Hace cien años, un 14 de julio, nacía Ingmar Bergman, el célebre cineasta sueco cuya obra tenebrosa, a menudo de difícil comprensión pero muy celebrada por sus colegas, continúa fascinando y chocando a la vez.

Nacido en 1918 en Uppsala, al norte de Estocolmo, este hijo de pastor luterano dirigió cerca de sesenta filmes entre 1946 y 2003, incluyendo Gritos y Susurros (1972), Secretos de un matrimonio o Escenas de la vida conyugal (1974), Sonata de otoño (1978) o Fanny y Alexander (1982), su obra-testamento.

Once años después de su muerte, a los 89 años, en su casa de Fårö, una isla de piedras, pantanos y farallones del mar Báltico, donde rodó la inquietante Persona, sigue siendo para muchos el pintor de los tormentos, de los fantasmas, de la locura y de las andanzas conyugales. Como en un espejo, con Bergman, Eros y Tánatos siguen siendo víctimas el uno del otro.

“La parte central de nuestra educación se basaba en los principios del pecado, de la confesión, del castigo, de la redención y del perdón”, escribió en su autobiografía Linterna mágica.

De Crisis a Saraband, su última película, el maestro de la imagen, que adoraba a las mujeres y las filmaba de forma magistral, aborrecía la muerte y la filmaba magistralmente también, esculpió una metafísica de las tensiones humanas en la que Dios era tan poderoso como ausente, dejando solas en el mundo a las conciencias dolorosas, entre gritos y susurros.

“Ingmar echaba mano enormemente de sus propias experiencias, de su pasado […]. De alguna manera, se quedó en sus diez años”, explica a la AFP Anna Bergman, hijastra y encargada del vestuario del director.

‘Exotismo escandinavo’

En los años 1950 empezó a conquistar el extranjero, cuyo público sucumbió al “exotismo escandinavo” con su lengua bárbara, sus jóvenes mujeres liberadas, sus paisajes salvajes y una representación “natural” del desnudo que asombró y causó escándalo.

“A menudo se le asocia en el extranjero a sus filmes sombríos, en blanco y negro, con un ritmo lento y los primeros planos, preo eso no es más que una parte de la verdad. En Suecia, el favorito es Fanny y Alexander”, una obra de la infancia multioscarizada y que cada navidad se emite en la televisión sueca, recuerda Anna Bergman.

Pues el hombre nunca fue profeta en su tierra.

“La carrera de Bergman coincide con el desarrollo del Estado-providencia sueco. Suecia conoció un auge político, social y económico excepcional durante los años 1940, 1950 y 1960 […]. Sin embargo, tenemos este director, que nos recuerda que también podemos sentir angustia, que podemos divorciarnos o tener relaciones difíciles con nuestros padres, que Dios nos falta. En aquel momento, no teníamos ganas de oír eso”, señala Jan Holmberg, director de la Fundación Bergman.

Una lluvia de Óscars

En blanco y negro y en color, Ingmar Bergman alternaba las composiciones simbolistas (El séptimo sello) y más clásicas (Un verano con Mónica, Secretos del matrimonio, Sonata de otoño, Gritos y susurros, Fanny y Alexander), con experiencias inclasificables como Persona, considerada hoy una de las obras maestras del séptimo arte.

También firmó decenas de puestas en escena, adaptando Molière, Shakespeare, Ibsen y Strindberg. De 1963 a 1966 dirigió el Teatro Dramático Real de Estocolmo, que este año le dedica una programación excepcional.

Procedente del mundo del cine, aunó este arte con la música, de la que decía que no sabía nada, en La flauta mágica en 1975, la alegre ópera de Mozart, cuyo libreto y vinilo siguen presidiendo en la actualidad en la casa de Fårö, protegida por los pinos.

Considerado por Woody Allen como el “mejor director” de la historia del cine, Bergman consiguió tres Óscars al mejor filme de habla no inglesa, en 1960 por El manantial de la doncella, al año siguiente por Como en un espejo (también titulada Detrás de un vidrio oscuro y A través del espejo) y en 1983 por Fanny y Alexander. Cannes le homenajeó tardíamente, en 1997, al otorgarle la “Palma de las palmas”. Es el único cineasta hasta la fecha que tiene ese galardón.

También él tenía sus modelos. “Cuando el filme no es un documento, es sueño. Y por eso Tarkovski es el más grande de todos”, declaró. “Fellini, Kurosawa y Buñuel navegan en las mismas aguas que él”, agrega.

Dio sus mejores papeles a actrices como Harriett Andersson y la noruega Liv Ullman, su Stradivarius. Tuvo aventuras amorosas con varias de sus actrices, se casó cinco veces y tuvo nueve hijos.