no- de acuerdo al ciclo político. Y siempre pensando en hacer un producto para la pantalla abierta, que atrajera público y generara interés en la audiencia masiva”.

¿Qué aspectos destacarías del diseño de producción de la serie?

“La producción audiovisual y, en particular, para la TV abierta, está determinada por la capacidad de producción. El primer desafío para abordar esta historia fue establecer un punto de partida y hacer un corte.

“Como no somos investigadores teatrales optamos por nuestro oficio: privilegiar la entrevista para conocer la realidad. Invitamos a actores, actrices y teatristas a un ejercicio de memoria. Quisimos que ellos fueran quienes relataran sus recuerdos.

“Este es un formato clásico de la tv. No buscamos innovar, todo en función de atraer al público. Queríamos que este producto fuera atractivo para el espectador que nunca ha entrado a una sala de teatro, pero que podría interesarse al ver en pantalla a los actores que forman parte de sus imaginarios televisivos”.

¿Una historia del teatro?

“No, la definimos como una serie documental sobre el teatro chileno, no una historia: con estas premisas, durante más de un año y medio, entrevistamos a cerca de doscientos teatristas. Con ese material construimos un relato que releva hitos de nuestra escena teatral que forman parte de la memoria de muchas personas o pertenecen a su mitología. Luego, usamos todos los recursos posibles para traspasar teatro a la televisión.

“Agradecemos a las instituciones, compañías, actores, actrices y documentalistas que compartieron sus archivos con nosotros: Escuela de Teatro UC, Teatro Nacional, U. de Santiago, UDEC, Museo de la Memoria, Biblioteca Nacional, Santiago a Mil; Enzo Blondell, Álvaro Hoppe, Luis Poirot, Paz Errázuriz, Juan Francisco Somalo. Sin ellos no hubiera sido posible articular el relato”. 

Boris Quercia, foto de Álvaro Hoppe (c)
Boris Quercia, foto de Álvaro Hoppe (c)

Algunas controversias

  
Daniel Uribe no rehúye la discusión que provocó el tercer capítulo de la serie -sobre el teatro de los 80- por no considerar, precisamente, la prolífica actividad escénica, profesional y vocacional del “teatro de trinchera” de esa década.

Incluso, el actor José Luis Olivari lo ironizó con la frase “mucho Trolley, mucho Griffero, mucho Castro, el teatro en ese período es mucho más que eso”.

El académico de la Uniacc criticó que ni siquiera se mencionara el teatro hecho por pobladores, estudiantes y trabajadores ni el de compañías como El Riel, El Telón, La Ventana, Taller 666 o el Acu, entre muchas otras, actividad registrada en estudios sobre teatro popular.

“Hemos visto y acompañado diversos debates que, sin descalificaciones, han puesto sobre la mesa puntos de vista divergentes a lo expresado en la serie”, comenta Uribe.

Al mismo tiempo, los valora por darse “en un país donde casi no existe la crítica como acto de reflexión y donde muchos realizadores la desvalorizan: nosotros la respetamos y la consideramos vital para el desarrollo de la actividad creativa”. 

Agrega: “Creemos que ese respeto no es hacia nosotros, sino hacia el teatro, ya que se valora su presencia en la televisión abierta” y que abra “un debate sobre el rol del teatro en la actualidad, su financiamiento y el lugar que le otorga el Estado en esta coyuntura”.

“El abandono de la actividad cultural y artística durante la pandemia ha sido vergonzoso y desnuda el escaso desarrollo real que hemos tenido como país en las tres últimas décadas”, concluye.

La omisión en el capítulo tres contrasta con el amplio espacio dado al teatro oficial.

“Esa crítica tiene valor, porque pone en perspectiva que, durante los ochenta, el teatro poblacional jugó un rol. Eso es indiscutible. De los seis capítulos de la serie, cinco abordan de alguna manera lo que significó el teatro en dictadura. Hay muchas obras y autores que dejamos fuera o que apenas mencionamos. Las razones son múltiples, pero en su mayoría responden a condiciones de producción.

“Tenemos que saldar esa deuda, tal vez con otra serie que aborde el ´teatro popular´ que se desarrolló fuera de ese pequeño circuito que defines como más oficial. El teatro de trinchera, el teatro sindical, los teatros regionales fueron estandartes de resistencia.

“Esta vez, nuestro objetivo era derribar mitos, exponer hitos y atraer audiencias. Nuestro foco estuvo puesto en ese teatro ´más oficial´ o que la dictadura permitió que funcionara en ese precario circuito comercial”.

Parece una omisión similar a lo que pasó en el retorno de la democracia, que invisibilizó la resistencia armada del MIR y del FPMR en la derrota de la dictadura…

“No, creemos que el plebiscito de 1988 no lo ganó un publicista iluminado, sino la lucha permanente del movimiento social. No hay intencionalidad en invisibilizar esa lucha (del teatro popular), pero abordarla plenamente escapa del contexto de esta serie”.