El brasileño Sebastiao Salgado, que captó con su cámara catástrofes humanitarias y ecológicas en los cinco puntos del planeta, lanza un mensaje de optimismo para salvar la Tierra en un hermoso filme realizado por su hijo Juliano y el alemán Wim Wenders, estrenado este martes en Cannes.
“La Sal de la tierra”, un documental de Wenders y Juliano Ribeiro Salgado, vuelca una mirada, profunda e íntima, a la vida y obra de Salgado, quien desde hace 40 años recorre el planeta para volver al mundo testigo de hambrunas, éxodos, guerras y de la destrucción del planeta, pero también de paisajes y territorios vírgenes, grandiosos.
Presentado en Una Cierta Mirada, una de las dos secciones oficiales del Festival de Cannes, la cinta es también un viaje en el cerebro y corazón de ese entrañable personaje, que nació en 1944 en una finca de Aimorés, un pueblo perdido de Minas Gerais, a la que el fotógrafo ha regresado ahora, sembrando millones de árboles para reforestar la finca familiar y toda la asolada zona.
“Ya existían filmes sobre Sebastiao, sobre su fotografía, pero yo quería hacer un filme que naciera de su historia, de sus experiencias, de sus recuerdos, para llegar al fondo de qué es lo que cambió a Sebastiao Salgado”, explicó Juliano, de 40 años, que confesó lo “difícil” que ha sido ser hijo de ese gran artista, al que vio demasiado poco cuando crecía.
“Nunca estaba allí, estaba siempre viajando. Había una gran distancia entre nosotros dos. Pero fue gracias al filme que logré por fin aceptarlo, y que logramos acercarnos”, confió Juliano en una entrevista con la AFP en un café del Palacio de Festivales, con vista al Mediterráneo.
El documental da pistas para entender esa transformación de Salgado como hombre y como artista, que empezó tras llegar a París hace más de 40 años con su esposa Lelia, para trabajar como economista de un gran banco internacional y dejar atrás la dictadura militar.
Un día, una cámara cayó en manos de Salgado, quien tomó una foto de Lelia en la catedral Notre Dame. Y su vida cambió para siempre: en 1973, abandonó el trabajo y se lanzó a una carrera como fotógrafo, que lo llevaría por el mundo entero y le aportaría fama y gloria. Pero también, mucho sufrimiento, al estar en el centro de algunos de los acontecimientos más trágicos de las últimas décadas, como las matanzas en Ruanda, recordó el hijo.
“Un hombre tímido, pudoroso”, según su hijo
Salgado no está en Cannes para el estreno de “La Sal de la tierra”, sino en Singapur, para la inauguración de una exposición de su obra. “Sebastiao es un hombre muy tímido, con mucho pudor”, explicó Juliano, quien empezó filmando a su padre en un viaje que hicieron juntos en 2009 a Amazonia, para “Génesis”, uno de los grandes proyectos de Salgado. Allí convivieron un mes con la tribu Zo’e, que viven aún en la era paleolítica.
“Cuando regresamos, Sebastiao vio las imágenes y se quedó muy conmovido”. Y fue allí que hijo y padre decidieron hacer un filme juntos.
Wim Wenders, el galardonado de “Paris, Texas”, “Buena Vista Social Club”, se unió poco después al proyecto.
“Wim tenía ganas desde hacía varios años de hacer un filme sobre Sebatiao, y nosotros necesitábamos alguien que tuviera una mirada desde afuera, con distancia”.
“Y Wim, además de ser un maestro de la imagen, podía entender lo difícil que puede ser una relación entre padre e hijo y respetar la intimidad del proyecto”, confió Juliano, quien se mudó durante un año y medio a Berlín, para trabajar con Wenders en la edición.
Recordó que Wenders, de 67 años, se quedó sorprendido por la abundancia de material, que recogía el conjunto de la inmensa obra del brasileño.
“Teníamos 15.000 horas filmadas, que había que reducir a una hora y media. Wim halló una manera bonita de unirlas y hacer la narración”, observó Juliano, autor de varios cortometrajes y documentales para la televisión francesa y que dice estar “viviendo un sueño”, al estar en Cannes con este filme.
“La Sal de la tierra” termina con una nota de esperanza: el regreso de Salgado y Lelia a Brasil, donde crearon el instituto Terra, que se ha convertido en un gigantesco proyecto ecológico.
“Empezó en la finca familiar, todo estaba seco, y nos pusimos todos a plantar árboles. Y luego Sebastiao y Lélia dijeron: ‘vamos a reforestar la selva’. Y han sembrado ya más de 2 millones de árboles”.
“Por eso era importante terminar el filme transmitiendo ese mensaje positivo sobre las ganas y la posibilidad de cambiar el mundo, esa buena energía”, concluyó el joven cineasta, que está ya trabajando en su próximo filme, un thriller psicológico “sobre la lucha por la ascensión social” en Brasil, que será rodado en Sao Paulo.