¿Está La Serena preparada para que se trasladen los discapacitados por la ciudad? En el siguiente reportaje realizado por el diario local El Día, salieron a descubrir en terreno las dificultades que enfrentan estas personas para desplazarse por la comuna, y éstas son sus conclusiones:

En el mes de la Teletón, quisimos conocer in situ las dificultades que enfrentan las personas que deben trasladarse en silla de ruedas en La Serena. ¿El resultado? Francamente, una urbe que no está preparada para ellas. Descubrimos una capital regional discapacitada.

Cuando termine noviembre, la solidaridad colmará nuestro país. Sí, aquella característica inevitable que nos llena de orgullo volverá por 27 horas a través de la Teletón.

Y es que pareciera ser que durante poco más de un día, adquirimos una conciencia profunda acerca de la discapacidad y verdaderamente nos ponemos en el lugar del otro. Pero, ¿será suficiente ¿Verdaderamente ha generado una conciencia permanente, desde que comenzó a realizarse hace 35 años? Aquello es difícil de dilucidar con exactitud.

Sin embargo, diario El Día trató de obtener luces acerca de la respuesta, las que pudo encontrar al caminar por la ciudad y verificar si a estas alturas, está preparada para las personas con discapacidad.

EN PRIMERA PERSONA

Orlando Leyton sobrepasa los 40 años y hace 18 que debe trasladarse en silla de ruedas. Quien hoy es funcionario de la delegación municipal de Tierras Blancas, sufrió un accidente cuando trabajaba para una empresa constructora y cayó desde una grúa que estaba a 8 metros de altura, perdiendo por completo la movilidad de sus piernas.

Con él nos contactamos para realizar un recorrido por el centro de La Serena sobre una silla de ruedas. Esta tarea podría ser “bastante difícil”, según él mismo nos dice cuando nos encontramos en la Plaza de Armas, en donde nos espera junto a la directora regional de Senadis (Servicio Nacional de la Discapacidad), Cecilia Tirado. Allí ambos realizan su diagnóstico previo.

“No se puede desconocer que ha habido avances en la sociedad en los últimos años y puede que la Teletón haya ayudado a eso, pero falta, porque para uno todavía es difícil desplazarse (…). Yo trato de andar por todos lados, y lo hago, pero falta avanzar en lo que tiene que ver con las rampas de acceso, en los servicios higiénicos para nosotros y un sinfín de otras cosas”, precisa Orlando.

Mientras a su lado, la directora del Senadis asiente con la cabeza y se apresura a complementar sus dichos.

“Si tenemos que hacer una evaluación, no es positiva. Si bien los organismos públicos han hecho un esfuerzo en todo lo que tiene que ver con el uso del espacio, no solamente las calles, las plazas, sino que también la edificación pública propiamente tal, se está cumpliendo sólo con el mínimo estándar, es decir, aquí muchas veces nos conformamos con la construcción de una rampa de acceso, pero no basta”, expresa la autoridad.

En el principal edificio público de la zona, en la intendencia regional, comenzamos nuestro recorrido. Subimos a la silla y junto a Orlando intentamos ingresar por el acceso que existe en calle Los Carrera.

“Nada fácil”, vuelve a decir, mientras sube por la rampa. Claro, resulta que incluso a él le cuesta ascender, debido a que no cumpliría con los estándares.

“Se hace dificultoso porque está poco inclinada, la pendiente es demasiado elevada y no tiene los antideslizantes. Aunque al final se puede subir”, asegura, al tiempo que nosotros detrás de él también lo intentamos y simplemente no podemos, pese a nuestro esfuerzo.

“Yo lo puedo hacer porque llevo años, y se requiere de cierta técnica en la silla, pero es probable que una persona que no lleva mucho tiempo no pueda utilizar esta rampa o deba recibir ayuda”, explica, aún algo agitado.

¿Y los servicios higiénicos? Sí, los hay, pero sólo para funcionarios y no para personas con discapacidad. Los del primer piso -los únicos a los que ellos pueden acceder- no satisfacen del todo las necesidades de Orlando.

Aquello queda claro cuando intenta abrir la puerta y lo hace con suma dificulta,d por lo estrecho del espacio. El lavamanos está a una altura que lo hace utilizable, pero si la persona que circula en silla de ruedas quisiera ocupar los urinarios, por ejemplo, no podría hacerlo. “Es lamentable”, acota resignado y se retira.

