Esta ha sido una semana de noticias repugnantes. Y de esas noticias destacan, por un lado, las declaraciones de la diputada Ayelet Shaked, miembro del Parlamento israelí, que en su página de Facebook instó a que los israelíes se embadurnen las manos con sangre de los palestinos, y afirmó que hay que matar también a las madres de los palestinos, y destruir sus casas, porque ellas dan a luz a bebés que son pequeñas serpientes.

Pero mientras la opinión pública mundial se crispaba por la invasión de Israel sobre la Franja de Gaza, otra noticia repugnante y estruendosa saltó a los titulares de primera plana, el jueves 17: Algún líder criminal ordenó derribar un avión de pasajeros, con 298 personas a bordo.

El vuelo del Boeing MH17 de Aerolíneas de Malasia, que viajaba desde Amsterdam, Holanda, a Kuala Lumpur, en Malasia. El gran avión fue alcanzado cuando sobrevolaba el este de Ucrania, sobre las aldeas de Rozsypne y Hrabove, y estaba a sólo 25 kilómetros, o sea a sólo un minuto y medio, de cruzar la frontera, y penetrar a la seguridad del espacio aéreo de la Federación Rusa.

Aquella orden criminal fue de inmediato cumplida por sus esbirros. Y lo que ocurrió en seguida fue una pesadilla pavorosa.

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