Filmada en Chile, y con una intriga política y emocional que involucra al presidente de Argentina, esta película protagonizada por Ricardo Darín es un thriller muy bien producido que mantiene la atención y que debiera convertirse en un gran éxito de público.

Cuando el avión presidencial en que viaja rumbo a Chile el primer mandatario argentino Hernán Blanco (Ricardo Darín) empieza a sobrevolar la cordillera de Los Andes, las turbulencias remecen la cabina y hacen temblar a los pasajeros. Es un anticipo de lo que ocurrirá en los minutos siguientes de ‘La cordillera‘, tercer largometraje del director transandino Santiago Mitre, que sitúa su acción en una importante cumbre de jefes de Estado latinoamericanos que tiene como sede el centro de esquí Valle Nevado, a pocos kilómetros de Santiago de Chile.

La cumbre va a abordar la creación de un mercado común petrolero continental, que debe tener como puntal a Brasil, representado en la cita por su influyente líder, Oliveira Prete. El conflicto se dará con el presidente mexicano (Daniel Giménez Cacho), que quiere que Estados Unidos entre al acuerdo. La tensión entre los mandatarios irá en aumento durante el fin de semana, pese a los intentos de la presidenta de Chile, Paula Scherson (Paulina García) por calmar los ánimos.

En ese enrarecido clima político, el presidente argentino va a vivir inesperadas turbulencias familiares a raíz del destape de situaciones de corrupción que involucran al ex marido de su hija Marina (Dolores Fonzi). Ella llega rauda a Valle Nevado y, angustiada, se enfrenta a su padre, en un duelo de rencores y malos recuerdos que desemboca en la llamada de urgencia a un siquiatra chileno, interpretado a gran nivel por Alfredo Castro.

En estos dos planos, el del gran encuentro político y la tormentosa intimidad filial, juega ‘La cordillera‘. El primero está presentado de forma realista, con un foco en los detalles del protocolo, las formalidades y las reuniones entre cuatro paredes; el segundo se desenvuelve en un estilo visual mucho más subjetivo, con escenas de pesadilla y fogonazos del pasado. Es un contrapunto que generó divisiones en la crítica acreditada en Cannes ya que saca al filme de su eje inicial para lanzarlo hacia un rumbo menos claro, como un camino hecho de huellas que el espectador sigue con alguna incertidumbre.

El objetivo de este giro en la trama concebido por Santiago Mitre es incluir una cuota importante de ambigüedad en el relato y en las dimensiones Morales de su protagonista. Y lo consigue. Si al comienzo el presidente Blanco, que lleva poco tiempo en el cargo y no es parte de ninguno de los movimientos políticos históricos de la Argentina, aparece como un hombre sin mayores luces, tranquilo y nada corrupto, a partir de la entrada de estos datos inquietantes se convierte en un personaje mucho más opaco, cuyas intenciones profundas resultan difíciles de identificar.

Mitre maneja bien la narración y guía al espectador por la laberíntica trastienda de la política (expresada en los sinuosos caminos que conducen a Valle Nevado). Las imágenes de la imponente cordillera van dando ritmo al filme, que ofrece sobresalientes valores de producción (fotografía, ambientación, etc) y le da la ocasión a Ricardo Darín de lucirse con un personaje más oscuro de lo habitual, menos empático, y mucho más discutible en lo ético y lo afectivo.

‘La cordillera’ es una película que fluye durante dos horas en forma convincente y que debiera convertirse en un éxito en Argentina y en Chile cuando se estrene en cines, casi en forma simultánea, en la segunda mitad de agosto próximo.