La Teletón y el “sistema de la caridad”

Teletón (c)
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Hay visiones de la Teletón desde la experiencia personal que reflejan la admiración y el agradecimiento de quienes han sido acogidos en ella. Lo que esas voces dicen es verdadero y debe ser respetado como un piso para el debate. Lo que el papá de Martín afirma viene de la angustia de encontrarse enfrentado al dolor de un hijo y ser acogido de ese modo extraordinariamente amoroso y eficiente que él describe. Es verdad, además, que la Teletón supera los parámetros de cualquier otra institución chilena. Lo que puedo entender pero no le puedo conceder al padre de Martín es el cierre a todo debate sobre la Teletón. Este es el momento de conversar.

Por Fernando Balcells

Para hablar de la caridad en Chile es obligatorio pasar especialmente por el Hogar de Cristo, por la Teletón y por los vueltos en el supermercado. Hay muchas dimensiones en las prácticas de la solidaridad y de la caridad que, teniendo en cuenta a las personas beneficiadas, pueden ser tratadas con espíritu crítico y con respeto.

El problema no es la Teletón sino lo que queda afuera.

La primera pregunta es ¿porque no tenemos otras instituciones de la calidad de la Teletón que permitan acoger a personas con discapacidades sensoriales, con enfermedades degenerativas o propias de la vejez?

Se ha criticado el espectáculo que acompaña la puesta en escena de la Teletón. Se le atribuye transformar a sujetos de derecho en objetos de la caridad. La verdad es que esa es una crítica injusta. El ser avasallados por el espectáculo no es privativo de la Teletón; es parte de las malas costumbres políticas del país. Más que el espectáculo, que combina la búsqueda del rating, el estilo de Sábados Gigantes y la discutible rutina de la cadena nacional, el problema de la Teletónno es la Teletón sino lo que queda afuera. El resto de las iniciativas solidarias y, sobre todo, el resto del tiempo. Desaparecido el espectáculo se olvida y se cierra la herida. Se hace necesario pensar iniciativas extensas que abran un lugar a la compasión en la memoria y en la cotidianeidad.

Ante la Teletón los chilenos están unidos en el sentimiento y el país se ve como emparejado en el entusiasmo solidario y en el esfuerzo del cumplimiento. La Teletón es víctima de su propio éxito. Provoca el encubrimiento de la diversidad de los males y de la multitud de las buenas causas que no encuentran alivio, amparo ni consuelo en los sistemas de distribución de recursos que tenemos.

Obras son amores. Lo que la Teletón ha recogido no estaba ahí para ser cosechado. Hasta donde sabemos (como no tenemos estadísticas, todas estas afirmaciones son tentativas). La Teletón no le restó aportes a nadie sino que generó un espacio y un flujo de donaciones nuevo e intransferible. Que un pueblo entero se manifieste en una obra de solidaridad material de esta envergadura, y durante tanto tiempo, es un acto entrañable.

Sin duda la Teletón ha tenido una gestión impecable. Su diferencia, sin embargo, no está en ese punto sino en su convocatoria. No es probable que esa experiencia pueda replicarse y ni siquiera podemos apostar a que se mantenga. Que progresivamente el Estado va a tener que asumir un papel de relevo es algo que está en el aire.

Bajo los mismos nombres hay entidades diferentes.

Antes de seguir y para efectos del análisis, hay que separar a la “Fundación pro ayuda al niño lisiado” junto a la administración de los centros de rehabilitación, de las jornadas solidarias encabezadas por Mario Kreutzberger. A partir de esa distinción, una segunda pregunta se impone. ¿Es posible pensar que la Teletón -en cuanto acto de recaudación de la solidaridad chilena- se abra a beneficiar a otras fundaciones? ¿Estarán los chilenos dispuestos a desplegar la solidaridad concentrada en la Teletón hacia otras causas? ¿Estará el Estado dispuesto a pactar un sistema de relevos de financiamiento, que respetando la iniciativa y la voluntad de la gente, complemente los aportes que algunos dejarán de percibir? Un peso Estatal por cada peso puesto por la gente.

