Los suburbios franceses desfavorecidos, donde la desesperanza ha llevado a muchos jóvenes a radicalizarse, parecen muy alejados de la “unión nacional” que pide el gobierno tras los atentados que dejaron 17 muertos en París.

“La interpretación de los atentados fue muy distinta” en estos suburbios, estima Mohamed Tria, presidente de un club de fútbol de un barrio de viviendas sociales de los alrededores de Lyon.

Tria se quedó “atónito” con las reacciones de ciertos adolescentes “que buscan reconocimiento”, tras los ataques de los días 7, 8 y 9 de enero.

“No veían la muerte de 17 personas, sino el acto de valentía de quienes cayeron con las armas en la mano. Los admiran”, añade, refiriéndose a los tres yihadistas que abatió la policía después de que ultimaran a sus 17 víctimas.

A Tria “no le sorprende” que los habitantes de estos suburbios no hayan concurrido masivamente a las manifestaciones realizadas el domingo posterior a los atentados, las cuales reunieron unos cuatro millones de personas en toda Francia.

En estos barrios desfavorecidos, donde los índices de desempleo son muy elevados, viven numerosos inmigrantes o sus descendientes, muchos de ellos musulmanes.

La asociación “Ciudad y suburbios”, que reúne a 120 alcaldes, considera que estos suburbios revelan “nuestras fracturas, nuestras impotencia, nuestras contradicciones y nuestras debilidades”.

Según el ministerio de Educación, el minuto de silencio que se guardó en las escuelas del país el 8 de enero fue perturbado en un centenar de ocasiones y se señalaron también unos cuarenta casos de “apología del terrorismo” en dichas escuelas.

No obstante, “hay que tener mucho cuidado con la lectura territorial”, estima el sociólogo de la universidad de Nantes (oeste), Renaud Epstein, quien considera necesario evitar una visión sesgada que identifique a estos suburbios con “el terrorismo”.

“No tenemos nada”

Por su parte, expertos y asociaciones consideran que los 30 años de planes de renovación urbana, que hoy en día se están llevando a cabo en unos 700 municipios en los que viven cinco millones de personas, han sido un fracaso.

“No nos dimos cuenta de lo que pasó en 2005″, declara Mohammed Mechmache, de la asociación AC Le Feu [juego de palabras que se puede traducir por "No más fuego"], creada después de los disturbios que tuvieron lugar en Francia durante tres semanas en 2005, con miles de vehículos incendiados, cientos de heridos, miles de detenidos y hasta toques de queda y la promulgación del estado de emergencia durante casi dos meses.

Para Mechmache, “los habitantes tienen la sensación de que se los abandonó, se vuelven frágiles, se encierran y quedan a la merced de (…) todo tipo de extremistas” que vienen a “rescatarlos”.

Para Issa, de Clichy-sous-Bois, donde se iniciaron los disturbios de 2005, “aquí estamos cerca de París y lejos de todo”. “No tenemos nada, ni transporte, ni comercios, ni teatro, ni cine”, explica Zouzou, otra habitante de este suburbio.

Actualmente, un nuevo programa gubernamental procura crear 300.000 puestos de trabajo en 10 años, por un costo total de 5.000 millones de euros.

“Descargar toneladas de hormigón no es suficiente. Se necesita una dimensión humana”, estima Tria.

“De repente, tomamos conciencia con Kouachi y Coulibaly, pero son hijos de la República que hemos engendrado”, agrega, refiriéndose a los dos hermanos que mataron a 12 personas en el semanario satírico Charlie Hebdo el 7 de enero y a quien mató a una policía un día antes de asesinar a cuatro personas más en un supermercado kósher.

“¿Quién les enseña a esos niños lo que está bien y lo que está mal? Hemos dejado de enseñarles nuestros valores y otros ocupan nuestro lugar”, lamenta Tria, para quien “la radicalización religiosa es una consecuencia” de esta situación.