Cecilia Tirado, directora del Senadis, observa la situación. Sabe que resulta paradojal que en el propio edificio de Gobierno, una persona con discapacidad no pueda ni siquiera subir al segundo piso, y que incluso ellos mismos como Senadis se vean afectados, ya que a la hora de hacer reuniones con la intendenta deben hacerlas abajo.

Pero ella reconoce el problema y asegura que se estaría avanzando en solucionarlos. “Te insisto, es difícil porque estos edificios son antiguos, los que se están construyendo ahora sí deben tener todo el equipamiento. Además, están dentro de la Zona Típica, lo que implica que para hacer cualquier modificación hay que contar con los permisos respectivos, y hay una serie de restricciones. Pero debemos resolver la situación ya que es una de las grandes falencias que hay en los edificios en general, con los accesos y con los baños”, aclara.

EN PLENO CENTRO

“Trato de moverme por todos lados y lo hago”, fue una de las primeras frases de Orlando. Él trata, pero en una ciudad que no está preparada cuesta, y aquello queda demostrado al avanzar por calle Prat.

Para nosotros se hace casi imposible, en medio de la gente cuyo apuro a veces prima por sobre la cultura y la educación. Orlando, en tanto, puede desplazarse con cierta fluidez. Sin embargo, todo cambia cuando queremos hacer uso de algún local de esparcimiento.

Llegamos al Café del Patio, ubicado justo frente al municipio de La Serena. En principio todo bien. Existe una rampa para ingresar, pero al probar las condiciones es el propio Orlando Leyton quien se decepciona. Esto porque gran parte de las mesas no son aptas para una silla de ruedas.

“Me puedo tratar de acercar, pero la mesa no sirve para nosotros”, dice mientras intenta acomodarse, sin éxito.

“¿Y los baños?”, pregunta él mismo. “Vamos a los baños”, agrega, sin muchas expectativas. Por ello, se sorprende cuando ve que sí hay un tercer servicio higiénico. Se acerca, pero está cerrado con llave. Otra puerta que se cierra. Quisimos hablar con el administrador del local para pedirle una explicación, pero no se encontraba en el recinto.

“Lo encuentro insólito, verdaderamente insólito. ¿Qué pasaría si yo efectivamente quisiera ir al baño en este momento? No sé si esté funcionando, pero aunque lo estuviera, ¿tengo que ir a pedirle las llaves a otra persona para poder realizar una necesidad básica? No me parece justo”, expresa Orlando, con un descontento evidente.

Eso sí, cabe señalar que dos días después de nuestra visita junto a Orlando, logramos contactarnos con la administración, desde donde señalaron que ese baño no era responsabilidad de ellos sino de otros recintos, pero se comprometieron a hacer las gestiones para poder habilitarlo.

Pero el problema no es sólo en aquel local, en el que al menos hay un acceso a la vista. Muy cerca, en el “Delivery”, intentamos ingresar. Allí notamos que de inmediato, a falta de rampa, una persona se acerca para preguntarnos qué necesitamos. Punto a favor, ya que se vio una preocupación.

Nosotros guardamos silencio hasta que llega Orlando, quien nuevamente hace evidente su descontento al no poder entrar por sus propios medios.

La administradora explica que no han podido instalar una rampa, por el problema de la tramitación para construir que pone el Consejo de Monumentos Nacionales, pero que existe otro acceso al costado, desde otro local.

No obstante, para nuestro acompañante no es suficiente. “¿Por qué siempre por la puerta de al lado? ¿No es eso una forma de discriminación? Además, ni siquiera está señalizado que exista una entrada para personas con discapacidad. Si yo veo este local me retiro, porque lo que observo es que no podría entrar. No creo que haya justificación”, expresa.

La situación se repite local tras local, café tras café. Pareciera ser que siempre falta algo. Cuando hay accesos, a veces sólo lo son para entrar y en el interior, el desplazamiento es imposible. En otras oportunidades, los accesos son malos y, por otra parte, son pocos los lugares que cuentan con baños para personas con discapacidad.

