Cuando un devastador sismo sacudió Nepal en abril, su “diosa viviente” de más edad tuvo que enfrentarse a lo impensable: caminar por la calle por primera vez en su vida.
La ‘kumari’ Dhana Kumari Bajracharya, fiel a su vida en reclusión desde la edad de 2 años, cuenta a la agencia de noticias AFP su largo e inhabitual reinado y el trauma, aún vivo, de su destitución sin miramientos en los años 80.
Antes del sismo de magnitud 7,8 que devastó Nepal el 15 de abril, ella sólo había aparecido en público montada en un palanquín de madera esculpida.
Las kumaris, estas diosas vivientes oriundas de Nepal, viven al margen de la sociedad y hablan en pocas ocasiones en público, en virtud de tradiciones heredadas del hinduismo y del budismo.
Sin embargo, después del terremoto que destruyó miles de edificios y mató a más de 8.800 personas, Bajracharya salió de su casa de Patan, al sur de Katmandú, por primera vez en tres decenios. Y, por primera vez, a pie.
“Nunca habría imaginado tener que salir de mi casa así”, confiesa. “Quizás los dioses estaban iracundos, porque la gente ya no respeta las tradiciones”, añade esta mujer de 63 años.
Durante el sismo, que estremeció la casa de cinco plantas, su familia continuó encerrada a la espera de ver si la kumari rompería su tradición y saldría a la calle.
“No podíamos salir de casa como todo el mundo, debíamos pensar en ella. No sabíamos qué hacer”, explica su sobrina Chanira Bajracharya.
“Pero cuando la naturaleza les obliga, realizan lo impensable”, añade.
Dhana Kumari Bajracharya subió al trono en 1954 y reinó durante tres décadas como kumari de Patan. Las kumaris, niñas prepúberes de la comunidad newar, están consideradas como la encarnación de la diosa hindú Durga.
Su selección corresponde a criterios estrictos, especialmente físicos, como mejillas de león y piernas de gamo.
‘¿Por qué tan mayor?’
A diferencia de la kumari de Katmandú, quien debe vivir en una residencia oficial, la de Patan puede residir con su familia, pero sólo aparece en público en los días festivos para ser venerada durante un desfile en la ciudad.
“Me encanta salir los días de fiesta”, asegura al recordar a sus adoradores esperando su bendición en las estrechas calles de la ciudad.
La kumari de Patan cede tradicionalmente su trono cuando llega a la pubertad, pero Bajracharya nunca ha tenido la regla, por lo que continuó desempeñando su papel hasta pasados los 30 años de edad.
Pero en 1984, el entonces príncipe Dipendra, quien masacró a la familia real 17 años más tarde, provocó una polémica que puso fin al reinado de Bajracharya.
“¿Por qué es tan mayor?”, habría preguntado el príncipe al verla durante una fiesta, lo que obligó a los sacerdotes a encontrarle una sustituta.
Treinta años después, el recuerdo de esta brusca destitución sigue siendo una herida abierta.
“No tenían ningún motivo para reemplazarme”, asegura a la AFP. “Estaba un poco colérica (…) Me seguía sintiendo diosa”.
Rutinas inmutables
Tras verse obligada a retirarse, Bajracharya decidió mantener sus costumbres, al ser incapaz de volver a integrarse en la sociedad.
Así, cada mañana, viste una falda roja bordada como la que lucía durante su reinado, recoge sus cabellos en un moño y pinta el contorno de sus ojos con kohl.
En los días festivos, se dibuja un tercer ojo con polvos rojos y amarillos en la frente y se instala en un trono de madera decorado con serpientes para dirigirse a los fieles que la visitan.
“Los sacerdotes hicieron lo que tenían que hacer, pero yo no puedo abandonar mis responsabilidades”, asegura.
Cuando su sobrina Chanira fue designada kumari en 2001, Bajracharya le enseñó el ceremonial.
Aunque Nepal ha evolucionado mucho desde que Bajracharya nació, incluso convirtiéndose en una república, ella cambió poco.
La única concesión a la modernidad es su adicción a la televisión, especialmente, a los programas informativos y a las series inspiradas en la mitología india.
Desde el sismo, no obstante, Bajracharya consagra la mayor parte de su tiempo a rezar.