El tribunal que juzga a Hosni Mubarak aplazó al 29 de noviembre su veredicto contra el ex presidente egipcio por complicidad en la muerte de cientos de manifestantes durante la rebelión que lo expulsó del poder en 2011.

Durante la audiencia en El Cairo, el juez Mahmud Kamel al Rashidi dijo que no había tenido el tiempo suficiente para redactar las 2.000 páginas de los fundamentos del veredicto.

Mubarak, de 86 años y con problemas de salud, escuchó con gesto tranquilo en una silla de ruedas el anuncio del juez. Tras esto volvió al hospital militar de El Cairo donde se encuentra detenido.

Esta misma corte también dictaminará sobre otro expediente, un caso de corrupción que implica al presidente depuesto y a sus dos hijos, Alaa y Gamal. El pasado mayo el ex presidente ya fue condenado a tres años de cárcel por corrupción.

Mubarak, quien dirigió el país con mano de hierro durante treinta años, está acusado de “complicidad” en la muerte de centenares de manifestantes durante los 18 días de revuelta que culminaron con su renuncia el 11 de febrero de 2011.

Según un balance oficial, 846 personas murieron y miles resultaron heridas durante la revuelta de hace ya casi cuatro años.

El ex presidente está siendo juzgado junto a su ex ministro del Interior Habib al Adly y a seis ex altos responsables de los servicios de seguridad.

En un primer juicio por estos mismos hechos en junio de 2012, Mubarak había sido condenado a cadena perpetua, pero la sentencia fue anulada por motivos técnicos y el proceso recomenzó.

El contexto político en esta ocasión es sin embargo muy diferente al que reinaba en el país en junio de 2012. Entonces, Egipto tuvo sus primeras elecciones presidenciales democráticas. Resultó elegido por primera vez un presidente civil e islamista, Mohamed Mursi, lo que parecía ser el fin de la autocracia que caracterizó a los anteriores gobiernos del país.

Actualmente, Mursi, derrocado por el ejército al cabo de un año en el gobierno, se encuentra en prisión, y la institución militar volvió a irrumpir con fuerza en la escena política personificada por el ex comandante en jefe del ejército, Abdel Fatah al Sisi, elegido presidente a fines de mayo de 2014 con amplio apoyo popular.

La oposición islamista ha sido brutalmente reprimida. Unos 1.400 partidarios de los Hermanos Musulmanes, la cofradía de Mursi, murieron víctimas de la represión y varios miles fueron encarcelados. Centenares de ellos han sido condenados a muerte en juicios expeditivos que han provocado reacciones de la comunidad internacional.

Al Sisi no para de repetir que la estabilidad es su gran prioridad, por delante de las libertades. Su posición ha encontrado un amplio apoyo entre la población, harta de tres años de caos y dificultades económicas.

Desde el derrocamiento de Mursi en julio de 2013, Egipto ha sufrido además atentados de yihadistas contra las fuerzas del orden.

Incluso la revuelta de 2011 se ha visto desacreditada, y numerosos medios de comunicación ven en ella un complot destinado a debilitar Egipto.