Distorsiones de la caridad.

Los sistemas que tenemos para encauzar y administrar la generosidad de la gente tienen distorsiones que es conveniente corregir. Hace un par de años me tocó hacer los trámites del entierro de una persona querida. Sin pensarlo, recurrí al Hogar de Cristo. Tiempo después, supe que el Hogar de Cristo había vendido la funeraria y la marca a una empresa comercial. Me sentí defraudado.

La caridad involucra la fe pública y en esa medida debe estar sujeta, a lo menos, a normas de transparencia de la información.

En el redondeo de los vueltos en supermercados, el dueño de la donación no es el donante sino el intermediario. El recaudador es quién decide a que institución se destinarán los dineros del vuelto y de paso, aprovecha los rendimientos de imagen y los intereses de los excedentes diarios de caja.

(Imaginemos un programa llamado ‘su vuelto es mi sueldo’ en que los dineros donados en las compras diarias se sumen a los restos del ‘ajuste sencillo’ de las cuentas de servicios y se forme un Fondo Civil con aportes descontables de impuestos, destinado al financiamiento de iniciativas y de organizaciones sociales visibilizadas para la libre elección del público).

Amor y Justicia en el mercado de la caridad.

Como muchas otras transacciones entre privados, la caridad está regulada fácticamente por derechos adquiridos y tejidos invisibles que transforman esos derechos en privilegios económicos. Al parecer no hemos estado dispuestos a admitir que la caridad es un caso de intercambio de mercado y de competencia imperfecta. Entre el Hogar de Cristo, la Fundación Techo y la Teletón se concentra una parte inconmensurable del mercado de los aportes solidarios y caritativos. Existen cientos de fundaciones y obras sociales meritorias que son desconocidas. Sería interesante tener un balance público del total de las donaciones y sus destinos.

Hablamos de la caridad demandada por instituciones y no de la caridad espontánea o personal que se establece entre un peatón y un mendigo. La caridad es una relación entre dos y no un acto unilateral de generosidad. Desde antiguo es una de las columnas del pacto social. Ella puede ser solicitada por el mendigo o emprendida por el donante pero, como toda gracia, ella debe ser aceptada por el que la recibe.

Hay una deuda de nivelación y de información del Estado a la ciudadanía en relación a la caridad institucional. Lejos de romper con la magia de la donación, un ambiente de libre competencia, de alta transparencia y de responsabilidad ciudadana puede fortalecer la determinación solidaria. La economía de la donación no es el opuesto de la transacción mercantil ni del gasto público sino su expansión y su complemento. Gratis, pagado y financiado por el Estado son, desde siempre, formas complementarias de relación social.

La Teletón no es solo un acto de amor, es además un acto de justicia.
Y contrariamente a lo que pudiera pensarse, ese suplemento es lo que arriesga degradarla. En ese agregado, el gesto de dar se desprende de la gratuidad y se interna en el cálculo de lo que recibo a cambio.

La Teletón es la mezcla eficaz del amor entregado por las personas y de la rentabilización de ese amor por las empresas. Si aceptamos la legitimidad de una ganancia empresarial en la caridad y su mezcla con la entrega desinteresada de las personas, entonces, una contabilidad transparente y pública es necesaria. Esa cuenta debe despejar toda duda de impostura y arrojar un balance que muestre el aporte de cada sector –empresas, Estado y personas- en el esfuerzo común. El debate público es imprescindible. Cuando la mano izquierda ignora lo que hace la derecha estamos fuera de la contabilidad, fuera de toda equivalencia y de toda justicia; entramos en el terreno del amor y del delito.

La caridad personal es anárquica y corrosiva porque obedece al amor y no a la justicia. Es un espacio ganado por la vida en contra de la razón Estado. Ganado por el amor y la micro política en contra de la justicia de Estado. Es una priorización ciudadana del uso de recursos excedentes. Y no es el éxito cuantitativo sino la autorización masiva y repetida de la gente la que legitima a la Teletón en todos sus alcances.

