El rector de la Universidad Diego Portales, Carlos Peña, descartó que las rutinas de humor en el Festival de Viña del Mar puedan desatar “fuerzas incontrolables” por burlarse de los políticos, como advirtió diario El Mercurio. El académico cree todo lo contrario.

El pasado jueves, la editorial del matutino manifestó con terror el daño que podrían generar en el país las rutinas humorísticas como la de Edo Caroe, quien barrió con todos los sectores políticos a raíz de los bullados casos de corrupción pública.

“Se han encarnizado contra virtualmente todas las formas institucionales públicas y privadas de nuestro país”, señalaba el diario de la familia Edwards, agregando que “el humor puede ser una advertencia sanadora, pero también desatar fuerzas que luego escapan del control de todos“.

En respuesta y a través de una columna publicada en el mismo diario, el rector Carlos Peña asegura que, “al revés de lo que allí se insinúa, el humor político en vez de desmedrar a las instituciones, las sostiene“.

“El humor nunca ha sido subversivo ni ha desatado fuerzas incontrolables. Por el contrario, en todas las culturas el humor existe para sostener a las instituciones que, sin la puerta de escape de la risa, ahí sí que acabarían en el nihilismo, en la anomia o en la agresión“, sostiene la autoridad académica.

En esa línea, Peña indica que este tipo de espectáculos celebran el tropiezo del narcisimo: “Como todos saben, la caída es la forma paradigmática de lo cómico. Y es que ella (el resbalón de quien camina solemne, la infracción de la ley por parte de quien la produjo, etcétera) echa a tierra el narcisismo y muestra, para consuelo del que ríe, que quien tenía el poder era, después de todo, un igual“.

De esta forma, el rector asegura que el humor político sostiene a las instituciones, “permitiéndoles eludir la desconfianza y el nihilismo y enseña, a la vez, a evitar el dogmatismo por la vía de mostrar cuán relativas, hasta la ridiculez, pueden ser las cosas (y las personas)”.

Para él, las rutinas del Festival “no cumplían la función ni de advertir ni de corroer. Los humoristas no dijeron nada que las audiencias no supieran o pensaran. Y, en cambio, les permitieron reírse de eso que ya sabían o pensaban tomando distancia de su propia molestia (y por eso en vez de acentuar la desconfianza o el nihilismo, los sublimaron y de esa forma los moderaron)”.

El rector finaliza afirmando que ninguno de quienes presenciaron el Festival y “se dejaron infantilizar por algunas horas”, estaba dispuesto a transformarse en desconfiado radical o en nihilista. “Y si llegaron a la Quinta o encendieron el televisor con ese ánimo, lo olvidaron rápido al ritmo de los chistes“, cerró Carlos Peña.