Hay libros que hacen recordar a los viejos correctores de prueba en los periódicos de papel. Casi siempre profesores de Castellano revisando el exceso de gramática en beneficio de la comprensión lectora. Hay libros que los hacen recordar con nostalgia. Porque ya no están ellos y sobra tanta coma que no deja ver el bosque. El minimalismo narrativo se ha sumergido. Una pena.

Por Marcel Socías Montofré

De lo simple. De eso se trata. De contar una historia por amor a ella y no al despliegue de plumas coloridas con que muchos escritores confunden mensaje con mensajero.

Nada personal, Diego Vargas Gaete, tan sólo que leer “El bosque sumergido” (Editorial Planeta) provoca cierta frustración. El nombre del libro es bueno y entusiasma la lectura. Felicitaciones a quien corresponda, que uno ya sabe lo bien que hacen muchos editores para titular libros.

El problema es que luego de esa breve y oportuna alusión a Josefina Picón (“Estructurando un cuadro”), la lectura se pierde con tanto esfuerzo por seguir el relato a través de laberintos de frases intercaladas. Bosque de comas y más comas que se comprenden por la necesidad de generar intimidad, pero lo cierto es que se genera un follaje confuso, que invita a modorra y seguir la lectura del libro para mejor ocasión.

Y ese es el problema: un buen libro siempre hace la ocasión.

Pero la ocasión de comunicar. No sólo escucharse a sí mismo. O escribirse a sí mismo. Porque eso pasa, Diego Vargas Gaete. Contar una historia para hablar de sí mismo es peligroso. A veces cuesta la falta de interés del lector. Salvo en casos excepcionalmente maravillosos como “El Santo Oficio de la Memoria”, del también excepcional Mempo Giardinelli.

Pero volviendo a lo sumergido, el resto del bosque no se ve. Demasiada pirotecnia y técnica narrativa a veces juegan en contra.

Por eso mejor lo simple. Natural. No elevar la historia de la abuela en Venezuela que se vino a Chile –dictaduras de por medio y tiempo- a ese Olimpo mítico donde siempre se quiere instalar el escritor con cierto apuro.

Eso de sumergir el mensaje para aplaudir al mensajero. Eso sirve de poco cuando se quiere mostrar la aldea al mundo.

Con suerte queda un bosque. Pero está sumergido tal vez en el apuro de publicar apuntes escritos a lo largo de años. Por eso se recuerda con cariño a los correctores de prueba en los viejos diarios de papel. Daban consejos. Buenos consejos para que el minimalismo narrativo acercara al lector.

A fin de cuentas se trata de escribir para comunicar.
No sólo para el aplauso.

El bosque sumergido, Editorial Planeta (c)
El bosque sumergido, Editorial Planeta (c)

El bosque sumergido
Diego Vargas Gaete

Editorial Planeta
2019