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Hay visiones de la Teletón desde la experiencia personal que reflejan la admiración y el agradecimiento de quienes han sido acogidos en ella. Lo que esas voces dicen es verdadero y debe ser respetado como un piso para el debate. Lo que el papá de Martín afirma viene de la angustia de encontrarse enfrentado al dolor de un hijo y ser acogido de ese modo extraordinariamente amoroso y eficiente que él describe. Es verdad, además, que la Teletón supera los parámetros de cualquier otra institución chilena. Lo que puedo entender pero no le puedo conceder al padre de Martín es el cierre a todo debate sobre la Teletón. Este es el momento de conversar.

Por Fernando Balcells

Para hablar de la caridad en Chile es obligatorio pasar especialmente por el Hogar de Cristo, por la Teletón y por los vueltos en el supermercado. Hay muchas dimensiones en las prácticas de la solidaridad y de la caridad que, teniendo en cuenta a las personas beneficiadas, pueden ser tratadas con espíritu crítico y con respeto.

El problema no es la Teletón sino lo que queda afuera.

La primera pregunta es ¿porque no tenemos otras instituciones de la calidad de la Teletón que permitan acoger a personas con discapacidades sensoriales, con enfermedades degenerativas o propias de la vejez?

Se ha criticado el espectáculo que acompaña la puesta en escena de la Teletón. Se le atribuye transformar a sujetos de derecho en objetos de la caridad. La verdad es que esa es una crítica injusta. El ser avasallados por el espectáculo no es privativo de la Teletón; es parte de las malas costumbres políticas del país. Más que el espectáculo, que combina la búsqueda del rating, el estilo de Sábados Gigantes y la discutible rutina de la cadena nacional, el problema de la Teletónno es la Teletón sino lo que queda afuera. El resto de las iniciativas solidarias y, sobre todo, el resto del tiempo. Desaparecido el espectáculo se olvida y se cierra la herida. Se hace necesario pensar iniciativas extensas que abran un lugar a la compasión en la memoria y en la cotidianeidad.

Ante la Teletón los chilenos están unidos en el sentimiento y el país se ve como emparejado en el entusiasmo solidario y en el esfuerzo del cumplimiento. La Teletón es víctima de su propio éxito. Provoca el encubrimiento de la diversidad de los males y de la multitud de las buenas causas que no encuentran alivio, amparo ni consuelo en los sistemas de distribución de recursos que tenemos.

Obras son amores. Lo que la Teletón ha recogido no estaba ahí para ser cosechado. Hasta donde sabemos (como no tenemos estadísticas, todas estas afirmaciones son tentativas). La Teletón no le restó aportes a nadie sino que generó un espacio y un flujo de donaciones nuevo e intransferible. Que un pueblo entero se manifieste en una obra de solidaridad material de esta envergadura, y durante tanto tiempo, es un acto entrañable.

Sin duda la Teletón ha tenido una gestión impecable. Su diferencia, sin embargo, no está en ese punto sino en su convocatoria. No es probable que esa experiencia pueda replicarse y ni siquiera podemos apostar a que se mantenga. Que progresivamente el Estado va a tener que asumir un papel de relevo es algo que está en el aire.

Bajo los mismos nombres hay entidades diferentes.

Antes de seguir y para efectos del análisis, hay que separar a la “Fundación pro ayuda al niño lisiado” junto a la administración de los centros de rehabilitación, de las jornadas solidarias encabezadas por Mario Kreutzberger. A partir de esa distinción, una segunda pregunta se impone. ¿Es posible pensar que la Teletón -en cuanto acto de recaudación de la solidaridad chilena- se abra a beneficiar a otras fundaciones? ¿Estarán los chilenos dispuestos a desplegar la solidaridad concentrada en la Teletón hacia otras causas? ¿Estará el Estado dispuesto a pactar un sistema de relevos de financiamiento, que respetando la iniciativa y la voluntad de la gente, complemente los aportes que algunos dejarán de percibir? Un peso Estatal por cada peso puesto por la gente.

