La campaña del NO iba prendiendo muy lento, tanto por las fundadas dudas sobre las posibilidades de fraude –y un eventual no reconocimiento de una derrota por parte de la dictadura-, como por un escenario donde los partidos opositores no se manifestaban tan claramente alineados -en su mayoría- con la “estrategia electoral”. Por cierto, también por el miedo, tan internalizado después de tantos años de represión, de “sapos”, teléfonos intervenidos, autos de vidrios oscuros y un largo etcétera.

El acoso de Carabineros a los voluntarios del NO, sobre todo aquellos que inscribían militantes en los partidos para tener apoderados de mesa el día del Plebiscito. Los vehículos sin patente que surgían en las actividades opositoras. Las provocaciones y golpizas por parte de civiles “con pelito corto”. Son cosas de las que fui testigo. Imágenes que paralizaban a muchos.

El Comité de Izquierda por Elecciones Libres (CIEL), liderado por Ricardo Lagos Escobar y cuyo propósito era agrupar a diversos grupos de izquierda convencidos que el único o el más pragmático camino para derrotar a Pinochet era el plebiscito, comenzó una precaria y voluntariosa campaña llamando a la gente de su sector a inscribirse en los registros electorales para participar del Plebiscito de 1988.

De sus primeras actividades fue una gran jornada en Valparaíso. Para ello convocaron previamente en Santiago a los voluntarios a reunirse en la sede del CIEL (en el barrio Bellavista, frente al cerro San Cristóbal). Un sábado, muy temprano, en un día nublado y frío. En algunos buses partimos al puerto.

Luego de casi dos horas de viaje (la carretera no era tan expedita como ahora), llegamos a un plano del puerto -más nublado pero menos frío que en Santiago- plagado de Fuerzas Especiales de Carabineros, buses policiales, “güanacos”, “zorrillos”, el carro lanza agua apodado irónicamente “Huáscar” y decenas de piquetes de “tortugas ninjas”. La tensión y el miedo provocaban falta de aire.

También había un buen grupo de porteños por el NO.

Hubo muchas conversaciones con fotocopias del Diario Oficial y de la autorización de la actividad. A varios nos habían entregado unas carpetas (bastante rudimentarias) con algunas de esas fotocopias. Empezamos a repartir volantes. Al principio la gente se escabullía como si fuéramos vendedores o estuviéramos reclutando donantes para una ONG. La gente estaba temerosa.

Poco a poco fuimos ganando la confianza. Empezamos a conversar, a discutir, a convencer, a entusiasmar. Al punto que pasado algo más de 30 o 45 minutos se empezó a sentir un ambiente distendido, alegre, con decenas de personas que se acercaban a pedir material, que se ofrecían para colaborar, sumarse en ese momento, o para difundir en sus barrios con los vecinos.

Ese día no sólo hubo gente cercana a los partidos del CIEL. Se sumaron jóvenes democratacristianos (el partido oficialmente no había querido adherir, sospecho que temerosos de lo que pudiera pasar) y “viejos” militantes comunistas, que nos aclararon que venían a título personal -aunque sumaban decenas-, ya que el partido no estaba a favor de participar en el Plebiscito. En forma paralela, jóvenes del PC hacían campaña contra el plebiscito.

El aire de fiesta fue creciendo y las Fuerzas Especiales de Carabineros habían desaparecido. Terminada la jornada matinal y luego de comer algo ligero y “a la rápida”, se armó un verdadero carnaval que fue recorriendo los cerros.

Un grupo, una comparsa liderada por tres, cuatro o cinco músicos como máximo, iba con vientos y percusión tocando un estribillo pegajoso (parapapáaa papáa papapa, parapapáaa papá papapa, parapá papáaa papapa) que cantamos hasta quedar afónicos:

“Que se vaya, que se vaya, que se vaya y no vuelva”, se escuchaba en los cerros y quebradas de Valparaíso, como un aire fresco que no se detenía ni por el miedo ni por los grises. Una comparsa que se iba renovando de cerro en cerro, con una algarabía imparable de niños felices y adultos liberados de tanta opresión.

Instalación en poste, Valparaíso, EM (c)
Instalación en poste, Valparaíso, EM (c)

En un momento me quedé atrás, dedicado con unos amigos -Paola Cantergiani y Andrés Ramaciotti- a una instalación de arte en un poste eléctrico.

Paola Cantergiani, EM (c)
Paola Cantergiani, EM (c)

De esa jornada, mi último recuerdo es la sensación de cuando subimos al bus para retornar desde Valparaíso: Volvimos con la certeza de haber vivido algo inolvidable y, en la memoria, una musiquilla que no me abandonaría nunca. Por eso, cada vez que he vuelto al puerto, no sólo la escucho. También la veo recorriendo sus cerros. Como el aire fresco, como niños felices y adultos liberados…