La mayoría de los 450 millones de hablantes de español son latinoamericanos, pero su habla apenas se refleja en los diccionarios. Si la región no se siente representada entre tantos “españolismos”, ¿por qué no diseñar un ‘diccionario universal’ donde las palabras más usadas sean las prevalecientes?
Esta fue la idea del lingüista mexicano Raúl Ávila, que lleva 18 años trabajando desde el prestigioso Colegio de México en este titánico proyecto con la colaboración de 26 universidades de 20 países.
“Los diccionarios actuales, con quizás tres o cuatro excepciones, son de base castellana. Eso supone un sesgo ideológico formidable”, dice en una entrevista con la AFP este apasionado académico de 78 años.
“¿Quién, en América Latina, usa mechero, baremo o repostar?”, se pregunta con picardía.
“En España no se tiene conciencia de los españolismos, es el problema del lingüicentrismo español“, manifiesta este profesor y miembro de la Academia Mexicana de Ciencias.
El objetivo del bautizado como diccionario VALIDE, que podría ver la luz en noviembre, es que la comunidad hispanoamericana tenga un tesauro que indexe regionalismos de todos los países y sugiera cuál es la palabra más indicada para un texto de vocación internacional, que pretenda ser entendido por el máximo número de hablantes posible.
Con base en una fórmula interna, el programa seleccionará la palabra que más personas y países usan.
“Se trata de que no gane un país porque tenga más hablantes, porque entonces ganaría siempre México, sino de que gane la voz que tiene más hablantes y más países: frecuencia y dispersión”, explica Ávila.
Según este criterio, por ejemplo, el VALIDE sugeriría usar “computador” en vez del “ordenador” español o la “computadora” mexicana; “fósforo” en vez de “cerilla” o “cerillo”; o “agarrar” en vez del “coger” de España, que en algunos países de América Latina se usa como sinónimo de copular.
El reto de nombrar las cosas
Quizás “coger” es la palabra que más bromas genera entre los hispanohablantes, aunque para Ávila, sin duda, la más controvertida y confusa es “cancelar”: en Venezuela o El Salvador se usa como sinónimo de “pagar” mientras que en la mayoría de países significa “anular”.
El lingüista, que disfruta como un niño con los juegos de palabras, recuerda cómo hace unos años vivió toda una confusión en un hotel de El Salvador por esa palabra.
Aunque estudios comparativos hechos sobre medios de comunicación o doblajes de películas demuestran que los hispanohablantes usan un español común entre un 98% y un 99% del tiempo, es en el universo de las cosas donde se da principalmente el debate.
Banano-plátano-cambur-banana, placa-chapa-matrícula, maní-cacahuete-cacahuate, carro-coche-auto-máquina, cerveza-chela-cheve-birra.
“En culto, en abstracto no hay problema, pero tan pronto entramos a las cosas mismas, ahí entramos en problemas. Es en un mercado donde está complicado”, ironiza Ávila.
Pero su ‘diccionario universal’ no quiere quitarle riqueza o diversidad lingüística al español, la segunda lengua con más hablantes nativos del mundo y la tercera más hablada después del inglés y el chino.
Con el VALIDE “no se empobrece nada, sino que se da una opción. Mi idea justamente es enriquecer el lenguaje dado que, de todos modos, tenemos que tomar una opción”, argumenta.
Ahorro y eficiencia
¿Y para qué puede servir el diccionario? Como referencia para medios de comunicación que se dirijan a un público internacional, para traducciones de libros, subtítulos de películas, señalizaciones de seguridad en espacios públicos como aeropuertos, prospectos farmacéuticos, etc.
El lingüista hace una comparación grandilocuente sobre su proyecto.
Tiene un propósito similar a la literatura del llamado ‘boom latinoamericano’ de Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa o Julio Cortázar: “usar un español más internacional para tener más lectores”.
En su lucha lingüística, Ävila no esconde sus discrepancias con instituciones como el Instituto Cervantes o la Real Academia Española, molesto con la dominación de España por herencia de la conquista y su poder económico.
“Pero, desde América, estamos proponiendo una toma de conciencia lingüística en la cual decimos: o jugamos parejo o no jugamos“, afirma.