La música ha estado presente de manera histórica. Nuestros ancestros se comunicaban con diferentes melodías, las usaban como parte importante de sus ritos religiosos y también para celebraciones, entre otras actividades generalmente sociales. Ellos sentían cada nota de manera cercana, y transmitían fuertes emociones a través de éstas.

Desde esos tiempos se asocia la música a las emociones. Pero ¿Cómo pasa esto? ¿Cómo es posible qué a través de distintas melodías seamos capaces de experimentar diferentes sentimientos?

El psicólogo, compositor y docente del Departamento de Artes Escénicas de la Pontífice Universidad Católica de Perú, José Martín Marcos, explicó cómo la pena, la alegría o la sorpresa se enlazan entre la música y las personas a través de las canciones.

El especialista señaló que la música es un arte y un idioma: “Posee reglas elásticas que pueden moldearse y establecer un discurso diferente para cada situación”, agregó.

Los componentes

El lenguaje de la música parte a través de distintos componentes específicos: “cada uno es la base del otro”, indicó Marcos. De esta forma se crean las canciones, por ejemplo.

Uno de los elementos es el ritmo, el encargado de dar movimiento a la obra. Otro es la melodía, “es lo que se percibe con mayor claridad dentro de una canción”, señaló. El tercero es la armonía, que básicamente trata de balancear cada sonido de manera equitativa.

La alegría y la pena

Paralelamente a este lenguaje musical, de la manera en la que construimos nuestra realidad vamos asociando mediante la sociabilización distintas sensaciones, llamando a algunas “tristes” y a otras “entusiastas” o “melancólicas”.

El psicólogo dice que cuando hablamos de música, estas emociones tienen el origen en la escala musical (do, re, mi, fa, sol, la, si). Existen ciertas distancias entre cada nota: “cuando la distancia es larga, la sensación percibida es de tranquilidad debido a la equidad entre los sonidos que se ejecutan” y cuando es corta experimentamos sensaciones “especiales, íntimas y sensibles”.

Gracias a este conjunto musical se pueden crear equipos de sonidos mayores y menores. Los mayores tienen distancias largas y relación directa con la “tranquilidad y consonancia”, ya que existe una perfecta posición entre las diferentes notas. “Las canciones más alegres están construidas con este tipo de sonidos”. Marcos da como ejemplo el “Himno de la Alegría”, de Beethoven. “Está en re mayor, y se percibe como una obra optimista y positiva”, por otro lado también está “El Danubio Azul”, de Strauss, que posee similares características.

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Sin embargo, cuando las distancias son cortas, la percepción es distinta, se sienten de manera “incompleta y no favorable”. El compositor indica que si bien “ninguna distancia es mejor que la otra”, los distintos acordes (mayores y menores) se usan para construir esferas de sensaciones según cada ocasión o según lo que el músico quiera transmitir.

Mezcla de sentimientos

El experto dice que si se unen acordes mayores y menores podríamos obtener canciones “ambivalentes y equilibradas”. Generalmente se asocia la música melancólica a este tipo de creaciones, así como también las baladas románticas. Algunos de los ejemplos más claros son “If I Fell” de The Beatles, “Moon River” de Henry Mancini y “Stand By Me” de Ben E. King.

http://youtu.be/pHa4pvspCqc

“La sonrisa, carcajadas o lágrimas” son evidencias de lo que produce el fenómeno musical en las personas. “Luego de experimentar las emociones se dan paso a los sentimientos y a las conductas, entonces podemos evidenciar directamente el resultado de la música en los organismos”, sostuvo.

Además, con el paso de nuestras vidas las canciones se vuelven parte de “la experiencia musical y del recuerdo de lo vivido”, logrando así revivir etapas especiales con “imágenes, palabras y escenas del pasado”.

A través de la música podemos viajar en el tiempo, revivir sensaciones de nuestra niñez o volver a estar con personas que extrañamos. Con un poco más de tres minutos -lo que dura de manera estándar una canción- logramos crear movimientos únicos dentro de nuestro cerebro y así sentir con mayor fuerza, o como dice José Martín, “revivir una lágrima que te dijo alguna vez que estabas vivo y que sentías”.