Hoy llegaron mi hija y mi nieto de Copiapó. Vienen a Santiago a refugiarse de la emergencia sanitaria, del desabastecimiento, de la incertidumbre y de la pena. Los nortinos han sido removidos de sus hogares, golpeados en sus bienes, en su saber y en sus afectos. Algunos han contemplado la muerte y enfrentado pérdidas incalculables. Otros han perdido el piso y el sentido, han percibido la revulsión del aire y han visto vacilar el horizonte ante sus ojos.

La gente en sus localidades -incluyendo empresas del barrio y funcionarios estatales en tanto vecinos- es más sabia y más eficiente que las autoridades. Parece una obviedad decirlo, pero la huella del centralismo está tan presente y tan naturalizada, que es necesario insistir.

Se han creado cientos de grupos de trabajo y de iniciativas de autoapoyo entre vecinos que chocan con la torpeza estructural de las instituciones. Todo lo que es real sucede a nivel local y las insuficiencias de organización a las que asistimos como testigos son producto del déficit institucional que ahoga a la gente en sus barrios. Aquí está en juego lo que hemos aprendido de una catástrofe a otra.

Nuestro país necesita reformular las capacidades de movilización y organización vecinal desde lo local a lo local, desde abajo hacia los lados y de ahí hacia arriba. Pensar nuestra capacidad de reacción en las emergencias es pensar en el Estado que necesitamos en una tierra inestable. Hablamos de disponibilidad local de infraestructura, de un saber del desastre, de lugares de acogida, de logística de abastecimiento y de comunicaciones; de la flexibilidad y la capacidad que no tiene el Estado para actuar oportunamente a nivel de cada hogar.

Los que no ven la relación entre la catástrofe del norte y la falta de instituciones locales, podrían provechosamente hacer un seguimiento a la identidad de nuestras carencias a través de la multitud de terremotos, incendios e inundaciones que nos asolan.

Desde hace meses asistimos intrigados a las debilidades de nuestras instituciones miradas por el lado menor del robo de cuello blanco y sin detenernos en la gigantesca usurpación de capacidades y poderes de las personas por el centralismo. A pesar de las repeticiones constantes no hemos abierto todavía una conversación sobre la inmensidad que se nos viene encima y sobre la insistencia de lo imprevisible y lo absolutamente inconcebible.

Lo que ha bajado de las montañas es la infinidad de los imposibles que han dado forma al territorio que habitamos. Ha bajado la gente de los cerros y aunque parezca haber sido enterrado, el mundo se nos abre por ellos, a condición de que mantengamos vivo el acontecimiento y que entreguemos a las personas las herramientas para organizarse.

Si permanecemos en la comodidad del olvido o sseguimos las reglas superficiales del duelo, si enterramos nuestros muertos como a los resplandores de un amor pasajero y si retomamos la inercia de nuestros hábitos después del llanto; si volvemos intactos a lo que teníamos y a lo que hacíamos, entonces, volveremos otra vez al día anterior de la catástrofe.

Fernando Balcells
Sociólogo, escritor y director de la Fundación Chile Ciudadano.