Leppe ¡¡Feroz!!

Twitter, Carlos Leppe (c)
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Era el adjetivo que usaba Leppe para calificar la perfección en la ejecución de lo extremo. Era la valoración de su propia obra pero también el mayor elogio a otro y la descripción de una situación de vida inenarrable.

Texto de Fernando Balcells

‘Feroz’ era el filo de una dentellada, la radicalidad del pensar y el riesgo insostenible de la obra. Concebía el arte y la vida como el drama de esa fiereza.

¡Feroz! Habría dicho Leppe de su propia muerte. Sin anuncio, sin preparación, sin despedida. Una discontinuidad impensada, por debajo de su propio sentido dramático. Leppe fue un increíble dramaturgo de su propia vida.

No es el momento para situar el valor del trabajo de Leppe en la historia del arte chileno, pero hay una reflexión por hacer que no podrá contentarse con los lugares comunes de que fue el pionero de la performance. Trabajó íntimamente con Nelly Richard y Carlos Altamirano (vivían juntos) en un equipo formidable que abrió espacios en las acciones de arte, en el paso de la pintura al cuerpo y de vuelta, en la historia pública de la homosexualidad y en las políticas del arte.

Junto a Dittborn, Lotty Rosenfeld, Altamirano y los integrantes del CADA componen un grupo que actualizó el arte chileno; lo hizo contemporáneo en el devenir del arte mundial y en su propia historia social.

No solo compartían referencias sino, me atrevo a decir, una responsabilidad ética con los signos que implicaba, a la vez, un deber de depuración del lenguaje y de creatividad consistente y extrema. Hay seguramente formas más sugerentes de describir la búsqueda que produjo una escritura (D. Eltit, N. Richard, R. Kay y Zurita) que recoge la imagen, el punto que vuela, y le devuelve las formas de un pensar expandido de la vida y del arte.

Leppe pertenece a ese movimiento que recurre a la materialidad de los procesos corporales y a la vida de los signos para intentar reconfigurar imaginarios vivos, creativos y rigurosos para nuestra convivencia. Dittborn con sus envíos a los lugares comunes, el CADA con los símbolos políticos, Lotty con las señales urbanas y muchísimos otros que no es del caso inventariar aquí.

Era un gran seductor, un hombrón precario y frágil, delicado y potente, inmenso en su generosidad y en sus mezquindades; un activista incomparable de la sexualidad y de la exploración de ´lo que puede el cuerpo´. Fue un experimentador incansable de materiales y relaciones. Fue un maestro y más que un carisma, fue una fuerza generadora importante en el arte de los setenta y los ochenta.

Las Yeguas del Apocalipsis le deben la arquitectura de la performance y, me atrevo a decir que, Lemebel incluido, aprendieron de la desfachatez de su escritura. La generación más joven de artistas visuales pasó, sin consignarlo, por la pasión de las acciones de Leppe -a pesar de su rechazo de los discursos descriptivo-crípticos de la Escena de Avanzada-.

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Era el adjetivo que usaba Leppe para calificar la perfección en la ejecución de lo extremo. Era la valoración de su propia obra pero también el mayor elogio a otro y la descripción de una situación de vida inenarrable.

Texto de Fernando Balcells

‘Feroz’ era el filo de una dentellada, la radicalidad del pensar y el riesgo insostenible de la obra. Concebía el arte y la vida como el drama de esa fiereza.

¡Feroz! Habría dicho Leppe de su propia muerte. Sin anuncio, sin preparación, sin despedida. Una discontinuidad impensada, por debajo de su propio sentido dramático. Leppe fue un increíble dramaturgo de su propia vida.

No es el momento para situar el valor del trabajo de Leppe en la historia del arte chileno, pero hay una reflexión por hacer que no podrá contentarse con los lugares comunes de que fue el pionero de la performance. Trabajó íntimamente con Nelly Richard y Carlos Altamirano (vivían juntos) en un equipo formidable que abrió espacios en las acciones de arte, en el paso de la pintura al cuerpo y de vuelta, en la historia pública de la homosexualidad y en las políticas del arte.

Junto a Dittborn, Lotty Rosenfeld, Altamirano y los integrantes del CADA componen un grupo que actualizó el arte chileno; lo hizo contemporáneo en el devenir del arte mundial y en su propia historia social.

No solo compartían referencias sino, me atrevo a decir, una responsabilidad ética con los signos que implicaba, a la vez, un deber de depuración del lenguaje y de creatividad consistente y extrema. Hay seguramente formas más sugerentes de describir la búsqueda que produjo una escritura (D. Eltit, N. Richard, R. Kay y Zurita) que recoge la imagen, el punto que vuela, y le devuelve las formas de un pensar expandido de la vida y del arte.

Leppe pertenece a ese movimiento que recurre a la materialidad de los procesos corporales y a la vida de los signos para intentar reconfigurar imaginarios vivos, creativos y rigurosos para nuestra convivencia. Dittborn con sus envíos a los lugares comunes, el CADA con los símbolos políticos, Lotty con las señales urbanas y muchísimos otros que no es del caso inventariar aquí.

Era un gran seductor, un hombrón precario y frágil, delicado y potente, inmenso en su generosidad y en sus mezquindades; un activista incomparable de la sexualidad y de la exploración de ´lo que puede el cuerpo´. Fue un experimentador incansable de materiales y relaciones. Fue un maestro y más que un carisma, fue una fuerza generadora importante en el arte de los setenta y los ochenta.

Las Yeguas del Apocalipsis le deben la arquitectura de la performance y, me atrevo a decir que, Lemebel incluido, aprendieron de la desfachatez de su escritura. La generación más joven de artistas visuales pasó, sin consignarlo, por la pasión de las acciones de Leppe -a pesar de su rechazo de los discursos descriptivo-crípticos de la Escena de Avanzada-.