Chernobyl, la miniserie de HBO que rescata la historia del trágico accidente radioactivo de 1986 en Ucrania, se ha convertido en uno de los hitos televisivos del año. Una de las claves del éxito radica en Voces de Chernóbil. Crónica del futuro (1997), libro fundamental de no ficción en el que se basa parte de la trama.

La publicación, entre muchas otras, puso en el mapa mundial a Svetlana Alexiévich, escritora bielorrusa ganadora del Premio Nobel de Literatura en 2015 por sus aportes al campo de la no ficción, entre otros méritos.

Sin embargo, a pesar que el guion recoge directamente las historias del libro y que existe un contrato comercial entre la autora y la cadena televisiva, el nombre de Alexiévich quedó afuera de los créditos de Chernobyl, al mismo tiempo que sus creadores han optado por esquivar las preguntas sobre los motivos tras la marginación.

Svetlana Alexievitch
Agence France-Presse

“Firmamos un contrato con los productores que les permitía usar entre seis y ocho historias del libro. Pero, además del libro, utilizan también su filosofía, aunque mi nombre no figura. Es muy extraño”, comentó al diario español El País, donde también explicó los desafíos que le implicó enfrentarse a la historia de Chernobyl.

“Existe una cultura y una tradición para la narrativa de la guerra, lo que permite al creador moverse dentro de unos márgenes, tal vez explorarlos y ampliarlos en el marco de esas tradiciones. Sin embargo, cuando yo escribí mi libro sobre Chernobyl, no había un registro cultural para la narración sobre algo tan desconocido”, contó.

En el diálogo, también tuvo palabras para algunos de los personajes del libro, con quienes todavía mantiene contacto. Uno de ellos es Lucía, madre de Vasili Ignatenko, uno de los bomberos fallecidos tras la explosión y, en la trama, suegra de Liudmila, una de las protagonistas de la serie de HBO.

“De Liudmila no sabemos nada y es muy extraño que no felicitara a su suegra con motivo de su 80º cumpleaños. La hermana de Vasili, Liuda, que se prestó a un trasplante de médula espinal para salvarlo, también ha fallecido”, rememoró la escritora.

De acuerdo a su relato, semanas después del accidente, la familia Ignatenko viajó a Chernobyl a rescatar las cosas que no pudieron llevarse tras el desalojo inesperado. “Hasta que todo fue saqueado y dejaron de ir”, agregó.

A su vez, recordó cómo fue su primer viaje a la ciudad afectada tras la catástrofe, donde fue testigo de saqueos y de la desolación de las víctimas.

“Allí entendí enseguida que estábamos en otro mundo. Todo parece lo mismo —las manzanas, los pepinos, la leche—, pero sobre ellos planea ya la sombra de la muerte y las personas están desorientadas, perdidas, y no en un plano anticomunista o antisoviético, sino como algo superior, algo distinto. Porque no se trata del ser humano en la historia, sino del ser humano en el cosmos. Volví a ver lo mismo muchos años después en Fukushima (central nuclear japonesa accidentada en 2011), también allí había la misma desorientación en la gente, en los científicos y en los políticos, la misma sensación de impotencia”, señaló.