Distorsiones de la caridad.

Los sistemas que tenemos para encauzar y administrar la generosidad de la gente tienen distorsiones que es conveniente corregir. Hace un par de años me tocó hacer los trámites del entierro de una persona querida. Sin pensarlo, recurrí al Hogar de Cristo. Tiempo después, supe que el Hogar de Cristo había vendido la funeraria y la marca a una empresa comercial. Me sentí defraudado.

La caridad involucra la fe pública y en esa medida debe estar sujeta, a lo menos, a normas de transparencia de la información.

En el redondeo de los vueltos en supermercados, el dueño de la donación no es el donante sino el intermediario. El recaudador es quién decide a que institución se destinarán los dineros del vuelto y de paso, aprovecha los rendimientos de imagen y los intereses de los excedentes diarios de caja.

(Imaginemos un programa llamado ‘su vuelto es mi sueldo’ en que los dineros donados en las compras diarias se sumen a los restos del ‘ajuste sencillo’ de las cuentas de servicios y se forme un Fondo Civil con aportes descontables de impuestos, destinado al financiamiento de iniciativas y de organizaciones sociales visibilizadas para la libre elección del público).

Amor y Justicia en el mercado de la caridad.

Como muchas otras transacciones entre privados, la caridad está regulada fácticamente por derechos adquiridos y tejidos invisibles que transforman esos derechos en privilegios económicos. Al parecer no hemos estado dispuestos a admitir que la caridad es un caso de intercambio de mercado y de competencia imperfecta. Entre el Hogar de Cristo, la Fundación Techo y la Teletón se concentra una parte inconmensurable del mercado de los aportes solidarios y caritativos. Existen cientos de fundaciones y obras sociales meritorias que son desconocidas. Sería interesante tener un balance público del total de las donaciones y sus destinos.

Hablamos de la caridad demandada por instituciones y no de la caridad espontánea o personal que se establece entre un peatón y un mendigo. La caridad es una relación entre dos y no un acto unilateral de generosidad. Desde antiguo es una de las columnas del pacto social. Ella puede ser solicitada por el mendigo o emprendida por el donante pero, como toda gracia, ella debe ser aceptada por el que la recibe.

Hay una deuda de nivelación y de información del Estado a la ciudadanía en relación a la caridad institucional. Lejos de romper con la magia de la donación, un ambiente de libre competencia, de alta transparencia y de responsabilidad ciudadana puede fortalecer la determinación solidaria. La economía de la donación no es el opuesto de la transacción mercantil ni del gasto público sino su expansión y su complemento. Gratis, pagado y financiado por el Estado son, desde siempre, formas complementarias de relación social.

La Teletón no es solo un acto de amor, es además un acto de justicia.
Y contrariamente a lo que pudiera pensarse, ese suplemento es lo que arriesga degradarla. En ese agregado, el gesto de dar se desprende de la gratuidad y se interna en el cálculo de lo que recibo a cambio.

La Teletón es la mezcla eficaz del amor entregado por las personas y de la rentabilización de ese amor por las empresas. Si aceptamos la legitimidad de una ganancia empresarial en la caridad y su mezcla con la entrega desinteresada de las personas, entonces, una contabilidad transparente y pública es necesaria. Esa cuenta debe despejar toda duda de impostura y arrojar un balance que muestre el aporte de cada sector –empresas, Estado y personas- en el esfuerzo común. El debate público es imprescindible. Cuando la mano izquierda ignora lo que hace la derecha estamos fuera de la contabilidad, fuera de toda equivalencia y de toda justicia; entramos en el terreno del amor y del delito.

La caridad personal es anárquica y corrosiva porque obedece al amor y no a la justicia. Es un espacio ganado por la vida en contra de la razón Estado. Ganado por el amor y la micro política en contra de la justicia de Estado. Es una priorización ciudadana del uso de recursos excedentes. Y no es el éxito cuantitativo sino la autorización masiva y repetida de la gente la que legitima a la Teletón en todos sus alcances.