Los Derechos Humanos, la protección de la Infancia (y los Derechos del Niño), entre otros, son grandes logros culturales que, creíamos, eran conquistas definitivas de la Humanidad. Hoy el Mercado y nuevas tecnologías las cuestionan o, abiertamente, las vulneran.

Si la cultura ha sido una construcción lenta en la que han confluido factores del entorno (clima, geografía, el medioambiente), medios de subsistencia y procesos productivos, sistema de creencias y de relacionarse, todo ello hoy es aceleradamente arrasado por el “Mercado” y nuevas tecnologías.

Algunos ejemplos: en Estados Unidos eligieron a Donald Trump presidente, y la bolsa y empresas estuvieron eufóricas, a pesar de que en sus discursos, entre otras afirmaciones, desconoció el “calentamiento global” y los graves problemas medioambientales. En otras palabras, el “mercado” es indiferente con el cuidado del medioambiente pero también con una racionalidad básica que incorpore variables que vayan más allá de la rentabilidad, del dinero. En Brasil pasó algo similar con el triunfo de Jair Bolsonaro, alguien que no sólo duda del calentamiento global (uno de sus futuros ministro afirmó que era una invención y parte de un complot “marxista”), ha hecho diversas declaraciones abiertamente racistas, donde afirma que se debiera haber asesinado a decenas de miles de compatriotas, etc. En este caso, el “mercado” parece insensible con los Derechos Humanos (recordemos que este 10 de diciembre la Declaración Universal de Derechos Humanos cumple 70 años), un acuerdo al que se llegó luego de las dos Guerras Mundiales, con decenas de millones de muertos.

La lista a la que podemos recurrir es interminable. Para poner un caso “transversal”, baste decir que China (RPC, República Popular China) es una dictadura (algo que pocos niegan), pero las democracias del mundo prefieren omitir el punto, para no afectar sus economías (evitando así represalias económicas de China). Es decir, es mejor omitir, hacer ”la vista gorda” respecto a los acuerdos internacionales y las propias creencias, para no afectar el bolsillo.

Por otro lado, la concentración económica en empresas y un grupo reducidísimo de personas es brutal, como nunca antes en la historia de la humanidad. Y esta concentración de poder ha llevado que, cuando gobiernos toman decisiones que “no le gustan al mercado” (es decir, cuando benefician directamente a esas grandes empresas y grupos de personas que concentran el poder económico), simplemente emigran con sus capitales a países más permisivos. O llegan a hacer competencia entre países para que les den las mejores condiciones a sus negocios que, por supuesto, no le dan a los demás.

En otras palabras, el “mercado” y las grandes transnacionales manejan a los gobiernos locales (salvo, todavía, las grandes potencias) sin importarles ni la democracia, los Derechos Humanos o el Medioambiente. Menos la “libre competencia”.

Así, todas esas construcciones culturales (democracia, Derechos Humanos, etc.) simplemente son borrados, en los hechos, por el “mercado”.

La lista puede ser larga… otro ejemplo. Los países más “desarrollados” habían logrado avanzar en generar ambientes protegidos para un mejor crecimiento y desarrollo de sus niños, controlando los contenidos a los que estaban expuestos, entre otros puntos. Con la publicidad (que de acuerdo a los expertos es nociva para los niños, existiendo sólo discrepancias sobre la edad en que ya pueden verla) y con el acceso a internet y redes, ese avance, en la práctica, se ha borrado. Hoy, es muy probable, que no sea ni la familia ni la escuela quienes más inciden en la formación de los niños…

Ropa interior infantil, EM (c)
Ropa interior infantil, EM (c)

Hace unos decenios, un fabricante nacional de pisco solicitó expresamente dirigir una campaña a menores de 15 años (aunque está prohibido venderle a menores de 18 años). Sobran ejemplos de publicidad donde promueven alimentos que no son sanos (no son, entonces, sorprendente los niveles de obesidad infantil). Y la moda colabora, muchas veces, en sentido negativo: por ejemplo sexualizando prendas interiores para niños (4 a 10 años) con diseños destacados en la parte delantera en los niños y trasera en las de mujeres. Pero está tan normalizado, que las personas, aparentemente, no se dan cuenta.

El largo camino del desarrollo cultural de la humanidad que tuvo un hito al acordarse la ley del “ojo por ojo, diente por diente” (es decir, que la pena no podía ser superior al daño), para pasar a los ideales de la Revolución Francesa y llegar a la democracia y los Derechos Humanos, está siendo borrado por un individualismo brutal (una forma eficiente de evitar el poder ciudadano), donde las verdades vienen dadas por el mercado y las ciencias, con tecnologías desbocadas, en las que no hay control alguno, donde no existe ética de por medio sino sólo una carrera por llegar antes… no importa dónde, solo importa llegar primero porque eso permitiría el control total.

Se puede argumentar que estos cambios son parte del desarrollo, de la evolución. Pero su rapidez evita procesos colectivos, reflexivos, que permitan asimilarlos, Pero más complejo es el nivel de manipulación que tanto el Mercado con los grandes capitales como las tecnologías están ejerciendo sin control (ni ético, ni político).

Mercado, tecnologías, acceso a contenidos de dudosa calidad y veracidad, individualismo, falta de un marco ético, son todos factores que, combinados con altos niveles de “atontamiento” producto de la exposición a niveles crecientes de sobre estímulos, hacen que las construcciones culturales, y los avances logrados en estos ámbitos, se estén esfumando.

Pero esta carrera es sólo para muy pocos, sólo para los ganadores. En el intertanto, los celulares, las redes sociales, nos han ido anestesiando, desconectando, han ido secando nuestras relaciones, nuestras raíces, esas que requieren cuidado y un tiempo, un ritmo que no calza con este caballo desbocado que ya no está aquí.