En nuestro país 45 personas mueren diariamente a causa de alguna enfermedad cardiovascular, lo que representa el 35% del total según el Minsal. Estos números coinciden con el panorama a nivel mundial, donde según la OMS, causaron 17,5 millones de muertes en 2012, es decir, 3 de cada 10.
Pero hablar de enfermedades cardiovasculares no sólo representa muerte, puesto que también están dentro de las causantes de discapacidad en la población, fundamentalmente en personas mayores.
Este tipo de padecimientos es provocado principalmente por el estrechamiento o bloqueo de las arterias coronarias, que son los vasos sanguíneos que suministran sangre al propio corazón, de acuerdo a la Biblioteca Nacional de Medicina de EE.UU.
En ese sentido, aquí entra a jugar un factor determinante que tiene relación con los niveles de colesterol en la sangre, sustancia que si bien es necesaria para el funcionamiento de nuestro organismo, en cantidades elevadas provoca serias complicaciones.
No obstante, antes es preciso señalar que existen tres tipos de colesterol. Está la lipoproteína de alta densidad (HDL, por sus siglas en inglés) o conocido coloquialmente como colesterol “bueno”, la lipoproteína de baja densidad (LDL, por sus siglas en inglés) o colesterol “malo” y los triglicéridos.
El problema aparece cuando la LDL -o colesterol malo- se eleva por sobre los 200 mg/dl, lo que supone un serio riesgo debido a que las células no logran absorverlo por lo que queda “a la deriva” en el torrente sanguíneo.
De esta forma, este colesterol se une a otras sustacias que terminarán adheridas a las paredes de las arterias. Esto último es lo que finalmente detona en alguna enfermedad cardiovascular.
El colesterol elevado no presenta síntomas, por lo que sólo queda hacerse un examen de sangre para conocer sus niveles. Pese a lo anterior, existen ciertos factores de riesgo a los que hay que tomar en cuenta, como son los antecedentes familiares, el sobrepeso o consumir demasiada comida grasosa.
El colesterol “malo” es posible controlar sin medicamentos cuando aún no sobrepasa los 240 mg/dl, según la Fundación Española del Corazón. Es aquí donde la alimentación cobra importancia, puesto que la LDL es posible reducirla privilegiando el consumo de pescado y aceites de oliva y de semillas, a lo que se suman frutas y verduras, dejando de lado alimentos ricos en grasas saturadas y con altas cantidades de sal.
Pero además, se recomienda una buena rutina de ejercicio aeróbico con una intensidad moderada al menos unas 3 o 4 veces a la semana. De esta forma salir a caminar a paso regular, trotar, andar en bicicleta, puede ser una buena terapia para no dejarse sorprender por este asesino silencioso.