CUESTA ARRIBA

Mirar desde abajo es una constante para las personas que a diario deben trasladarse en una silla y aquello no es algo que les agrade, menos aún cuando transitan por el centro y se encuentran con enormes entradas que para ellos son una invitación a retirarse. Aquello le sucedió a Orlando dos veces durante nuestro recorrido, aunque en distintos niveles.

En el Museo Arqueológico de La Serena, una escalera enorme mata las ilusiones de cualquier persona que no pueda caminar. Allí llegamos y esperamos durante unos 4 minutos hasta que alguien se acerca para indicarnos que sí es factible entrar en nuestras sillas. Finalmente sí pudimos hacerlo, pero tal como indicaba Orlando, “por la puerta de al lado”.

Existe un acceso y también un ascensor para que las personas puedan subir al segundo piso, lo que resulta enormemente valorable en el contexto actual.

“Hay que rescatar el hecho de que se estén haciendo cosas como ésta, pero, ¿cómo voy a saber yo que hay un acceso por otro lado? Mira, insisto, se valora el que existan opciones, pero no es agradable que tengas que estar esperando a que alguien te vea para poder subir, que pese a todos los esfuerzos que haces tú para valerte por ti mismo, igual termines dependiendo de otras personas, no es justo”, dice Orlando.

Ya habíamos sentido la discriminación. Sin embargo, nunca fue tan fuerte como en el momento en que llegamos a la sucursal de la empresa Tur Bus, ubicada en Eduardo de La Barra con Balmaceda.

En ese lugar la empresa cuenta con un sistema para que una persona en silla de ruedas pueda ser subida, pero cuando llegamos junto a Orlando Leyton no lo utilizaron. Estuvimos por unos 10 minutos esperando a que alguien de la empresa saliera para ayudarnos, pero no sucedió.

Continuamos esperando, mientras abajo Orlando nos mira, ansioso. Luego de 15 minutos insistimos y fue el final de todo. Resulta que su respuesta fue devastadora. “Para poder manejar esa máquina necesitamos a otra persona y ahora no está”, dijeron desde atrás del mesón.

Días más tarde, pudimos contactarnos con el gerente de Comunicaciones y Responsabilidad Social de la empresa, Victoriano Gómez, quien lamentó lo sucedido en La Serena.

“Se trata de un lamentable error humano, porque Tur Bus no discrimina ni hace diferencias de ninguna manera (…) En la sucursal hay un sistema para que las personas puedan ser atendidas. Lamentablemente se falló, pero vamos a hacer los esfuerzos para que esto no vuelva a suceder”, precisó.

MIRANDO EL MAR

Fueron días junto a Orlando, recorriendo las calles. Viviéndolas sobre una silla de ruedas y terminamos en la avenida del Mar. “Definitivamente no, no estamos preparados. Falta mucho por hacer”, dice, mientras avanzamos hacia la rampa que está emplazada en el sector para que la gente con silla de ruedas pueda acceder a la playa.

“Uno lo ve todos los días. Mira, te pongo el ejemplo de la locomoción colectiva, que es otra de las grandes complicaciones, porque a veces los colectiveros o las micros simplemente no te paran porque les da flojera ayudarte a subir, o guardarte la silla en el maletero. A mí me ha pasado que he llegado al trabajo atrasado, precisamente porque he tenido este problema. Aquí hay un problema cultural de fondo que hay que solucionar”, afirma el hombre, poco antes de llegar a la rampa.

Allí se desplaza con normalidad al principio. Al llegar a la zona donde está el piso de tablas para continuar acercándose a la playa por la arena, es imposible desplazarse, incluso para un experto como Orlando, quien como cualquier persona en su condición que ese día hubiera querido llegar a la playa, se quedó sin mar.

“Esta rampa está claramente abandonada. Yo recuerdo que en un principio sí cumplió su objetivo. El sendero de madera sí llegaba muy cerca del agua, pero ahora no. La única forma de que esto funcione es reparándolo completo o haciéndolo de nuevo, no queda otra opción”, reflexiona.

Luego de nuestro recorrido por tantos lugares, ni él ni otros tantos chilenos pueden entender cómo, en un país del que se dice es el “campeón de la solidaridad” y donde más allá de la inversión del Estado, con una institución como Teletón que recauda más de 20.000 millones de pesos por campaña, nuestras ciudades aún no son inclusivas y nosotros no tomamos conciencia. Sí, Orlando, usted tiene razón. Falta mucho por hacer.