Una inquietante realidad se esconde en las salas de cuidados para bebés recién nacidos. Cada año, son decenas los niños y niñas que quedan sumidos en una profunda soledad, sin una madre que les amamante y cobije, o un padre que les hable y acaricie, con severas consecuencias para su desarrollo.

Un reportaje de revista Paula dio a conocer que por ejemplo, en el hospital San José de Santiago, 9 guaguas no fueron reclamadas tras el parto el año 2013, y el año anterior fueron 21. En el Sótero del Río, se registran entre 6 y 7 al año. Varios otros recintos capitalinos reconocieron tener una cantidad similar.

En gran parte de los casos, se debe a madres con problemas de índole familiar y relacionados al consumo de drogas y alcohol. Tras el alta, simplemente se van sin su hijo o hija. En el hospital esperan un par de días a que aparezca alguien a reclamar al bebé, tras ello salen en busca de su familia y de no tener éxito, el futuro del pequeño queda en manos de la justicia. Pueden pasar varios meses antes de que alguien por fin le entregue cariño.

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Enfermeras, matronas y paramédicos atienden las necesidades fisiológicas de los bebés. Le cambian pañales, alimentan cada tres horas, toman su temperatura y las asean. Sin embargo, el apego de un adulto es completamente desconocido para el pequeño, considerando además, que el personal de salud está entrenado para poner una barrera entre sí mismo y el paciente.

Grave daño

El daño sicológico y hasta físico que padecen estos niños, hasta ahora es escasamente considerado y podría ser irreversible. Fue el doctor Eduardo Jaar, siquiatra y sicoanalista especialista en infancia, quien descubrió esta realidad, cuando vio a una niña de sólo días llorando, completamente sola, sin visita alguna.

Según explicó el especialista, estos bebés sufren del llamado “hospitalismo”, concepto que él creía obsoleto. Se expresa en “indiferencia al contacto afectivo con sus cuidadores, somnolencia, ensimismamiento, escasez de sonrisas y de vocalizaciones, desvío de la mirada, malestar al contacto corporal; después, aparecen daños como retardo en la motricidad y en el lenguaje; apatía, o, al contrario, irritabilidad y conductas impulsivas”.

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Con el pasar de los meses, a ello se suma “la depresión del lactante, infecciones que se repiten, conductas alimentarias aberrantes como la anorexia, vómitos sicógenos y problemas severos del sueño”, dijo Jaar.

Cuidadores temporales

Alarmado por la soledad de aquella niña en la fría sala de hospital, el doctor Jaar comenzó a buscar sicólogos, siquiátras y siconanlistas que pudieran llenar ese vacío que dejaron los padres biológicos y acompañar a los bebés con cariño y estímulos. El primer voluntario fue él mismo.

Sólo después de tres meses de trabajo y cariño, la niña lo reconoció y lo miró a los ojos. Fue entonces que el tribunal de familia ordenó enviarla a una fundación y allí, el doctor ya no podía entrar. Jaar sufrió, se deprimió y hasta le dio un espasmo en la columna, pero más le preocupaba qué estaría sintiendo la niña. Nunca más supo de ella.

Pese a ello y contemplando apoyo sicológico para los voluntarios, el profesional siguió adelante, encontró otros interesados y ahora piensa en encontrar familias que deseen ser cuidadores temporales no pagados.

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¿Cómo ayudar?

Las familias que quieran acompañar a uno de estos bebés, deben residir en la región Metropolitana, tener hijos y una situación económica estable. No pueden postular parejas que desean tener hijos, ya sea con tratamientos o adopción, ni que hayan sufrido la pérdida de una figura significativa.

El programa del doctor Eduardo Jaar se desarrolla junto al Servicio de Neonatología del Hospital San José, Chile Crece Contigo, el Centro de Estudios de la Temprana Infancia (Ceti) y la Fundación Chilena de la Adopción.

Los interesados pueden escribir a jaar.eduardo@gmail.com